Movimiento Circular

Sabemos que la educación no consiste simplemente en la transmisión de unos conocimientos

más o menos teóricos o instrumentales, sino en la transmisión de un saber más esencial. Se ha dicho que

educar es enseñar a vivir, entendiendo que el fin de tal aprendizaje es que la persona aprenda a ser

autónoma y a orientarse de acuerdo con unos principios o valores éticos fundamentales. Tales

principios no son otros que los derechos humanos, recogidos por la Constitución, y aplicados en cada

caso a las situaciones, los cambios y los retos con que nos encontramos. Aunque los valores o derechos

sean los mismos, la forma de interpretarlos dependerá de la realidad que vivimos.

La calidad de vida puede entenderse como el conjunto de condiciones materiales y espirituales

que permiten el florecimiento y la expansión de los valores necesarios para la convivencia y para el

reconocimiento de la dignidad absoluta de todos y cada uno de los ciudadanos. Es un nuevo término para

denominar al bienestar en unas sociedades en las que se da por supuesto que las necesidades elementales

están satisfechas y las injusticias más flagrantes no se producen. Sociedades que viven bajo un estado de

derecho, respetando unos derechos sociales y aceptando unas formas democráticas de convivencia. En

ellas no hay que hablar de exclusión de la mujer, pero sí de distintas discriminaciones de género; no

existen las hambrunas ni la gente muere porque falte la atención médica más elemental, pero la atención

sanitaria no es todavía equitativa; todos los niños y niñas están alfabetizados, pero hay fracaso escolar y

los profesores viven insatisfechos; son sociedades de mercado y de consumo, que ofrecen oportunidades

de ocio y de cultura, pero tienden peligrosamente a subordinarlas a los imperativos consumistas. En tales

sociedades, que son las nuestras, el bienestar se entiende como la posibilidad de vivir una vida de calidad

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