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Genero Narrativo


Enviado por   •  21 de Abril de 2013  •  6.106 Palabras (25 Páginas)  •  333 Visitas

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GÉNERO NARRATIVO

El género narrativo o narrativa es el género literario que se caracteriza porque se relatan historias reales o también ficticias (sucesos o acontecimientos) que constituyen una historia ajena a los sentimientos del autor.

Aunque sea imaginaria, la historia literaria toma sus modelos del mundo real. Esta relación entre imaginación y experiencia, entre fantasía y vida es lo que le da un valor especial a la lectura en la formación espiritual de la persona. El narrador es el encargado de dar a conocer el mundo imaginario al lector.

El narrador es un ente creado por el autor. El narrador posee una vida propia, la cual no está determinada por los valores que rigen a la vida humana, sino más bien existe dentro de la creación ficticia. El narrador como ente ficticio establece una relación con un lector ficticio, incorporado en el relato. Es el destinatario y participa en lo que el narrador cuenta. El elemento distintivo del género narrativo es la presencia de un narrador como emisor. Este se encarga de relatar la historia, presentar a los personajes y explicar las circunstancias en que se desarrollan los hechos.

El narrador puede estar dentro o fuera de la historia o diéresis que cuenta. También puede ocupar una posición intermedia. A esta visión o punto de vista del narrador se le denomina perspectiva.

De acuerdo a esto, el narrador se clasificará como protagonista, testigo o personaje (si está dentro de la historia), u omnisciente, objetivo y de conocimiento relativo (si está fuera de la historia).

FABULAS

EL GUSANO DE SEDA Y LA ARAÑA

Trabajando un gusano su capullo,

la araña, que tejía a toda prisa,

de esta suerte le habló con falsa risa,

muy propia de su orgullo:

«¿Qué dice de mi tela el seor gusano?

Esta mañana la empecé temprano,

y ya estará acabada a mediodía.

¡Mire qué sutil es, mire qué bella!...»

El gusano, con sorna, respondía:

«¡Usted tiene razón; así sale ella!»

LA CAMPANA Y EL ESQUILÓN

En cierta catedral una campana había

que sólo se tocaba algún solemne día.

Con el más recio son, con pausado compás,

cuatro golpes o tres solía dar, no más.

Por esto, y ser mayor de la ordinaria marca,

celebrada fue siempre en toda la comarca.

Tenía la ciudad, en su jurisdicción,

una aldea infeliz, de corta población,

siendo su parroquial una pobre iglesita,

con chico campanario, a modo de una ermita;

y un rajado esquilón, pendiente en medio de él,

era allí quien hacía el principal papel.

A fin de que imitase aqueste campanario

al de la catedral, dispuso el vecindario

que despacio y muy poco el dichoso esquilón

se hubiese de tocar sólo en tal cual función;

y pudo tanto aquello en la gente aldeana,

que el esquilón pasó por una gran campana.

Muy verosímil es, pues que la gravedad

suple en muchos así por la capacidad.

Dígnanse rara vez de despegar sus labios,

y piensan que con esto imitan a los sabios.

LA HORMIGA Y LA PULGA

Tienen algunos un gracioso modo

de aparentar que se lo saben todo,

pues cuando oyen o ven cualquiera cosa,

por más nueva que sea y primorosa,

muy trivial y muy fácil la suponen,

y a tener que alabarla no se exponen.

Esta casta de gente

no se me ha de escapar, por vida mía,

sin que lleve su fábula corriente,

aunque gaste en hacerla todo un día.

A la pulga la hormiga refería

lo mucho que se afana,

y con qué industrias el sustento gana;

de qué suerte fabrica el hormiguero,

cuál es la habitación, cuál el granero,

cómo el grano acarrea,

repartiendo entre todas la tarea;

con otras menudencias muy curiosas

que pudieran pasar por fabulosas,

si diarias experiencias

no las acreditasen de evidencias.

A todas sus razones

contestaba la pulga, no diciendo

más que estas u otras tales expresiones:

«Pues ya..., sí..., se supone, bien..., lo entiendo...,

ya lo decía yo..., sin duda..., es claro...,

está visto: ¿tiene eso algo de raro?»

La hormiga, que salió de sus casillas

al oír estas vanas respuestillas,

dijo a la pulga: «Amiga, pues yo quiero

que venga usted conmigo al hormiguero.

Ya que con ese tono de maestra

todo lo facilita y da por hecho,

siquiera para muestra,

ayúdenos en algo de provecho».

La pulga, dando un brinco muy ligera,

respondió con grandísimo desuello:

«¡Miren qué friolera!

Y ¿tanto piensas que me costaría?

Todo es ponerse a ello...

pero... tengo que hacer... Hasta otro día».

EL PATO Y LA SERPIENTE

A orillas de un estanque,

diciendo estaba un pato:

«¿A qué animal dio el cielo

los dones que me ha dado?

Soy de agua, tierra y aire:

cuando de andar me canso,

si se me antoja, vuelo;

si se me antoja, nado».

Una serpiente astuta,

que le estaba escuchando,

le llamó con un silbo

y le dijo «¡Seó guapo!

no hay que echar tantas plantas;

pues ni anda como el gamo,

ni vuela como el sacre,

ni nada como el barbo;

y así, tenga sabido

que lo importante y raro

no es entender de todo,

sino ser diestro en algo».

LA RANA Y EL RENACUAJO

En la orilla del Tajo

hablaba con la rana el renacuajo,

alabando las hojas, la espesura

de un gran cañaveral y su verdura.

Mas luego que del viento

el ímpetu violento

una caña abatió, que cayó al río,

en tono de lección dijo la rana:

«Ven a verla, hijo mío;

por de fuera muy tersa, muy lozana;

por dentro toda fofa, toda vana».

Si la rana entendiera poesía,

también de muchos versos lo diría.

ADIVINANZAS

Mi nombre empieza con bo,

no soy bota ni botijo,

¡bobo, tonto!,

¡si ya te lo he dicho!

Tengo una hermana gemela

y vamos siempre al compás,

con la boca por delante

y los ojos por detrás.

Soy bonito por delante

algo feo por detrás;

me transformo a cada instante,

ya que imito a los demás.

Grande, muy grande

mayor que la Tierra;

arde y no quema,

quema y no es candela.

En alto vive,

en alto mora,

en alto teje

la tejedora.

CUENTO TRADICIONAL

Los Tres Cerditos

Había una vez tres cerditos que eran hermanos, y se fueron por el mundo a buscar fortuna. A los tres cerditos les gustaba la música y cada uno de ellos tocaba un instrumento. El más pequeño tocaba la flauta, el mediano el violín y el mayor tocaba el piano...

A los otros dos les pareció una buena idea, y se pusieran manos a la obra, cada uno construyendo su casita.

- La mía será de paja - dijo el más pequeño-, la paja es blanda y se puede sujetar con facilidad. Terminaré muy pronto y podré ir a jugar.

El hermano mediano decidió que su casa sería de madera:

- Puedo encontrar un montón de madera por los alrededores, - explicó a sus hermanos, - Construiré mi casa en un santiamén con todos estos troncos y me iré también a jugar.

El mayor decidió construir su casa con ladrillos.

- Aunque me cueste mucho esfuerzo, será muy fuerte y resistente, y dentro estaré a salvo del lobo. Le pondré una chimenea para asar las bellotas y hacer caldo de zanahorias.

Cuando las tres casitas estuvieron terminadas, los cerditos cantaban y bailaban en la puerta, felices por haber acabado con el problema. De detrás de un árbol grande surgió el lobo, rugiendo de hambre y gritando:

- Cerditos, ¡os voy a comer!

Cada uno se escondió en su casa, pensando que estaban a salvo, pero el Lobo Feroz se encaminó a la casita de paja del hermano pequeño y en la puerta aulló:

- ¡Soplaré y soplaré y la casita derribaré!

Y sopló con todas sus fuerzas: sopló y sopló y la casita de paja se vino abajo. El cerdito pequeño corrió lo más rápido que pudo y entró en la casa de madera del hermano mediano.

De nuevo el Lobo, más enfurecido que antes al sentirse engañado, se colocó delante de la puerta y comenzó a soplar y soplar gruñendo:

- ¡Soplaré y soplaré y la casita derribaré!

La madera crujió, y las paredes cayeron y los dos cerditos corrieron a refugiarse en la casa de ladrillo del mayor. El lobo estaba realmente enfadado y hambriento, y ahora deseaba comerse a los Tres Cerditos más que nunca, y frente a la puerta bramó:

- ¡Soplaré y soplaré y la puerta derribaré! Y se puso a soplar tan fuerte como el viento de invierno

Sopló y sopló, pero la casita de ladrillos era muy resistente y no conseguía su propósito. Decidió trepar por la pared y entrar por la chimenea. Se deslizó hacia abajo... Y cayó en el caldero donde el cerdito mayor estaba hirviendo sopa de nabos. Escaldado y con el estómago vacío salió huyendo hacia el lago

Los cerditos no le volvieron a ver. El mayor de ellos regañó a los otros dos por haber sido tan perezosos y poner en peligro sus propias vidas.

CUENTO DE HADAS

Blanca Nieves y los 7 Enanitos

Había una vez, en pleno invierno, una reina que se dedicaba a la costura sentada cerca de una ventana con marco de ébano negro. Los copos de nieve caían del cielo como plumones. Mirando nevar se pinchó un dedo con su aguja y tres gotas de sangre cayeron en la nieve. Como el efecto que hacía el rojo sobre la blanca nieve era tan bello, la reina se dijo.

-¡Ojala tuviera una niña tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre y tan negra como la madera de ébano!

Poco después tuvo una niñita que era tan blanca como la nieve, tan encarnada como la sangre y cuyos cabellos eran tan negros como el ébano.

Por todo eso fue llamada Blancanieves. Y al nacer la niña, la reina murió.

Un año más tarde el rey tomó otra esposa. Era una mujer bella pero orgullosa y arrogante, y no podía soportar que nadie la superara en belleza. Tenía un espejo maravilloso y cuando se ponía frente a él, mirándose le preguntaba:

¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?

Entonces el espejo respondía:

La Reina es la más hermosa de esta región.

Ella quedaba satisfecha pues sabía que su espejo siempre decía la verdad.

Pero Blancanieves crecía y embellecía cada vez más; cuando alcanzó los siete años era tan bella como la clara luz del día y aún más linda que la reina.

Ocurrió que un día cuando le preguntó al espejo:

¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?

el espejo respondió:

La Reina es la hermosa de este lugar, pero la linda Blancanieves lo es mucho más.

Entonces la reina tuvo miedo y se puso amarilla y verde de envidia. A partir de ese momento, cuando veía a Blancanieves el corazón le daba un vuelco en el pecho, tal era el odio que sentía por la niña. Y su envidia y su orgullo crecían cada día más, como una mala hierba, de tal modo que no encontraba reposo, ni de día ni de noche.

Entonces hizo llamar a un cazador y le dijo:

-Lleva esa niña al bosque; no quiero que aparezca más ante mis ojos. La matarás y me traerás sus pulmones y su hígado como prueba.

El cazador obedeció y se la llevó, pero cuando quiso atravesar el corazón de Blancanieves, la niña se puso a llorar y exclamó:

-¡Mi buen cazador, no me mates!; correré hacia el bosque espeso y no volveré nunca más.

Como era tan linda el cazador tuvo piedad y dijo:

-¡Corre, pues, mi pobre niña!

Pensaba, sin embargo, que las fieras pronto la devorarían. No obstante, no tener que matarla fue para él como si le quitaran un peso del corazón. Un cerdito venía saltando; el cazador lo mató, extrajo sus pulmones y su hígado y los llevó a la reina como prueba de que había cumplido su misión. El cocinero los cocinó con sal y la mala mujer los comió creyendo comer los pulmones y el hígado de Blancanieves.

Por su parte, la pobre niña se encontraba en medio de los grandes bosques, abandonada por todos y con tal miedo que todas las hojas de los árboles la asustaban. No tenía idea de cómo arreglárselas y entonces corrió y corrió sobre guijarros filosos y a través de las zarzas. Los animales salvajes se cruzaban con ella pero no le hacían ningún daño. Corrió hasta la caída de la tarde; entonces vio una casita a la que entró para descansar. En la cabañita todo era pequeño, pero tan lindo y limpio como se pueda imaginar. Había una mesita pequeña con un mantel blanco y sobre él siete platitos, cada uno con su pequeña cuchara, más siete cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos pequeños. A lo largo de la pared estaban dispuestas, una junto a la otra, siete camitas cubiertas con sábanas blancas como la nieve. Como tenía mucha hambre y mucha sed, Blancanieves co-mió trozos de legumbres y de pan de cada platito y bebió una gota de vino de cada vasito. Luego se sintió muy cansada y se quiso acostar en una de las ca-mas. Pero ninguna era de su medida; una era demasiado larga, otra un poco corta, hasta que finalmente la séptima le vino bien. Se acostó, se encomendó a Dios y se durmió.

Cuando cayó la noche volvieron los dueños de casa; eran siete enanos que excavaban y extraían metal en las montañas. Encendieron sus siete faro-litos y vieron que alguien había venido, pues las cosas no estaban en el orden en que las habían dejado. El primero dijo:

-¿Quién se sentó en mi sillita?

El segundo:

-¿Quién comió en mi platito?

El tercero:

-¿Quién comió de mi pan?

El cuarto:

-¿Quién comió de mis legumbres?

El quinto.

-¿Quién pinchó con mi tenedor?

El sexto:

-¿Quién cortó con mi cuchillo?

El séptimo:

-¿Quién bebió en mi vaso?

Luego el primero pasó su vista alrededor y vio una pequeña arruga en su cama y dijo:

-¿Quién anduvo en mi lecho?

Los otros acudieron y exclamaron:

-¡Alguien se ha acostado en el mío también! Mirando en el suyo, el séptimo descubrió a Blancanieves, acostada y dormida. Llamó a los otros, que se precipitaron con exclamaciones de asombro. Entonces fueron a buscar sus siete farolitos para alumbrar a Blancanieves.

-¡Oh, mi Dios -exclamaron- qué bella es esta niña!

Y sintieron una alegría tan grande que no la despertaron y la dejaron proseguir su sueño. El séptimo enano se acostó una hora con cada uno de sus compañeros y así pasó la noche.

Al amanecer, Blancanieves despertó y viendo a los siete enanos tuvo miedo.

Pero ellos se mostraron amables y le preguntaron.

-¿Cómo te llamas?

-Me llamo Blancanieves -respondió ella.

-¿Como llegaste hasta nuestra casa?

Entonces ella les contó que su madrastra había querido matarla pero el cazador había tenido piedad de ella permitiéndole correr durante todo el día hasta encontrar la casita.

Los enanos le dijeron:

-Si quieres hacer la tarea de la casa, cocinar, hacer las camas, lavar, coser y tejer y si tienes todo en orden y bien limpio puedes quedarte con nosotros; no te faltará nada.

-Sí -respondió Blancanieves- acepto de todo corazón. Y se quedó con ellos.

Blancanieves tuvo la casa en orden. Por las mañanas los enanos partían hacia las montañas, donde buscaban los minerales y el oro, y regresaban por la noche. Para ese entonces la comida estaba lista.

Durante todo el día la niña permanecía sola; los buenos enanos la previnieron:

-¡Cuídate de tu madrastra; pronto sabrá que estás aquí! ¡No dejes entrar a nadie!

La reina, una vez que comió los que creía que eran los pulmones y el hígado de Blancanieves, se creyó de nuevo la principal y la más bella de todas las mujeres. Se puso ante el espejo y dijo:

¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?

Entonces el espejo respondió.

Pero, pasando los bosques, en la casa de los enanos,

la linda Blancanieves lo es mucho más.

La Reina es la más hermosa de este lugar

La reina quedó aterrorizada pues sabía que el espejo no mentía nunca. Se dio cuenta de que el cazador la había engañado y de que Blancanieves vivía.

Reflexionó y buscó un nuevo modo de deshacerse de ella pues hasta que no fuera la más bella de la región la envidia no le daría tregua ni reposo.

Cuando finalmente urdió un plan se pintó la cara, se vistió como una vieja buhonera y quedó totalmente irreconocible.

Así disfrazada atravesó las siete montañas y llegó a la casa de los siete enanos, golpeó a la puerta y gritó:

-¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo!

Blancanieves miró por la ventana y dijo:

-Buen día, buena mujer. ¿Qué vende usted?

-Una excelente mercadería -respondió-; cintas de todos colores.

La vieja sacó una trenzada en seda multicolor, y Blancanieves pensó:

-Bien puedo dejar entrar a esta buena mujer.

Corrió el cerrojo para permitirle el paso y poder comprar esa linda cinta.

-¡Niña -dijo la vieja- qué mal te has puesto esa cinta! Acércate que te la arreglo como se debe.

Blancanieves, que no desconfiaba, se colocó delante de ella para que le arreglara el lazo. Pero rápidamente la vieja lo oprimió tan fuerte que Blancanieves perdió el aliento y cayó como muerta.

-Y bien -dijo la vieja-, dejaste de ser la más bella. Y se fue.

Poco después, a la noche, los siete enanos regresaron a la casa y se asustaron mucho al ver a Blanca-nieves en el suelo, inmóvil. La levantaron y descubrieron el lazo que la oprimía. Lo cortaron y Blancanieves comenzó a respirar y a reanimarse poco a poco.

Cuando los enanos supieron lo que había pasado dijeron:

-La vieja vendedora no era otra que la malvada reina. ¡Ten mucho cuidado y no dejes entrar a nadie cuando no estamos cerca!

Cuando la reina volvió a su casa se puso frente al espejo y preguntó:

¡Espejito, espejito, de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?

Entonces, como la vez anterior, respondió:

La Reina es la más hermosa de este lugar, Pero pasando los bosques, en la casa de los enanos, la linda Blancanieves lo es mucho más.

Cuando oyó estas palabras toda la sangre le afluyó al corazón. El terror la invadió, pues era claro que Blancanieves había recobrado la vida.

-Pero ahora -dijo ella- voy a inventar algo que te hará perecer.

Y con la ayuda de sortilegios, en los que era ex-perta, fabricó un peine envenenado. Luego se disfrazó tomando el aspecto de otra vieja. Así vestida atravesó las siete montañas y llegó a la casa de los siete enanos. Golpeó a la puerta y gritó:

-¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo!

Blancanieves miró desde adentro y dijo:

-Sigue tu camino; no puedo dejar entrar a nadie.

-Al menos podrás mirar -dijo la vieja, sacando el peine envenenado y levantándolo en el aire.

Tanto le gustó a la niña que se dejó seducir y abrió la puerta. Cuando se pusieron de acuerdo sobre la compra la vieja le dilo:

-Ahora te voy a peinar como corresponde.

La pobre Blancanieves, que nunca pensaba mal, dejó hacer a la vieja pero apenas ésta le había puesto el peine en los cabellos el veneno hizo su efecto y la pequeña cayó sin conocimiento.

-¡Oh, prodigio de belleza -dijo la mala mujer-ahora sí que acabé contigo!

Por suerte la noche llegó pronto trayendo a los enanos con ella. Cuando vieron a Blancanieves en el suelo, como muerta, sospecharon enseguida de la madrastra. Examinaron a la niña y encontraron el peine envenenado. Apenas lo retiraron, Blancanieves volvió en sí y les contó lo que había sucedido. Entonces le advirtieron una vez más que debería cuidarse y no abrir la puerta a nadie.

En cuanto llegó a su casa la reina se colocó frente al espejo y dijo:

¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?

Y el espejito, respondió nuevamente:

La Reina es la más hermosa de este lugar.

Pero pasando los bosques, en la casa de los enanos, la linda Blancanieves lo es mucho más.

La reina al oír hablar al espejo de ese modo, se estremeció y tembló de cólera.

-Es necesario que Blancanieves muera -exclamó-aunque me cueste la vida a mí misma.

Se dirigió entonces a una habitación escondida y solitaria a la que nadie podía entrar y fabricó una manzana envenenada. Exteriormente parecía buena, blanca y roja y tan bien hecha que tentaba a quien la veía; pero apenas se comía un trocito sobrevenía la muerte. Cuando la manzana estuvo pronta, se pintó la cara, se disfrazó de campesina y atravesó las siete montañas hasta llegar a la casa de los siete enanos.

Golpeó. Blancanieves sacó la cabeza por la ventana y dijo:

-No puedo dejar entrar a nadie; los enanos me lo han prohibido.

-No es nada -dijo la campesina- me voy a librar de mis manzanas. Toma, te voy a dar una.

-No-dijo Blancanieves -tampoco debo aceptar nada.

-¿Temes que esté envenenada? -dijo la vieja-; mira, corto la manzana en dos partes; tú comerás la parte roja y yo la blanca.

La manzana estaba tan ingeniosamente hecha que solamente la parte roja contenía veneno. La bella manzana tentaba a Blancanieves y cuando vio a la campesina comer no pudo resistir más, estiró la mano y tomó la mitad envenenada. Apenas tuvo un trozo en la boca, cayó muerta.

Entonces la vieja la examinó con mirada horrible, rió muy fuerte y dijo.

-Blanca como la nieve, roja como la sangre, negra como el ébano. ¡Esta vez los enanos no podrán reanimarte!

Vuelta a su casa interrogó al espejo:

¡Espejito, espejito de mi habitación!

¿Quién es la más hermosa de esta región? Y el espejo finalmente respondió. La Reina es la más hermosa de esta región.

Entonces su corazón envidioso encontró repo-so, si es que los corazones envidiosos pueden encontrar alguna vez reposo.

A la noche, al volver a la casa, los enanitos encontraron a Blancanieves tendida en el suelo sin que un solo aliento escapara de su boca: estaba muerta. La levantaron, buscaron alguna cosa envenenada, aflojaron sus lazos, le peinaron los cabellos, la lava-ron con agua y con vino pelo todo esto no sirvió de nada: la querida niña estaba muerta y siguió estándolo.

La pusieron en una parihuela. se sentaron junto a ella y durante tres días lloraron. Luego quisieron enterrarla pero ella estaba tan fresca como una persona viva y mantenía aún sus mejillas sonrosadas.

Los enanos se dijeron:

-No podemos ponerla bajo la negra tierra. E hicieron un ataúd de vidrio para que se la pudiera ver desde todos los ángulos, la pusieron adentro e inscribieron su nombre en letras de oro proclamando que era hija de un rey.

Luego expusieron el ataúd en la montaña. Uno de ellos permanecería siempre a su lado para cuidarla. Los animales también vinieron a llorarla: primero un mochuelo, luego un cuervo y más tarde una palomita.

Blancanieves permaneció mucho tiempo en el ataúd sin descomponerse; al contrario, parecía dormir, ya que siempre estaba blanca como la nieve, roja como la sangre y sus cabellos eran negros como el ébano.

Ocurrió una vez que el hijo de un rey llegó, por azar, al bosque y fue a casa de los enanos a pasar la noche. En la montaña vio el ataúd con la hermosa Blancanieves en su interior y leyó lo que estaba escrito en letras de oro.

Entonces dijo a los enanos:

-Denme ese ataúd; les daré lo que quieran a cambio.

-No lo daríamos por todo el oro del mundo -respondieron los enanos.

-En ese caso -replicó el príncipe- regálenmelo pues no puedo vivir sin ver a Blancanieves. La honraré, la estimaré como a lo que más quiero en el mundo.

Al oírlo hablar de este modo los enanos tuvieron piedad de él y le dieron el ataúd. El príncipe lo hizo llevar sobre las espaldas de sus servidores, pero su-cedió que éstos tropezaron contra un arbusto y como consecuencia del sacudón el trozo de manzana envenenada que Blancanieves aún conservaba en su garganta fue despedido hacia afuera. Poco después abrió los ojos, levantó la tapa del ataúd y se irguió, resucitada.

-¡Oh, Dios!, ¿dónde estoy? -exclamó.

-Estás a mi lado -le dijo el príncipe lleno de alegría.

Le contó lo que había pasado y le dijo:

-Te amo como a nadie en el mundo; ven conmigo al castillo de mi padre; serás mi mujer.

Entonces Blancanieves comenzó a sentir cariño por él y se preparó la boda con gran pompa y magnificencia.

También fue invitada a la fiesta la madrastra criminal de Blancanieves.

Después de vestirse con sus hermosos trajes fue ante el espejo y preguntó:

¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?

El espejo respondió:

La Reina es la más hermosa de este lugar. Pero la joven Reina lo es mucho más.

Entonces la mala mujer lanzó un juramento y tuvo tanto, tanto miedo, que no supo qué hacer. Al principio no quería ir de ningún modo a la boda. Pero no encontró reposo hasta no ver a la joven reina.

Al entrar reconoció a Blancanieves y la angustia y el espanto que le produjo el descubrimiento la dejaron clavada al piso sin poder moverse.

Pero ya habían puesto zapatos de hierro sobre carbones encendidos y luego los colocaron delante de ella con tenazas. Se obligó a la bruja a entrar en esos zapatos incandescentes y a bailar hasta que le llegara la muerte.

CUENTO FOLKLORICO

Don Olegario, El Aparecido

Nos contaba el abuelo que aquella madrugada fría, víspera de la fiesta de Todos los Santos, volvía Antón el Rico de depositar la novia, que había sacado esa misma noche, de casa de un pariente que vivía en una pedanía vecina, cuando en la iglesia parroquial sonó un doblar de campanas como llamando a misa de difun¬tos. Antón pensó que el cura había madrugado un poco más de lo acostumbrado para oficiar la misa. Llevado de su devoción —porque Antón era muy devoto— ¬entró en la Iglesia. Pretendía con ello rezar arrepenti¬do de la mala acción de haberse llevado la novia en la víspera de un día tan señalado como era el de Los San¬tos.

Empujó suavemente la puerta del templo, que cru¬jió de una manera que a él le pareció extraña; y cual no sería su asombro al ver desierta toda la nave del tem¬plo y sólo, allá en el fondo, junto al altar estaba el se¬ñor cura inclinado sobre un viejo y voluminoso misal. Desde lejos le pareció que el cura era más pequeño y acartonado. «Serán imaginaciones mías» —pensó Antón el Rico, un tanto temeroso. Pero se llenó de valor y decididamente avanzó hacia el altar, donde el cura mascullaba enrevesados latines.

—Llegas a tiempo, Antón; necesito un monaguillo pues el sacristán duerme a estas horas. Me ayudarás a decir la Santa Misa —dijo al tiempo que volvía la cabeza hacia el lado donde Antón estaba. No pudo Antón contener el gesto de terror, pues no era el mismo cura que esos días regentaba la parroquia, sino el viejo cura Don Olegario, que hacía ya muchos años que había muerto y que él conoció de niño y lo había cristianado igual que a otros críos del lugar.

Estaba incorrupto y amarillo y rígido de facciones. Ante esta descarnada visión, Antón quiso retroceder pero le pareció irreverente salirse de la iglesia en presencia del señor cura. Y se inventó una estratagema para salir de aquel pavoroso templo, de aquella situación límite.

—Mire usted, Don Olegario, que me he dejado la puerta de la iglesia abierta; y observe la madrugada fría que está haciendo. ¿Puedo ir a cerrarla? —dijo Antón con la voz entrecortada y metida en el cuerpo por el pavoroso miedo.

Don Olegario asintió con la cabeza. Entonces, An¬tón, de soslayo, con pasos nerviosos y precipitados, se fue para la puerta con la intención de salirse. Ya estaba medio en la calle cuando Don Olegario, desde el altar, estiró una larga pierna que llegó hasta la puerta, dejan¬do a Antón a la intemperie, no sin antes haberle apre¬sado media blusa entre sus chirriantes hojas.

Espantado salía Antón vereda abajo cuando tropezó ¬con un desconocido que viéndolo de aquel extraño modo le preguntó los motivos de su actitud despavorida. Entonces, Antón, un tanto aliviado, le contó lo de la novia depositada, lo del cura muerto y aparecido y lo de su larguísima pierna, tan larga como toda la nave del templo. El extraño, con voz cavernosa, dijo: «¿Se-ría tan larga como esta?» Y estiró una pierna que para la asustadiza imaginación del pobre muchacho llegaba a las laderas de los lejanos montes.

Atemorizado hasta del ruido de sus propios pasos, Antón siguió su camino. No había andado mucho cuando tropezó con una llocada de polluelos piando y picoteando las esparcidas briznas del suelo. Este hallaz¬go me halaga más —se dijo—. Y empezó a llamar —mini-mini— a los pollitos, que cogía de sus peque¬ñas alas y se los echaba al bolsillo. Confiado y un poco más alegre iba Antón cuando empezó a notar un peso insoportable en los bolsillos. Se metió la mano, y lo que eran suaves y cálidas plumillas de polluelos se le habían convertido en riscosas y frías piedras. Como quien se quita avispas, se las fue sacando, y al instante se convirtieron en un espeluznante bando de grajas graznadoras. Se le puso la carne de gallina. Caminaba huyendo de las sombras. Cualquier roce con las ramas o el liviano ruido de la hojarasca, le hacía volver la cabeza a todas partes con la desconfianza propia del zu¬llido por lo pavoroso e inexplicable.

No llevaría andados más de cien pasos, cuando tris¬cando delante de él se le apareció un blanco corderillo. Pensó que estos indicios le traerían mejor suerte. Cogió el lechal y lo cruzó sobre su cuello como si fuera el pastor y dueño del cándido y solitario corderillo. Anduvo así, con esta liviana carga algún trecho. Por vez primera, durante toda la madrugada, se sentía plenamente contento. Notó que en el bolsillo aún le quedaban algunos tostones. Instintivamente se sacó un puñado y, arrimándoselo a hociquito, le dijo:

—Borreguito, ¿quieres tostones?

—¿Tiene tu novia así los dentalones? —contestó con ronca y empalagada voz el sorprendente animal. Antón el Rico volvió la cabeza al oír cómo hablaba lo que él creía un inofensivo cordero, y cuál no sería su asombro cuando pudo contemplar, todo estremecido, a un extraño engendro, mitad diablo, mitad macho cabrío con unos negros y encorvados cuernos y una lengua roja, de arrebatado fuego, asomándole burlescamente entre unos largos e incisivos colmillos. Haciendo corcovas y empinándose sobre sus patas traseras, el horroroso bicho se perdió entre la espesura de los huertos.

Su asombro y su miedo crecían juntos. Sin capacidad de reacción, no le salía la voz del cuerpo, le temblaban las piernas y apenas si podía adelantar un paso. Sacando fuerzas de flaquezas, siguió adelante. Su ansia por desembarazarse de aquella agobiante pesadilla le hacía acelerar el paso. Ya estaba cerca del pequeño canal que atravesaba la ladrona y que servía de atajo. Quiso pasar, pero una turba de apariciones le cortaba el paso. En el centro mismo del canal, el que pasaba el agua de un bancal a otro, danzaba y se contorsionaba en endiabladas cabriolas enseñando la lengua y dando gruñidos guturales aquel espeluznante aquelarre.

Sobrecogido por el espanto, retrocedió en busca de un paso estrecho que la misma ladrona tenía un poco abajo y que Antón había saltado tantas veces. En precipitada huida iba recordando cuentos de brujas, duendes, fantasmas y aparecidos que cuando era niño contaban sus mayores al calor de la lumbre en las noches invernales. Y le vino a la mente aquella historia de la bruja que al mediar la noche abandonaba su cuerpo y se iba a bailar con otras por los caminos y campados mientras el marido azotaba vanamente el cuerpo sin ánima que le acompañaba en la cama. Tambi¬én recordó el de aquella otra que el esposo la dejó errante de por vida porque puso las tijeras hechas cruz sobre el cerrojo de la puerta. O el galope de un invisi¬ble caballo alrededor de la casa, sin dejar huellas de herraduras, en otra noche de difuntos, cuando él era niño y se reía porque su madre y sus tías y vecinas allí reunidas, rezaban un rosario a las benditas ánimas del Purgatorio.

Entonces lo comprendió todo; las damas, —con este galante nombre se las nombraba— las inveteradas bru¬jas, las contumaces noctámbulas, las eternas viajeras de la noche, le venían siguiendo desde el instante mismo en que dejó a su novia depositada en casa de su parien¬te.

En estos pensamientos iba cuando llegó al paso es¬trecho. Y cuál no sería su terror cuando vio nuevamente sobre la estrecha senda las mismas apariciones que en el canal de riego. El espantoso aquelarre hacía extra¬ños y horripilantes visajes en medio de la todavía os¬cura madrugada, mientras cantaba o coro:

«Tu alma condenada

pertenece al diablo.

Ven y haznos compaña:

nos está esperando.»

Y entre aquellas espantosas apariciones aún se le figuró otra más aterrante, y es que un gato, que él quería mucho, lo reconoció caminando entre aquella procesión de espectros. Lo cogió entre sus brazos, pero pronto quiso acariciarlo cuando se le encrespó sacando unas agresivas uñas. Lo despidió de sí con violencia sobre las aguas del cauce, mientras decía: «Ahí vas, alma».

—Eso es lo que yo quiero: tu alma —habló el gato con voz cavernosa y endemoniada, mientras se zambullía en las frías aguas con un ruido envuelto en humo, como aquel que hace una troncada al apagarla con un caldero de agua.

Entonces recordó las santas palabras que su madre decía siempre para conjurar al enemigo invisible. E invocó con todas sus fuerzas:

—¡Ave María Purísima! ¡Jesús, María y José! ¡En el dulcísimo nombre de Jesús! ¡Líbrame, Dios mío, de estas terribles visiones!

Al instante mismo desaparecieron todos aquello seres —si es que a tan fatídica turba podían llamársele seres— pudiendo llegar a su casa sano y salvo, Antón el Rico. Aquella misma semana se casó con brevedad, pues todo lo acaecido lo atribuía a que había sacado la novia en noche tan señalada.

Así terminaba el abuelo, con un tono de voz bajísi¬mo, casi apagado, su temeroso cuento. A nosotros, los niños, no nos cabía la ropa en el cuerpo del pavor y del miedo. Luego, no queríamos ir a la cama. Y nos costa¬ba tiempo reconciliar el sueño.

CUENTO CONTEMPORANEO

Verde, Verde

El Verde ya estaba aburrido de hacer siempre lo mismo: desde hacía seis meses que trabajaba pintando el paisaje, mañana, tarde y noche, sin parar.

Entonces decidió tomarse vacaciones y le pidió a su amigo el Amarillo que lo pintara en su lugar.

El Amarillo era un buen amigo y empezó con mucho entusiasmo, pero... a él nunca le había gustado trabajar y pronto se cansó.

Se sentó a descansar y pensó qué fácil sería su trabajo si los árboles no tuvieran hojas.

Llamó a su amigo el Viento y le pidió que soplara muy fuerte.

Y el Viento sopló y sopló; sopló tanto que todas las hojas salieron volando y los árboles se quedaron desnudos.

Y, sin hojas para pintar, el Amarillo se fue a dormir la siesta y, ¡durmió durante seis meses!

Hasta que volvió el Verde y lo despertó muy enojado:

-¡Qué hiciste! ¿Dónde están los colores? ¿Qué pasó con las hojas verdes...?

El paisaje estaba triste y descolorido.

-Y, ¿a dónde se fueron los pájaros y las mariposas? -siguió protestando el Verde.

Todos se habían ido al país de los Colores a pedir ayuda para volver a pintar el paisaje.

Y, ¿qué creen que pasó? Sí, durante los siguientes seis meses, y con la ayuda de todos, el paisaje volvió a llenarse de colores.

Hasta que el Verde volvió a cansarse y se fue nuevamente de vacaciones... y la historia se repitió otra vez.

¿Hasta cuándo?

¡Hasta dentro de otros seis meses!

LEYENDA

“Guaicaipuro”

Guaicaipuro, uno de los más valientes de nuestras tierras, se recuerda como un símbolo de libertad. A los dieciocho años ya era cacique de las tribus Teques y Caracas. Tenía gran resistencia física y mucho valor, por lo cual pudo defender su tierra y su raza.

Cuando luchó con Juan Rodríguez Suárez, logró apoderarse de la esposa del conquistador. Siendo tan valiente era muy difícil apresarlo. Para poderlo vencer, los españoles tuvieron que tomar la decisión de acorralarlo. Una noche , cuando Guaicaipuro se encontraba en su campamento acompañado por su esposa Urquía y unos pocos flecheros, Francisco Infante con ciento cincuenta soldados cayó sobre el campamento. La lucha fue desigual, sin embargo, la fiereza del cacique se impuso. Los españoles, para obligarlo a salir, prendieron fuego alrededor de la cabaña. Al salir, para continuar la desesperada lucha, una bala le atravesó el corazón.

Guaicaipuro gritó: “Venid, extranjeros, venid a ver como muere el último hombre de estos montes”. Sus palabras, en lengua indígena, sonaron en la noche como un trueno y luego se fueron apagando… Estaba muerto.

Su nombre ha quedado en nuestra historia como el de un representante valeroso de la raza aborigen.

MITO

El Arco Iris

En un bosque, a orillas del río Orinoco, vivían hacia mucho tiempo siete mariposas amigas. Cada mariposa tenía un color distinto: azul, rojo, verde, amarillo, violeta, añil y naranja.

Desde muy temprano, las siete mariposas volaban y danzaban alrededor de las flores y de las palmeras. Al anochecer buscaban su casa. Esta era una flor donde dormían unidas por sus alas entre las voces misteriosas de la selva.

Un día, la mariposa amarilla se hirió un ala y empezó a morir. Las compañeras se entristecieron mucho y también quisieron morir. El cielo se oscureció y comenzó a llover y el viento arrastró las siete mariposas muertas.

Una hora más tarde, cuando volvió a brillar el sol, una nueva maravilla apareció en el cielo: el arco iris con sus siete colores. Los colores que las mariposas habían regalado por su amistad.

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