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Pedro Y Juan


Enviado por   •  26 de Septiembre de 2013  •  885 Palabras (4 Páginas)  •  356 Visitas

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La última que le tentó fue la medicina, y se aplicó al trabajo con tanto ahínco, que acababa de obtener su doctorado en poco tiempo, gracias a los exámenes extraordinarios que le concedió el ministro. Era exaltado, inteligente, voluble y tenaz, atiborrado de utopías y de ideas filosóficas.

Juan, tan rubio como moreno era su hermano, tan tranquilo como apasionado era su hermano, tan dulce como rencoroso era su hermano, cursó tranquilamente su carrera de derecho y acaba de obtener el diploma al tiempo que Juan recibía el de médico.

Ambos se tomaban un descanso junto a su familia y ambos tenían el proyecto de establecerse en El Havre si lograban hacerlo en condiciones satisfactorias.

Pero una imprecisa envidia, una de esas envidias sosegada que aumentan de un modo casi invisible entre hermanos o entre hermanas hasta la madurez y que estallan con ocasión de una boda o de un suceso feliz que favorece a uno de ellos, los mantenía vigilantes dentro de una fraterna e inofensiva enemistad. Desde luego, se querían, pero recelaban uno del otro. Pedro, que al nacer Juan contaba cinco años, miró con hostilidad de animalejo mimado a ese otro animalito que apareció de pronto en brazos de su padre y su madre, y que era tan amado y tan acariciado por ellos.

Juan había sido desde su infancia un modelo de dulzura, bondad y de carácter invariable. Pedro estaba cansado de oír continuamente a ese muchachote gordinflón cuya dulzura le parecía debilidad, la bondad simpleza y el afecto ofuscación. Sus padres, gente práctica que soñaba para sus hijos una situación de honorable medianía, le reprochaban sus indecisiones, sus entusiasmos, sus intentos malogrados, todos sus arranques impotentes hacia unas ideas generosas y unas profesiones brillantes.

Desde que llegó a ser un hombre, ya no le decían: «Observa a Juan e imítalo», pero cada vez que oía repetir: «Juan ha hecho esto, Juan ha hecho lo otro», comprendía perfectamente el sentido y la alusión ocultos en esas palabras.

Su madre, mujer de orden, una burguesa ahorradora y un poco sentimental, apaciguaba continuamente las pequeñas rivalidad que a diario se originaban entre sus dos hijos debidas a las pequeñeces que surgen en la vida común. Por otra parte, turbaba en aquel momento su sosiego un ligero acontecimiento y temía una complicación, ya que durante el invierno, mientras sus hijos terminaban sus estudios especiales, conoció a una vecina, madame Rosémilly, viuda de un capitán de la marina mercante, muerto dos años antes en un naufragio. La joven viuda, jovencísima, veintitrés años, mujer juiciosa que conocía la vida por instinto, como un animal libre, como si hubiera visto, sufrido, comprendido y pesado todos los acontecimientos posibles, que todo lo juzgaba con espíritu sano, estricto y benévolo, había tomado la costumbre de ir a bordar y charlar un rato, por la noche, a casa de esos amables vecinos que le ofrecían

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