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La Política De La Identidad Y De La Izquierda


Enviado por   •  26 de Septiembre de 2013  •  5.400 Palabras (22 Páginas)  •  290 Visitas

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01/08/1996

LA POLÍTICA DE LA IDENTIDAD Y LA IZQUIERDA

Eric Hobsbawm ( Ver todos sus artículos )

Eric Hobsbawm. Historiador. Acaba de aparecer en español su más reciente libro Historia del siglo XX.

Esta conferencia es sobre un tema nuevo por inesperado. Estamos acostumbrados hasta tal punto a términos como "identidad colectiva", "grupos de identidad", "política de la identidad" o, lo que es lo mismo, "etnicidad", que cuesta recordar que surgieron hace muy poco como parte del vocabulario o de la jerga actual del discurso político. Por ejemplo, en la Encyclopedia of the Social Sciences, internacional, que se publicó en 1968 -o sea, que se escribió a mediados de los años sesenta-, no se encuentra ninguna entrada del término identidad, excepto una sobre identidad psicosocial de Erik Erikson, a quien le interesaban sobre todo aspectos como la llamada "crisis de identidad de los adolescentes que tratan de descubrir qué son", y un texto general sobre la identificación de los electores. En cuanto a la etnicidad, en el Oxford English Dictionary de principios de los años setenta aparece aún como una palabra poco frecuente que indica "paganismo y superstición pagana", documentada con citas del siglo XVIII.

En suma, estamos abordando términos y conceptos que en realidad entraron en uso sólo en los años sesenta. Donde se sigue con más facilidad el surgimiento de estos términos es en los Estados Unidos, en parte porque ha sido siempre una sociedad interesada de un modo poco habitual en revisar su temperatura social y psicológica, su presión sanguínea y otros síntomas, y sobre todo porque la forma más obvia -pero no la única- de política de la identidad, a saber, la etnicidad, siempre ha sido crucial para la política estadunidense desde que se convirtió en un país de inmigración masiva procedente de todas partes de Europa. La nueva etnicidad hace su primera aparición pública con Beyond the Melting Pot de Glazer y Moynihan en 1963 y se convierte en un programa militante con The Rise of the Unmeltable Ethnics de Michael Novak en 1972. Huelga decir que la primera es obra de un profesor judío y de un irlandés, en la actualidad el senador demócrata más antiguo de Nueva York; la segunda obra es de un católico de origen eslovaco. De momento no hay necesidad de preocuparse mucho de por qué todo esto sucedió en los años sesenta, pero permítanme recordarles que, en el contexto del estilo de los Estados Unidos por lo menos, esa década fue también testigo del surgimiento de otras dos variantes de la política de la identidad: el moderno (es decir, postsufragista) movimiento de mujeres y el movimiento gay.

No estoy diciendo que antes de los años sesenta nadie se hiciera preguntas sobre su identidad pública. En situaciones de incertidumbre había algunos que a veces se las hacían; por ejemplo, en el cinturón industrial de la Lorena en Francia, cuya lengua oficial y nacionalidad cambiaron cinco veces en un siglo, y cuya vida rural se transformó en industrial y semiurbana, mientras que sus fronteras fueron retrazadas siete veces en el último siglo y medio. No es extraño que la gente dijera: "Los berlineses saben que son berlineses, los parisinos saben que son parisinos, ¿pero qué somos nosotros?" O para citar otra entrevista, "Soy de la Lorena, mi cultura es alemana, mi nacionalidad francesa y pienso en nuestro dialecto provinciano".1 En realidad, estas cosas sólo provocaban problemas genuinos de identidad cuando a la gente se le impedía poseer las identidades múltiples y combinadas que son naturales a la mayoría de nosotros. O más aún, cuando se aparta a la gente "del pasado y de todas las prácticas culturales que tienen en común".2 No obstante, hasta los años sesenta esos problemas de identidad incierta estaban confinados a zonas fronterizas especiales de la política. No eran aún cruciales.

Parece que se volvieron mucho más cruciales a partir de los años sesenta. ¿Por qué? No cabe duda de que hay razones particulares en la política y las instituciones de uno u otro país -por ejemplo, en los procedimientos peculiares que impone la Constitución en los Estados Unidos-, pongamos por caso, los juicios de derechos civiles de los años cincuenta, que al principio se aplicaron a los negros y después se extendieron a las mujeres, que proporcionan un modelo para otros grupos de identidad. De esto se puede deducir, sobre todo en países donde los partidos compiten por los votos, que constituirse en un grupo de identidad de este tipo puede proporcionar ventajas políticas concretas: por ejemplo, una discriminación positiva en favor de los miembros de esos grupos, cuotas en el empleo y así sucesivamente. Esto es también lo que sucede en los Estados Unidos, pero no sólo allí. Por ejemplo, en la India, donde el gobierno se ha comprometido en crear la igualdad social, de hecho puede compensar clasificarse como casta baja o pertenecer a un grupo tribal aborigen para así disfrutar del acceso extra a puestos de trabajo garantizados a este tipo de grupos.

Pero en mi opinión, el surgimiento de la política de la identidad es una consecuencia de los levantamientos y transformaciones extraordinariamente rápidos y profundos de la sociedad humana en el tercer cuarto de este siglo y que yo he tratado de describir y de comprender en la segunda parte de mi historia del "Short Twentieth Century", The Age of Extremes. Esta no es sólo mi opinión. El sociólogo estadunidense Daniel Bell, por ejemplo, en 1975 argumentaba que "la desintegración de las estructuras tradicionales de autoridad y de las unidades sociales afectivas previas -históricamente nación y clase- daban mayor realce al vínculo étnico".3

En realidad, nosotros sabemos que tanto la nación-Estado como los antiguos partidos políticos y movimientos basados en la clase se han debilitado a consecuencia de esas transformaciones. Es más, hemos vivido -y vivimos- una "revolución cultural" gigantesca, una "extraordinaria disolución de las normas sociales tradicionales, tejidos y valores, que dejó a tantos habitantes del mundo desarrollado en la orfandad y la desolación". Si me permiten seguir citándome, "Nunca se hizo uso de la palabra 'comunidad' más indiscriminada y vacuamente como en las décadas en las que las comunidades en el sentido sociológico se volvieron difíciles de encontrar en la vida real".4Hombres y mujeres buscan grupos a los que pertenecer, indudablemente y para siempre, en un mundo en que todo lo demás se mueve y cambia, en el que nada más es seguro. Y lo encuentran en un grupo de identidad. De ahí la extraña paradoja que

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