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DERECHO LABORAL


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El cartismo o la lucha parlamentaria por los derechos del proletariado

noviembre 30, 2009 blademanu Deja un comentario Go to comments

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Entre 1780 y 1790, una oleada de grandes cambios sacudió el mundo y modificó su aspecto para siempre. La doble revolución, francesa e industrial, fue el acicate definitivo que alimentó los numerosos alzamientos del siglo XIX. Como diría Fichte, mientras la primera buscaba reducir las diferencias político-sociales entre unos sectores privilegiados y otros desfavorecidos, la segunda asestaba nuevos golpes a esa brecha.

La Revolución Industrial dio un acelerado impulso a la economía y la producción

En la Inglaterra de 1815 se estaba produciendo un rapidísimo desarrollo industria, especialmente al norte del país. El ferrocarril y el algodón fueron los pilares sobre los que se cimentó el imperio mundial. Su sólido mercado financiero le permitió dominar, sin presentar batalla, a gran parte de la Sudamérica que se independizaba de España, pero también a las naciones más débiles del Viejo Continente. Los terratenientes ingleses profesaban una mentalidad comercial únicamente preocupada por el cómputo de sus ganancias. En un principio los rendimientos se multiplicaron exponencialmente, lo que enriqueció rápidamente a un pequeño sector de inversores y patronos. Sin embargo, una cadena de producción a tal nivel requiere de un gran mercado de consumidores para mantenerse, pero esto no siempre fue posible.

Representación de la batalla de Waterloo, en1815, con Napoleón en primer plano

Tras la batalla de Waterloo, las potencias absolutistas de Antiguo Régimen volvieron a copar la dirección de la mayoría de países europeos. Inglaterra quedó al margen de la Santa Alianza y esto le granjeó algunos enemigos comerciales. La oferta de trabajo en las fábricas, siempre en condiciones precarias, hizo rápidamente de las ciudades focos de insalubridad y hacinamiento, donde los obreros tenían que convivir con el miedo a caer enfermos. El éxodo a la ciudad causó un brusco descenso en la mano de obra, lo que provocó, asimismo, que se cosecharan menos frutos. El fin de las guerras napoleónicas acentuó la situación de paro y hambre en Inglaterra. Hasta 300.000 hombres, anteriormente alistados, quedaban exentos de acudir al servicio militar. Ante la crisis, las fábricas decidieron sustituir a los obreros expertos por otros novatos, con un sueldo menor, o incluso por máquinas. El movimiento ludita comportó una serie de revueltas entre 1811 y 1812, pero también en 1817, en las demarcaciones de Nottingham, Yorkshire o Leicester. El mítico –e inexistente- personaje Ned Ludd fue tomado como insignia por grupos anónimos de obreros que, ante el peligro de perder sus puestos por la introducción de nueva maquinaria, destruyeron y quemaron fábricas, tejedoras y cosechadoras. Este tipo de reivindicación no tuvo aceptación y fue inviable a largo plazo.

Caricatura el movimiento ludita

A partir de 1820 el capitalismo hacía estragos en Inglaterra: las cosechas fueron escasas por lo que se acentuó la carestía de alimentos; el fin de las guerras en Europa impulsó la inflación de los precios y aumentó el número de pobres (asistidos por la misma ley desde época de Isabel I); como hemos dicho, creció el paro por la desmovilización de soldados; los obreros trabajaban y vivían en pésimas condiciones -como apunta McDouall y nos ilustra Charles Dickens en Oliver Twist-. El Parlamento, aun viendo la situación social, se negó a desarrollar los impuestos sobre la renta.

Fotograma de la película “Oliver Twist”, basada en la obra homónima de Charles Dickens

Con el paso de los años, artesanos, tejedores, herreros, montadores, una variada tipología de trabajadores fueron hilvanando una consciencia grupal, resultado de vivir las mismas experiencias traumáticas y de defender intereses similares. Así fue como nació la “clase obrera”, pero no en el sentido marxista de estructura o categoría previa, monolítica, sino como un fenómeno histórico moldeado por un largo proceso.

La dinámica de los acontecimientos, tarde o temprano, conllevaría un giro en la situación. La idea se venía rumiando desde los comienzos del siglo. Los textos de Bentham y Paine alentaban a la clase obrera, pero los sucesos antes expresados colmaron el vaso de “la economía moral de la multitud”, en palabras de Thompson.

Los niños menores de diez años también trabajaban en las minas durante doce horas

En este

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