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El juramento de patracoras


Enviado por   •  22 de Mayo de 2013  •  Tutoriales  •  6.371 Palabras (26 Páginas)  •  426 Visitas

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EL JURAMENTO DE PATRACORAS

En un tiempo muy remoto, había una hermosa tierra, por oriente, conocida como reino de flandria.

Bueno, lo de que era oriente es un decir, puesto que no es lo mismo mirarla desde occidente que desde el mismo oriente, ya que entonces…

Gobernaba flandria un buen rey llamado barsafey, al que sus súbditos amaban y respetaban. Algunas malas lenguas aseguraban que se debía a que barsafey les había eximido de pagar impuestos, pues la economía del reino era inmejorable gracias a la paz disfrutada durante más de un siglo.

Fue por aquel entonces cuando se produjo la revuelta de los nobles, comandados por el muy malvado y ambicioso conde patracoras.

Patracoras, que era primo lejano del rey, tomaba la palabra en todas y cada una de las reuniones del consejo del reino para solicitar que volvieran a cobrarse los impuestos a los súbditos de flandria. Las razones que argüía eran simples: las arcas, tarde o temprano, se agotarían, y entonces…

El buen rey barsafey cortaba de raíz los gestos de aprobación que las palabras de patracoras solían provocar entre sus más allegados, nobles tan ambiciosos como él.

- El día que se agoten las arcas, hablaremos; pero ahora no veo motivos para volver a cobrar impuestos. -¿y si nos ataca uno de los reinos vecinos, envidiosos de nuestra prosperidad? – insistía patracoras.

En otros tiempos fuimos demasiado estúpidos y peleamos entre todos. Aquello nos hizo aprender, y por esa razón los últimos cien años han sido tranquilos. Ya no tenemos ejércitos.

Y era cierto. No solo flandria; tampoco los reinos vecinos tenían ejércitos. Lo mejor, para no caer en la tentación de “utilizar” un ejército, era no tenerlo.

Pero el malvado conde patracoras, retorcido e insidioso, no se contentaba con ser frenado una y otra vez por la palabra del rey en las reuniones del consejo. – A este paso – decía a uno-, muy pronto los súbditos serán tan ricos como los nobles, ¿y cuándo se ha visto eso? ¿Te imaginas a un vasallo hablándote de igual a igual, o con tantas tierras como tú?.

- Puesto que los nobles no podemos ennoblecernos más – susurraba a otro-, y los pobres dejaran de serlo, las diferencias se acortaran hasta el punto de que nuestras hijas serán pedidas en matrimonio por ellos. ¿ y qué haremos con semejante populacho?

Años y años estuvo el perverso conde patracoras insuflando veneno en los más propicios a su causa, puesto que no todos los nobles del consejo del reino se dejaron tentar por sus maquinaciones. Hasta que finalmente, un día aciago, se creyó tan fuerte y poderoso que consumo una funesta rebelión, alzándose en armas contra barsafey.

Y ello significó la guerra en flandria. La peor de las guerras: la civil.

Patracoras no contaba con dos factores que a la postre serian claves: en primer lugar, el pueblo; en segundo, la amistad de los reinos vecinos. La revuelta de los nobles se produjo en el mismo salón del consejo del reino, una mañana de primavera, en plena asamblea. El rey y sus fieles fueron reducidos sin derramar una gota de sangre, el palacio ocupado, la esposa y el hijo barsafey, el príncipe heredero fansifaras, encerrados en sus habitaciones. Aquel mismo día, en presencia del maniatado barsafey y de su hijo, patracoras se autoproclamo rey. ¿Qué iba a ser del buen barsafey?

- Serás ajusticiado al amanecer – le notifico patracoras.

- No puedes hacerlo – respondió el rey con altivez-. En flandria no existe pena de muerte, ¿lo has olvidado? Ni siquiera hay cárceles, porque no han hecho falta en los últimos cien años.

Patracoras se echo a reír. Sus acólitos le secundaron. Una carcajada general inundo la sala del trono. – Las leyes están hechas para ser cambiadas, especialmente las leyes estúpidas – le dijo a barsafey-. Y te aseguro que esta, después de la de no pagar impuestos, me parece la más estúpida de todas.

- Mátame a mí – se ofreció el rey-, pero no le hagas nada a mi esposa y a mi hijo. Ellos no tiene la culpa… -¿y dejar vivo al heredero de la corona? – le interrumpió patracoras-. ¿no crees que me pides demasiado? Me temo que no pueda complacerte, barsafey. Las cosas, de hacerse, han de hacerse bien. Ahora el reino de flandria es mío. Pero patracoras ignoraba algo, en bordobi, la capital del reino, en cuyo centro se alzaba el palacio real, los súbditos de barsafey se disponían a defender su libertad. No eran soldados, no sabían pelear, y sus únicas armas consistían en palos y horquillas de labranza; sin embargo tenían un arma eficaz, con la que proteger su orgullo e independencia: la razón.

Al amanecer, miles de habitantes de estos reinos, con sus reyes al frente, habían cruzado las fronteras de flandria, dispuestos a ayudar a barsafey… y ayudarse a la postre a sí mismos, puesto que cualquiera sabe que una manzana podrida suele contagiar a las más cercanas. Lo sucedido en flandria podría expandirse como una mancha de aceite, y convenía cortar el mal de raíz.

Patracoras, al ver a la muchedumbre enardecida dispuesta a asaltar el palacio, apenas si podía creerlo. -¿Qué hacen? –grito perplejo-. ¡Esos patanes son unos ignorantes! ¿Desde cuándo el pueblo tiene voz y voto?

- Menosprecias aquello que un buen gobernante debe respetar siempre, patracoras –le dijo barsafey-. Ningún rey lo es sin un pueblo, ni merece serlo sin su amor. Estas perdido: ríndete ahora y evitaras lo peor.

- Estas tan ciego que ni siquiera reconoces tus errores –lamento el rey barsafey. Antes de que el conde patracoras pudiera responder, se produjo el primer ataque.

La sangre derramada probaba lo cruento de la lucha, lo terrible y desigual de la batalla – espadas contra palos-, pero también la irresistible fuerza de la verdad. Todos los nobles rebeldes habían muerto. Todos menos uno. Su líder e instigador: patracoras.

En la sala del trono, el pueblo de flandria aclamo a su rey cuando este se sentó nuevamente en su sitio.

-¡viva el rey! -¡viva flandria! -¡viva el príncipe heredero, fansifaras!

El pequeño príncipe, de diez años de edad, lo contemplaba todo absorto pero feliz, sabiendo que aquellas escenas jamás habrían de borrarse de su memoria. De pie junto a su padre, revestido de solemnidad y consciente de la importancia de lo que sucedía en aquellas horas, su condición de niño contrastaba con el peso del deber, siempre pensó que debería ser un buen rey cuando sucediese a su padre. – grito la multitud que abarrotaba la sala, agitando sobre sus cabeza un bosque de palos y horquillas.

Barsafey acallo las voces levantando las manos. Al hacerse el silencio, la voz de patracoras se escucho intempestiva y llena de desprecio. -¡no podéis matarme! ¿lo olvidáis? – se rio burlón, haciendo

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