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Heroes Paraguayos


Enviado por   •  10 de Julio de 2011  •  5.308 Palabras (22 Páginas)  •  1.151 Visitas

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Un Héroe de verdad, Capitán José Matias Bado

Hace ya un tiempo que venia buscando info de O'leary en Internet, pero nunca habia nada, asi que me decidi a transcribir un fragmento de su obra "el libro de nuestro heroes" como esta obra ya fue escrita hace mas de un sigro, ya paso a ser una obra universal... Voy a ir posteando las hazañas del Coronel Oviedo, de Valois Rivarola de Caballero, de Escobar etc.... 

Dentro de la muchas hazañas que se pueden describir dentro de la rica historia de la guerra de la Triple Alianza que enfrento a Paraguay contra Brasil, Argentina y Uruguay desde 1865 a 1870, la mayoría de estas permanece ignorada por la juventud, es por eso me decidí a que tiene que estar en la red la historia de estos héroes, que fueron rescatados por la pluma de Juan Emiliano O´leary ha ya hace más de un siglo... 
Aquí voy a ir transcribiendo las hazañas de nuestro ejército descriptas por la pluma de Juan Emiliano O´leary, dentro de una guerra cruel y sangrienta... donde tal vez éramos inferiores en número, pero ampliamente superiores en valor, coraje y heroísmo....

CAPITAN BADO

Después del desastre de Tuyutí, la situación del Ejercito Paraguayo era desesperante. Había sido despedazado, y el enemigo aumentaba cada día su poder. 
Solano López no podía adivinar que había obtenido una esplendida victoria moral. No sabía que el enemigo estaba acobardado, atacado de parálisis, tembloroso en sus posiciones. Esperaba la prosecución de la ofensiva, el avance del invasor 
¿Como detenerlo? 
Fue menester una voluntad muy grande para no darse por vencido. Y la voluntad del generalísimo paraguayo era todopoderosa. Agréguese a esto una actividad infatigable, y se tendrá la explicación de todos los milagros realizados en el curso de una guerra de más de cinco años. 
Ante el peligro, pues, no desmayo. Lejos de esto, se multiplico para terminar el gran cuadrilátero y para reorganizar rápidamente nuestros ejércitos. 
Pero había que estar alerta. El enemigo tenia que ser vigilado, día y noche, en sus más mínimos movimientos. Debía sorprenderse, si era posible, hasta sus más secretas intenciones. El era el alma de la patria... pero esta necesitaba a mas de tener alma y brazos, ojos escudriñadores y oídos perspicaces. Y el Mariscal, que tenia la virtud de adivinar a sus hombres, adivino al que le hacia falta en aquellos momentos. 
En medio de la febril actividad en que vivía tuvo tiempo para visitar los cuerpos raleados, interrogar a la tropa y buscar a su héroe. Y en uno de los regimientos de caballería dio con el. Era un mocetón pilarense, alto, delgado, de tez blanca y grandes ojos pardos. Había nacido en los campos del Ñeembucu, era consumado jinete, poseía una audacia inmensa y una fuerza colosal. Simple cabo, se había hecho notar como incomparable tronchador de cabezas. Ya se hablaba de sus hazañas en las avanzadas, de sus misteriosas excursiones, sus salidas nocturnas y sus vueltas triunfales. Era, en una palabra, el hombre que al Mariscal López faltaba. Se llamaba José Matías Bado. 
Llamado al cuartel general, recibió las instrucciones del caso. Y se puso enseguida en movimiento, luciendo su flamante gineta de sargento. Era junio de 1866. Hacia un frío insufrible. Caían unas heladas crueles. Per esto favorecía los planes de Bado, quien escogió siete compañeros, instruyéndolos con sumo cuidado. 
Todas las noches debía visitar el campamento enemigo, trayendo pruebas materiales de sus proezas. No bastaría que dijese, por ejemplo, que había llegado hasta la carpa de Mitre. Tenia que probarlo. Este era su compromiso... 
Y empezaron sus operaciones... 
Al frente de sus siete compañeros, avanzo hacia las líneas brasileñas. Entro en la selva de Sauce, salio en el Potrero de Piris y se dirigió a la retaguardia de Tuyutí. 
Era más de la media noche. El viento Sur cortaba. 
Los expedicionarios se agazaparon en una picada, tratando de orientarse. Y, luego, después, se arrastraron hacia donde habían oído un leve murmullo. 
Eran dos centinelas brasileños que distraían el sueño hablando en la oscuridad. 
Bado dijo a los suyos algunas palabras en voz baja. Reino después un corto silencio. Al cabo de algunos minutos se pudo oír entre los vagos rumores de la noche algo como un jadeo, ruido de dos cuerpos que caían, después nada. 
Algunas horas mas tarde llegaba Bado al primer puesto avanzado de nuestras líneas, conduciendo dos robustos soldados imperiales, atados desde los pies hasta la cabeza, como dos extraños rollos de tabaco negro... 
Al día siguiente fue repartido el botín entre los ocho héroes de la jornada. 
Y los dos prisioneros cantaron claro todo lo que sabían. 
La continua desaparición de los centinelas alarmo al enemigo, que tomo precauciones. Pero Bado tomo también las suyas. En las siguientes excursiones, no solo se cubrió los pies con una espesa capa de cerda, sino que se vistió con hojas de palma, como para que le confundieran con los innumerables yataís que pueblan aquellas regiones. Y los centinelas siguieron cayendo. Antes del alborear estaba, indefectiblemente, de vuelta, con la presa habitual. 
Algunas veces los centinelas enemigos tenían tiempo de defenderse, daban gritos y hasta llegaban a ir en su socorro. Pero esto entraba ya en el programa. En ese caso dos o tres compañeros se encargaban de reducirle, atarle y llevarle, mientras los otros hacían fuego sobre los que llegaban. Después se arrojaban al estero y desaparecían. 
Solía, también, operar a caballo en pleno día. Para esto tomaba un animal educado a propósito. Y, sin freno ni silla, se dirigía hacia uno de esos soldados destacados de las líneas enemigas, sobre los pasos del Bellaco. Echado a un costado de su caballo, colgado de una pierna, se aproximaba lentamente en medio del alto y espeso pajonal sin llamar la atención de nadie. Y, de pronto, se lanzaba en una vertiginosa carrera, cogiendo al enemigo por el cuello, o por el brazo, y arrastrándolo hasta nuestras posiciones. Parece esto inverosímil, y he aquí uno de los hechos más reales de nuestra fantástica guerra. Esta hazaña fue repetida por el Coronel Meza y otros jinetes de nuestro ejército. 
Pero aquí no termina la audacia de Bado. 
A veces se internaba, completamente solo, en el campamento de los aliados. Y vestido con el uniforme de una de sus victimas, se paseaba tranquilamente por todo Tuyutí, tomando buena nota de las obras de defensa y de todas las novedades del campamento. Y para convencer al superior de la veracidad de sus noticias, se insinuaba en el cuartel general, con su cara tiznada de negro, con el cuello del capote levantado y el kepí metido entre la ceja, no despertando sospechas, oyendo lo que se hablaba Y ocultando en sus bolsillos lo que encontraba a mano. Así solía llegar

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