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LA MODERNIZACIÓN EDUCATIVA 1988- 1994


Enviado por   •  5 de Septiembre de 2011  •  4.551 Palabras (19 Páginas)  •  2.256 Visitas

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LA MODERNIZACIÓN EDUCATIVA 1988- 1994

El empeño del ejecutivo en turno de darle sello propio a la política, ha impuesto la tradición nefasta de cambiar las prácticas educativas cada seis años sin que medie un estudio de su pertinencia e impidiendo que los esfuerzos sean sostenidos. Desde los años sesenta, los anuncios de “reforma educativa” se repitieron, aunque sólo en tres momentos hubo cambios sustanciales: el Plan de Once

Años (1959-1964), la “reforma educativa” de 1970-1976 y la “modernización educativa” del periodo salinista.

El Plan de Once Años intentó enfrentar los problemas que planteó la explosión demográfica, tratando de prever las necesidades que anunciaban las proyecciones de crecimiento de población con una planeación que permitiera preparar aulas, maestros y materiales para enfrentarla. Se aplicaron medidas de emergencia en construcción de aulas y capacitación de personal y se instituyó el libro de texto gratuito en la escuela primaria.

La expansión acelerada de la educación fue acompañada de una baja en la calidad de todos los sectores, al tiempo que la expansión espectacular del conocimiento, requería cambios educativos.

Por eso la reforma de los años setenta que se plasmó en la ley de educación de 1974, promovía un cambio de métodos de enseñanza destinado a desplazar el memorístico para preparar a los niños para un proceso permanente de aprendizaje. Se pretendía entrenarlos para inquirir e investigar, procesar la información y responder a problemas variados. Se agruparon los conocimientos transmitidos en la educación elemental dos lenguajes, español y matemáticas y dos ciencias, sociales y naturales. Esta enseñanza por áreas significó un cambio fundamental en las concepciones y prácticas pedagógicas tradicionales. Por otra parte, hubo el intento decidido de eliminar trabas reglamentarias para la acreditación de conocimientos y de ampliar la educación media para que el ciclo no sólo fuera preparación para entrar a instituciones superiores, sino que proveyera alternativas terminales (agrícolas o técnicas) que posibilitaran la incorporación al trabajo.

Pero las reformas fueron incapaces de cubrir el rezago educativo y mejorar la calidad de la escuela pública mexicana, cuyos contenidos no resultaban pertinentes para enfrentar los retos del desarrollo económico.

Todas las reformas se emprendieron sin diagnósticos y sin la experimentación y evaluación adecuadas ante la bendita prisa de aplicarla en el término de un sexenio presidencial, lo que le resta la solidez que la importancia de la educación amerita, amén de implicar el abandono de excelentes ideas y de sustituir grupos de trabajo eficientes y calificados por otros improvisados que volvieron a partir de cero.

Ahora bien, las críticas negativas que siempre despierta la educación pública mexicana es necesario situarlas en el marco de su gran complejidad, para calibrar el tamaño del reto que ha enfrentado.

La decisión respondía a la presión que había ejercido durante la campaña, uno de los principales grupos de intelectuales para que se creara una Secretaría de Cultura, pretensión que contravenía la meta básica del adelgazamiento del Estado. Además de absorber las instituciones existentes

(Instituto Nacional de Bellas Artes, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Conservatorio, Dirección de Publicaciones, etc.), creó una nueva burocracia.

La nueva institución sufrió un cambio de dirigencia y con ésta, de una parte de sus lineamientos. El Consejo emprendió la promoción de eventos artísticos y culturales de la más alta calidad, tal vez excesivos para un país con las carencias de México. También producción de cine y grabación de videos de cine clásico para venta y para préstamo en las bibliotecas públicas, subvención a la televisión cultural (incluyendo la fundación de un nuevo canal cultural), financiamiento de excavaciones en muchas zonas arqueológicas, así como exhibiciones museográficas, dentro y sobre todo fuera del país. En cambio, no logró darle coherencia a su ambiciosa labor editorial que favoreció a las editoriales privadas.

Es claro que planear los cambios en educación formal tenía mayores dificultades. El sexenio de Salinas, centrado en la transformación económica del país, cuyos objetivos, prioridades y estrategias se definieron en el Plan Nacional de De JOSEFINA ZORAIDA VÁZQUEZ.

Desarrollo, 1989-1994, reconoció que la educación era parte del cambio “inevitable” exigido por las transformaciones mundiales para que una nación en vías de desarrollo pudiera “competir y avanzar en sus intereses, anticipando las nuevas realidades”. Según rezaba el plan, “mejorar la calidad de la educación y de sus servicios de apoyo es imperativo para fortalecer la soberanía nacional, para el perfeccionamiento de la democracia y para la modernización del país”.

Se consideraba fundamental estimular la educación y la investigación de alto rango para mejorar el ejercicio de la ciencia y la tecnología y evitar la dependencia del exterior, pero las exigencias del Banco Mundial aseguraron que la educación básica se convertiría en prioridad para el desarrollo. Por tanto, la agenda de “modernización” de la educación fijó como objetivos: mejorar la calidad del sistema educativo, elevar la escolaridad de la población, descentralizar la educación y fortalecer la participación de la sociedad en el quehacer educativo.

Aunque a lo largo del sexenio la educación pública recobró presupuesto, la continuidad de las tareas se vio obstaculizada por cuatro cambios en el ministerio, no experimentadas desde los años cuarenta. Manuel Bartlett ocupó la cartera del 1º de diciembre de 1988 al 7 de enero de 1992; Ernesto Zedillo del 7 de enero de 1992 al 30 de noviembre de 1993; Fernando Solana del 1º de diciembre de 1993 al 11 de mayo de 1994 y de esa fecha a fin de noviembre, Ángel Pescador Osuna, lo que conllevó también relevo de algunos encargados de área.

La campaña presidencial había organizado foros sobre “reformas educativas”, pero ni los participantes ni los temas abordados se adoptaron en el plan definitivo, cuyo sello fundamental fue el de remover al poderoso Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), obstáculo insalvable para poder aplicar la descentralización de la educación que se venía prometiendo. Durante el sexenio de José López Portillo se había iniciado una “desconcentración” administrativa al establecer delegaciones generales en las entidades federativas, a cargo de los asuntos educativos estatales, pero con personal nombrado

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