Madrecita linda
Enviado por yanessa • 23 de Abril de 2013 • Informes • 2.710 Palabras (11 Páginas) • 365 Visitas
Madrecita linda:
Todos mis cariños se dispersan,
y todos mis rosales se deshojan,
y todas las fragancias se me alejan.
Sólo me quedas tú, piadosa y blanca,
como nombre de amor entre mis quejas,
como hilo de agua en el desierto,
como rosa de luz entre la selva…
Eres igual a un árbol cuya fronda
llena de nidos nos protege y canta.
Madrecita linda:
Tus lágrimas se han vuelto gemas;
deja que las engarce yo
en el hilo de oro de un poema
y hacer así un collar para tu amor.
Infancia:
El delantal atado a tus caderas,
tus manos espumosas de jabón
jabonando mi pecho de manera
que lavabas el propio corazón.
Corazón de muchacho pendenciero
que odiaba a cura y sacristán, y quiso
hacer de ellos aves de mal agüero
sin maternal permiso,
ganado seis azotes en el cuero.
¡Madrecita linda!…
¡Si te quiero mucho!…
¡No me pegues más!…
¡Muchachito lindo!…
¡Yo también te quiero!…
¡Déjame pegar!…
Y el diálogo a voces:
una de amenaza, otra de rogar,
terminaba siempre con beso y promesa
de eterna humildad.
¡Aroma de maíz recién molido!…
el humo de las viandas… ¡Mesa puesta!…
Mi madre tiene corazón de nido
y en él dormí, para soñar, la siesta.
Los pájaros, el agua, la lejía,
la ropa a componer, todo tenía
en su rutina gris una alegría…
Con el oro del sol que se ponía
troquelamos monedas deslumbrantes,
y en platino de luna que caía
montamos los diamantes
de tus mejores besos, madre mía,
dulce como la miel de los panales
y buena como el pan de cada día.
Tus manos eran hadas, nos vestían.
Tu plegaria era luz: nos alumbraba.
Y música tus besos: nos dormían
al calor del amor con que besaban.
El Colegio.
Ojiverde, ceñudo… Flaco… Gallo
de “troya”, “trompis”, “pútzes” y béisbol,
que puso “media luna” al “papagayo”,
soñando herir al sol,
y correteaba al tren ciego de humo,
furia en los ojos y guijarro en mano,
para volver, sangrante y taciturno,
por la fuga del tren y del guijarro.
¡Faroles de Izamal que me sirvieron
para afinar el tino de mi piedra!…
¡cristales que prendieron
sus pupilas opacas en la hiedra!…
1 más 2… 3 burros… X… Z…
La cruz del alfabeto que es aún
como agobio mortal… Y la palmeta…
Y el espanto… ¡Fuera de clase, tú!…
Me hiciste un traje igual al del muchacho rico
que un día, en clase, se alejó del banco
y me llamó “borrico”
porque iba remendado mi trajecito blanco…
¡Y esa otra vez!… ¡Al recordarla vibro!…
¡Como te pusiste a llorar
porque en casa no había para comprarme un libro
y porque no tenía yo ganas de estudiar!…
En el viejo cansancio pueblerino
balbucí mis primeras tonterías
en versos que enseñabas al vecino,
leías, me mirabas y reías…
Reías con no sé qué de venturoso
de plácido, de dulce, de amoroso,
mostrándome los dientes apretados
y blancos, blancos, blancos…
Con tu sonrisa limpia me alentabas,
madre siempre tan buena,
crucificada en tu sagrado nombre,
¡crucificada en la ilusión suprema
de ver un beso transformado en hombre!…
...