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COMO UNA NOVELA


Enviado por   •  2 de Septiembre de 2013  •  2.445 Palabras (10 Páginas)  •  345 Visitas

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Jesús Huertas Sánchez

Didáctica de la Lengua T7

COMO UNA NOVELA

Daniel Pennac

Daniel Pennac (Casablanca, 1944) es el seudónimo del escritor francés, nacido en Marruecos, Daniel Penacchioni. Pennac ha sido profesor de enseñanza media, y como escritor, se dio a conocer con su serie de novelas negras de la saga de los Malaussène, ambientadas en el multicultural barrio parisino de Belleville, donde actualmente reside. Su preocupación por temas educativos se refleja en sus libros infantiles, en el célebre ensayo Como una novela (1992) o en su último libro publicado, Mal de escuela (Premio Renaudot 2007).

“El verbo leer no soporta el imperativo. Aversión que comparte con otros verbos: el verbo “amar”…, el verbo “soñar”…”

Así comienza Como una novela, con este párrafo que constituye una declaración de principios del autor y a la vez una perfecta síntesis de todo lo que vendrá a continuación.

Y no es baladí que aparezcan desde un primer momento verbos como “amar” o “soñar”. Aunque Pennac quiere dejar claro que Como una novela no es un libro de reflexión sobre la lectura (que lo es, vaya que sí) sino una tentativa de reconciliación con el libro (que también), yo añadiría algo que el autor, en su modestia, no puede decir, y es que esta deliciosa obrita un tanto inclasificable es un acto de amor hacia los libros y hacia la lectura.

No, no he sufrido un fulminante ataque de cursilería mientras escribo estas líneas, el mismo Pennac considera el leer el mismo cuento cada noche a un niño “una prueba siempre nueva de un amor infatigable”, o nos regala perlas como “las cosas más hermosas que hemos leído se las debemos siempre a un ser querido”, o directamente, aunque en boca de una alumna, compara el leer en voz alta con un acto de amor.

Como una novela es un ensayo que no parece un ensayo, no hay ni el mínimo rastro de jerga y pedantería, y sí de entusiasmo y ganas de comunicarse y llegar a todo el mundo. Como podemos leer en la contraportada de su edición española (Anagrama, 1993): “Como una novela se lee realmente como una novela”. No creo que se pueda decir algo mejor sobre este libro (o sobre cualquier otro).

Escrito en forma de monólogo, está dividido en cuatro partes que a su vez están subdivididas en muchos capítulos cortos que se leen en un suspiro. Tres o cuatro viajes en metro y… liquidado. Como una novela se lee con mucha facilidad, pero cuidado, no por ello debemos caer en el error de menospreciar o pasar por alto su carga de profundidad. El mérito es sin duda del autor, hábil contador de historias siempre con un punto de ternura y mucho sentido del humor, y con un especial talento para electrizar su prosa con pequeños chispazos de poesía. Pennac conoce el arte de hacer fácil lo no tan fácil.

En la primera parte, Nacimiento del alquimista, Pennac apela al narrador/libro que todos podemos ser (escribe, como padre, en un significativo “nosotros”) el que inventa o lee historias a sus hijos por las noches y no exige nada a cambio. ¿Cuántos tuvieron la suerte de compartir esos momentos de intimidad, casi religiosos, con sus padres, que les leían en voz alta una y otra vez la misma historia como un regalo? Y sin hacer preguntas, sin preocuparse de si el niño lo comprendía todo o no, totalmente gratis. Porque qué más da si algo no se entendía: ¡había palabras bonitas y emoción!

Luego llegó la escuela, el niño aprendía a leer, y los padres lo dejaron solo, delante de un libro hostil. Y empezaron a preguntar sobre el contenido de lo leído (“éramos su cuentista, nos hemos convertido en su contable”), incluso a castigar al niño sin televisión. De este modo, y Pennac ahí lo clava, la televisión se eleva a la dignidad de recompensa y la lectura es lamentablemente rebajada al papel de tarea.

Pennac hace suyas estas palabras de Rousseau: “suele conseguirse con gran seguridad y premura aquello que no se tiene prisa por conseguir”, y apuesta, para recuperar el placer y el deseo de aprender, por volver a leer al niño por las noches, en voz alta, gratuitamente. Y más tarde, el niño empezará a hacer preguntas, y finalmente leerá solo. Y leyendo en voz alta, quizás “duerma” a su padre.

En la segunda parte, Hay que leer (el dogma), el autor, que en la primera parte nos habló sobre todo desde su papel de padre, adopta la perspectiva del profesor. Lo hace en tercera persona para quitarse, con elegancia, un poquito de en medio, y posiblemente para refundir en un solo personaje su amplia experiencia profesional con la de otros compañeros de la docencia. Lo mismo hará en la tercera parte del libro, narrada también desde el punto de vista del profesor.

A lo largo de los años el profesor escucha tantas y tantas historias, tantas opiniones sobre tantos temas… Y uno en especial en el que se produce una gran unanimidad: la absoluta necesidad de leer. Hay que leer. El dogma. Y es que hasta los alumnos en sus ejercicios dan mil razones para leer, “cuando cada una de sus frases demuestra que no leen jamás”.

Esta parte contiene momentos muy divertidos a la vez que realistas. Todos, en algún momento de nuestras vidas, podemos reconocernos en el adolescente encerrado en su cuarto, luchando contra el sueño y el aburrimiento (eso sí, conectado a su walkman) atascado en la página 50 (de casi 500) del, por otra parte, maravilloso Madame Bovary. Le queda una noche para terminarlo y debe entregar la correspondiente ficha, que a buen seguro copiará.

También tiene miga la parodia que realiza Pennac sobre el papel de los padres de alumnos que no leen (casi todos) porque la culpa la tienen la televisión, los videojuegos, y cómo no, la escuela. Nada de televisión pero, faltaría más, múltiples actividades extraescolares para que el niño no se aburra. Pero lo que en el fondo desean los padres es que sus hijos aprueben, algo que, como la mujer del profesor reconoce con tino, no está tan lejos de lo que quieren los profesores: que hagan las fichas, “interpreten” los poemas, resuman los textos…

Pennac se hace eco de una bonita historia que le contó una ex-alumna del poeta Georges Perros. Perros leía a sus alumnos en voz alta y les inculcó el ansia por leer. Una hora por semana, por la que desfilaron Shakespeare, Proust, Kafka, Molière, Beckett, Cervantes, Cioran, Chéjov… Todos ellos vivos, bien vivos. Porque “Perros resucitaba los autores. Levántate y anda”.

Una vez más, Pennac destaca la importancia de leer en voz alta para los demás, dejando en este caso que la inteligencia del texto hable por nuestra boca y no, como sucede casi siempre,

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