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ELECCION DE RECURSOS


Enviado por   •  23 de Mayo de 2015  •  2.108 Palabras (9 Páginas)  •  185 Visitas

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La elección de los recursos didácticos y la educación de valores

Alejandro Spiegel

Hannah Arendt dijo alguna vez que enseñar es hacer lugar en el mundo a las nuevas generaciones. Cada vez que planificamos una clase, de alguna manera creamos un camino para que nuestros alumnos conozcan, aprendan y puedan acceder a la cultura producida por las generaciones que les precedieron. En este sentido, la planificación de clases implica varios desafíos no menores; tanto, que este “hacerles este lugar en el mundo” depende en gran parte del éxito con que logremos elegir qué segmento de la cultura, del conocimiento acumulado se enseñará, y cómo comunicaremos estos saberes.

En el proceso de selección de los contenidos intervienen el conocimiento disciplinar que tenga el maestro y sus criterios –y los de la institución en la que enseña– para decidir qué se enseñará, desde qué perspectiva, con qué intensidad, etcétera.

En este artículo analizaremos diferentes aspectos y potencialidades que tiene la elección de nuestras herramientas de trabajo, los recursos didácticos, para comunicar los contenidos seleccionados.

Crear un escenario

Enseñar también implica diseñar –o componer– una estrategia comunicacional para transmitir los contenidos definidos para nuestra clase, y para que cada alumno comprenda nuestras acciones e intenciones al frente del curso, de manera que pueda involucrarse y participar activamente en su proceso de aprendizaje.

Así, al planificar nuestro trabajo, creamos un escenario –con ambientación, escenografía, sonidos y más– en el que ocurrirán acciones de las que participaremos con nuestros alumnos, y que serán desarrolladas utilizando los diferentes lenguajes –voces, textos o imágenes– que elijamos. Más allá de nuestras intenciones o resoluciones, este escenario siempre existe, y se conforma a partir de todas las pequeñas decisiones que tomamos respecto a qué hacer, qué usar, o qué no, para enseñar: quien sólo habla y habla frente al curso presenta un escenario determinado; quien dicta y dicta, otro; quien hace una y otra cosa, otro; quien cuenta historias y propone desafíos, otro... y así, sucesivamente, con todas las variantes y mixturas posibles.

Atender a la diversidad

Si bien desde hace algunos años resuena repetidamente en escuelas y ministerios la importancia de la “atención a la diversidad”, ésta es una práctica pedagógica que siempre existió para los buenos maestros, para los grandes. Sin embargo, apenas hace algunas décadas comenzó a tener ese nombre, a teorizarse sobre ella y a proponérsela como parte del “buen enseñar”. En este contexto, vale la pena aclarar que aún hay quienes sostienen que cuando se habla de diversidad se está refiriendo a algunas patologías y discapacidades evidentes que hay que contemplar en la planificación y en la conformación de grupos “heterogéneos”. De cualquier manera, la opinión mayoritaria sostiene que en cualquier grupo hay diversidad y, para considerarla en la planificación de clases, no se requiere de la presencia de estos “casos evidentes”. Desde este punto de vista, sería importante componer nuestra estrategia comunicacional combinando los distintos recursos que tenemos a nuestro alcance para facilitar que cada niño o joven aprenda desde su individualidad única y diversa.

Hay muchas personas que son parecidas; algunas, incluso, mucho. Sin embargo, y por suerte, todos somos diferentes y tenemos formas particulares y únicas de relacionarnos y conocer el mundo. Todos aprendemos con un estilo particular y según nuestros propios intereses; a cada uno, por ejemplo, le “vienen mejor” determinados lenguajes y formas de acercamiento a la información. No hay un solo recurso que reúna, integre o sintetice todas las posibilidades que ofrece una discusión en grupo, una dramatización, una búsqueda bibliográfica, manipular algunos objetos, utilizar el cuerpo, además de escribir, calcular, simular, jugar, etcétera.

Ni siquiera las computadoras más sofisticadas. Ni siquiera el internet. En la “era de la información”, de la imagen, de los multimedia, de la red, la sola mención de la necesidad de usar recursos didácticos genera en algunas personas la sensación de obviedad y, en otras, la de esnobismo. Sin embargo, no quedan dudas si surge de un docente preocupado por brindar oportunidades equivalentes y democráticas a decenas de personas diferentes –y que tiene un tiempo acotado, siempre insuficiente, para hacerlo– que aprenden de manera distinta, que no saben lo mismo y a los que les interesan temas diferentes. En ese contexto, la única manera de atender a esta diversidad que existe en cada grupo es “ayudarse” con sus herramientas de trabajo, con los recursos que le faciliten consignar tareas, que cada subgrupo o persona avance su propio ritmo, con lenguajes diferentes, con temas distintos, etcétera.

¿Qué relación tiene la elección de los recursos didácticos con la educación de valores?

Uno de los grandes desafíos de la educación de valores es pasar de la enunciación, de la proclama, del consejo, de la moraleja, del dicho… al hecho. Y, para ello, son necesarios los buenos ejemplos de acción, los modelos de comportamiento a imitar. En este sentido, en una sociedad que discrimina, que no siempre ofrece oportunidades equivalentes a todos para alimentarse, crecer, trasladarse, estudiar o trabajar, estos modelos de comportamiento, justamente, no abundan. Al menos, los que nos interesan: aquellos que representan, orientan o promueven los valores que queremos enseñar.

Por ello, si tomamos en cuenta la diversidad de nuestros alumnos y planificamos o componemos clases que expresamente la respeten y la estimulen, nuestra propia práctica docente, nuestras acciones, pueden constituirse en uno de los modelos inspiradores para las futuras decisiones de nuestros niños y jóvenes, que ayuden a educarlos en los valores que sostenemos; un modelo que cada niño o joven vivirá intensamente y de primera mano, en carne propia, con todo el peso que esto implica.

En este momento de nuestras reflexiones, quizá no esté de más decir que la mayoría de nosotros es consciente de sus imperfecciones, de sus prejuicios y miserias. Es más: seguramente, muchos de los lectores estarán frunciendo el ceño, mirándose en un espejo imaginario y pensando, por ejemplo, “yo no soy modelo para nadie”. Y probablemente sea así, al menos si nos pensamos como un “modelo de vida”, en alguien perfecto, que siempre actúa bien. Sin embargo, no estamos proponiendo que cada uno se presente “personalmente” como el modelo de persona a imitar.

La idea es más acotada, circunstancial y vinculada con nuestras prácticas como docentes: pensemos en nuestras

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