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ETICAS Y VALORES


Enviado por   •  22 de Enero de 2012  •  2.892 Palabras (12 Páginas)  •  458 Visitas

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INTRODUCCIÓN

El primer filosofo que empleo el termino virtud fue Sócrates, pues para él la virtud era el conocimiento del bien y por tanto el hombre ignorante (o dicho de otra forma, el que no conocía el bien), obraba pero no con alevosía sino por ignorancia. Siguiendo ésta línea es necesario saber no solo que hay virtudes humanas, sino más bien conocerlas para llevarlas a la práctica, para configurar y encarnar la virtud en el hombre.

No tiene sentido discutir desde nuestras inclinaciones el sentido del deber pues la conciencia moral, por ejemplo de un villano, solo le convierte en mas detestable. Un hombre puede sentir muy bien que debe hacer algo, sin razonar porque, o por el contrario que debe evitar algo.

“Tenemos que considerar lo que los hombres, necesitan más que lo que desean “

Lo que un hombre necesita es lo que debe tener para conseguir su fin propio como hombre. Que encuentre la realización de su propia naturaleza. Por esto las virtudes humanas son necesarias puesto que no pueden faltar en función de este fin que se persigue. El presente trabajo no es solamente una exposición de las virtudes humanas, sino un desarrollo de cómo determinan el deber actuar del hombre; como es que lo conducen hacia su fin último donde encuentra su realización.

CONCEPTO DE VIRTUD

Habito selectivo que consiste en un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón y por aquella por la cual decidirá el hombre prudente. En latín “virtus”, en griego “aretes”. Para Aristóteles la virtud es una “excelencia añadida a algo como perfección.

LA JERARQUÍA ENTRE LAS VIRTUDES

Para comenzar, hay que decir algo sobre el concepto de virtud. Hace unos años precisamente Paul Valéry pronunció en la Academia Francesa un discurso sobre la virtud. En este discurso se nos dice: 'Virtud, señores, la palabra 'virtud', ha muerto o, por lo menos, está a punto de extinguirse... A los espíritus de hoy no se muestra como la expresión de una realidad imaginable de nuestro presente... Yo mismo he de confesarlo: no la he escuchado jamás, y, es más, sólo la he oído mencionar en las conversaciones de la sociedad como algo curioso o con ironía. Podría significar esto que frecuento una sociedad mala si no añadiese que tampoco recuerdo haberla encontrado en los libros más leídos y apreciados de nuestros días; finalmente, me temo no exista periódico alguno que la imprima o se atreva a imprimirla con otro sentido que no sea el del ridículo. Se ha llegado a tal extremo, que las palabras 'virtud' y 'virtuoso' sólo pueden encontrarse en el catecismo, en la farsa, en la Academia y en la opereta'. El diagnóstico de Valéry es indiscutiblemente verdadero, pero no debe extrañarnos demasiado. En parte se trata, seguramente, de un fenómeno natural del destino de las 'grandes palabras'. En efecto, ¿por qué no han de existir, en un mundo descristianizado, unas leyes lingüísticas demoníacas, merced a las cuales lo bueno le parezca al hombre, en el lenguaje, como algo ridículo?

Aparte de esta última posibilidad, digna de tomarse en serio, no hay que olvidar que la literatura y la enseñanza de la moral no han hecho que el hombre corriente capte con facilidad el verdadero sentido y realidad del concepto 'virtud'.

La virtud no es la 'honradez' y 'corrección' de un hacer u omitir aislado. Virtud más bien significa que el hombre es verdadero, tanto en el sentido natural como en el sobrenatural. Incluso, dentro de la misma conciencia universal cristiana, hay dos posibilidades peligrosas de confundir el concepto de virtud: primero, la moralista, que aísla la acción, la 'realización', la 'práctica' y las independiza frente a la existencia vital del hombre. Segundo, la supernaturalista, que desvaloriza el ámbito de la vida bien llevada, de lo vital y de la honradez y decencia natural. Virtud, en términos completamente generales, es la elevación del ser en la persona humana. La virtud es, como dice Santo Tomás, ultimum potentiae, lo máximo a que puede aspirar el hombre, o sea, la realización de las posibilidades humanas en el aspecto natural y sobrenatural.

El hombre virtuoso es tal que realiza el bien obedeciendo a sus inclinaciones más íntimas. Casi tan importante como su concepto exacto es el examen del verdadero orden de categorías entre las virtudes. Se ha hablado mucho del carácter 'heroico' del cristianismo o del concepto 'heroico' de la existencia, como rango esencial de la vida cristiana. Estas formulaciones sólo son correctas a medias. La virtud primera y característica del cristiano es el amor sobrenatural hacia Dios y su prójimo, y todas las virtudes teologales están por encima de las cardinales. Incluso mi obrita Del sentido de la fortaleza no ha escapado a aquella interpretación 'heroística' verdadera a medias y, por tanto, falsa a medias, aun cuando el objetivo principal era demostrar que la fortaleza no está en primer lugar, sino en el tercero entre las virtudes cardinales.

LA VIRTUD EN GENERAL

Es un "hábito operativo bueno"; definición completa pero densa: el termino hábito significa una cualidad permanente que no se pierde con facilidad; operativo quiere indicar a que esta ordenado el hábito de la virtud, perfecciona el sujeto directamente para que este pueda realizar mejor su actividad propia; bueno podría parecer innecesario: el acto de toda potencia es bueno, porque no es más que una realización de su propio dinamismo natural. Este nunca podría ser malo. Aquí entendemos bueno en sentido pleno: el acto no es bueno solo respecto de la potencia, sino respecto de todo el hombre. Este es una persona que tiende a su propia perfección: para alcanzarla no puede permitir que cada potencia actúe de modo independiente, sino que debe regularla para el pleno y armónico desarrollo de su personalidad. La acción será completamente buena solo si ayuda al hombre a realizar su perfección humana. Además, el hombre, al ser una persona creada, solo puede ser perfecto en la adhesión perfecta a Dios.

En el Bautismo Dios infunde en el alma, sin ningún merito nuestro las virtudes, que son disposiciones habituales y firmes para hacer el bien. Las virtudes infusas son teologales y morales. Las teologales tienen como objeto a Dios, las morales tienen como objeto los actos humanos buenos.

Si recurrimos al vocabulario de teología podemos afirmar que, el hombre perfecto, no es el que se esfuerza por ser tal, sino que el que busca a Dios para alcanzarlo; sigue el camino que Dios mismo trazó y

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