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La tacita de café Para Micky, dueño de la historia, mi hermano mi amig


Enviado por   •  4 de Julio de 2012  •  Reseñas  •  1.487 Palabras (6 Páginas)  •  596 Visitas

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La tacita de café

Para Micky, dueño de la historia, mi hermano mi amigo…

Cuando íbamos acercándonos, con el viejo camión al cuartel, yo pensaba en mi doble suerte: la de haber pedido prorroga en el servicio militar y la de haber nacido en el 63.Ese par de detalles, me salvaron de una posible e injusta muerte. Bah! supongo que todas las muertes son injustas, si uno no desea morir.

El paisaje era verde, muy verde. Y muy húmedo. De vez en cuando un estero, con aves sobrevolando, rompía el hastío del viaje. El lugar era mucho mas lejos de lo que yo habia supuesto, en el alma de la provincia de Corrientes.

Me detuve a pensar, en los extraños gestos de la gente, cuando yo expresaba cual seria mi destino. Que se yo...seria un lugar jodido o pobre o con la conducción de algún milico medio loco. O todas esas cosas a la vez. Otra vez, pensé en mi suerte. Después de las Malvinas, los militares estaban de capa caída, cosa que para mi carácter rebelde e indomable, era lo mejor que me podía pasar. De lo contrario, mi estadía en la colimba, se convertiría, seguramente en un pequeño infierno.

Que lejos parecía todo...hacia calor ...Un extraño sopor me invadió, cuando de pronto, la frenada brusca del camión, anuncio que habíamos llegado a destino.

Las 20 almas recién llegadas, dimos cuenta de un viejo edificio, enclavado extrañamente en el medio de un paisaje selvático. Bajamos, nos sacudimos la ropa y recién ahí me fije con mas atención en los otros muchachos y pensé que pocos éramos; mas aun teniendo en cuenta, el escaso movimiento de gente que se percibía en el cuartel.

Luego de dejar nuestras mochilas en la cuadra, un lugar lleno de camas -cucheta de metal, deberíamos pasar de a uno por el lugar en donde el Jefe, nos haría una pequeña...recepción?...entrevista?...

El lugar me pareció grande, demasiado grande para tan poca gente. Lo que yo no sabia, era, que con el correr de los días, lejos estaba yo de acomodarme a ese extraño e inmenso entorno, sino mas bien, que mi mirada se haría quizás, mas externa, mas de espectador, mas de no pertenecer...

Cuando llego el momento, el turno en la hilera que mansamente habíamos formado, sobre el apisonado piso de tierra de patio, el teniente se extrañó de mi condición de universitario. Allí comprendí, que la mayoría de mis compañeros eran analfabetos o casi.

Al salir de esa oficina, no solo era un soldado, sino era el nuevo escribiente del cuartel general y secretario del teniente.

Esta primer noche, fue difícil dormir; el silencio era denso, pesado, los mosquitos, revoloteaban encima de mi, en una odiosa sinfonía. Si se me ocurría taparme, el calor era insoportable. Y en ese afán de elegir, entre las picaduras y el calor, vi un pequeño rayo de sol, colándose por la ventana. Había comenzado un nuevo día...

En el desayuno, un gran silencio reinaba, contrarrestando la idea que yo tenia de los cuarteles, la fajina y los soldados. Con el tiempo, descubriría que el común denominador de ese silencio, era el reflejo fiel de todos y cada uno de los rostros. Nadie decía nada. Como si se ocultara un secreto tácito, algo que yo no podía descifrar y mucho menos entender.

Cuando el sol estaba alto, mis tareas, ya me habían sido designadas: mi trabajo consistía en llevar unos viejos libros de contabilidad, pasar algunos memorandums y quizás la fundamental: preparar el café.

La oficina no era muy grande, en el centro de la misma, un antiguo y pesado escritorio, en cuya base, se comenzaban a notar cierto deterioro. Este era el principal y único mueble, ya que las sillas y la estanterías, ambas del mismo material metálico, distaban mucho de entrar en dicha clasificación.

La llamada cocina, era una pequeña habitación rectangular con una mesada de granito rajado y sobre ella un anafe, alimentado por una garrafa de 10 Kg., que se encontraba a la derecha de la misma. Sobre un improvisado estante de madera, estaban: el tarro de café, el de azúcar y un par de tazas blancas que nunca se usaban. Sobre un repasador blanco se colocaban las tazas en uso y las cucharitas, previo su lavado, cubiertas por encima con otro repasador del mismo color.

Lo que mas me gusto de la cocina, era la ventana, una ventana quizás demasiado grande para el lugar; desde allí se podía ver el paisaje: totoras y muchos pájaros de diferentes colores tenían como hábitat ese estero.

Cuando el largo

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