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Cuentos De La Selva


Enviado por   •  26 de Junio de 2014  •  2.813 Palabras (12 Páginas)  •  354 Visitas

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LA TORTUGA GIGANTE

Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires y estaba muy

contento porque era un hombre sano y trabajador. Pero un día se

enfermó, y los médicos le dijeron que solamente yéndose al campo

podría curarse. El no quería ir porque tenía hermanos chicos a quienes

daba de comer; y se enfermaba cada día más. Hasta que un amigo

suyo, que era director del Zoológico, le dijo un día:

-Usted es amigo mío, y es un hombre bueno y trabajador. Por eso

quiero que se vaya a vivir al monte, a hacer mucho ejercicio al aire libre

para curarse. Y como usted tiene mucha puntería con la escopeta,

cace bichos del monte para traerme los cueros, y yo le daré plata

adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien.

El hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al monte, lejos, más lejos

que Misiones todavía. Hacía allá mucho calor, y eso le hacía bien.

Vivía solo en el bosque, y él mismo se cocinaba. Comía pájaros y

bichos del monte, que cazaba con la escopeta, y después comía frutas.

Dormía bajo los árboles, y cuando hacía mal tiempo construía en cinco

minutos una ramadal con hojas de palmera, y allí pasaba sentado y

fumando, muy contento en medio del bosque que bramaba con el

viento y la lluvia.

Había hecho un atado con los cueros de los animales, y los llevaba al

hombro. Había también agarrado, vivas, muchas víboras venenosas, y

las llevaba dentro de un gran mate, porque allá hay mates tan grandes

como una lata de querosene.

El hombre tenía otra vez buen color, estaba fuerte y tenía apetito.

Precisamente un día en que tenía mucha hambre, porque hacía dos

días que no cazaba nada, vio a la orilla de una gran laguna un tigre

enorme que quería comer una tortuga, y la ponía parada de canto para

meter dentro una pata y sacar la carne con las uñas. Al ver al hombre

el tigre lanzó un rugido espantoso y se lanzó de un salto sobre él. Pero

el cazador que tenía una gran puntería le apuntó entre los dos ojos, y le

rompió la cabeza. Después le sacó el cuero, tan grande que él solo

podría servir de alfombra para un cuarto.

-Ahora-se dijo el hombre-voy a comer tortuga, que es una carne muy

rica.

Pero cuando se acercó a la tortuga, vio que estaba ya herida, y tenía la

cabeza casi separada del cuello, y la cabeza colgaba casi de dos o tres

hilos de carne.

A pesar del hambre que sentía, el hombre tuvo lástima de la pobre

tortuga, y la llevó arrastrando con una soga hasta su ramada y le vendó

la cabeza con tiras de género que sacó de su camisa, porque no tenía

más que una sola camisa, y no tenía trapos. La había llevado

arrastrando porque la tortuga era inmensa, tan alta como una silla, y

pesaba como un hombre.

La tortuga quedó arrimada a un rincón, y allí pasó días y días sin

moverse.

El hombre la curaba todos los días, y después le daba golpecitos con la

mano sobre el lomo.

La tortuga sanó por fin. Pero entonces fue el hombre quien se enfermó.

Tuvo fiebre y le dolía todo el cuerpo.

Después no pudo levantarse más. La fiebre aumentaba siempre, y la

garganta le quemaba de tanta sed. El hombre comprendió que estaba

gravemente enfermo, y habló en voz alta, aunque estaba solo, porque

tenía mucha fiebre.

-Voy a morir- dijo el hombre-. Estoy solo, ya no puedo levantarme más,

y no tengo quién me dé agua, siquiera. Voy a morir aquí de hambre y

de sed.

Y al poco rato la fiebre subió más aun, y perdió el conocimiento.

Pero la tortuga lo había oído y entendió lo que el cazador decía. Y ella

pensó entonces:

-El hombre no me comió la otra vez, aunque tenía mucha hambre, y me

curó. Yo lo voy a curar a él ahora.

Fue entonces a la laguna, buscó una cáscara de tortuga chiquita, y

después de limpiarla bien con arena y ceniza la llenó de agua y le dio

de beber al hombre, que estaba tendido sobre su manta y se moría de

sed. Se puso a buscar en seguida raíces ricas y yuyitos tiernos, que le

llevó al hombre para que comiera, El hombre comía sin darse cuenta

de quién le daba la comida, porque tenía delirio con la fiebre y no

conocía a nadie.

Todas las mañanas, la tortuga recorría el monte buscando raíces cada

vez más ricas para darle al hombre y sentía no poder subirse a los

árboles para llevarle frutas.

El cazador comió así días y días sin saber quién le daba la comida, y

un día recobró el conocimiento, Miró a todos lados, y vio que estaba

solo pues allí no había más que él y la tortuga; que era un animal. Y

dijo otra vez en voz alta:

-Estoy solo en el bosque, la fiebre va a volver de nuevo, y voy a morir

aquí, porque solamente en Buenos Aires hay remedios para curarme.

Pero nunca podré ir, y voy a morir aquí.

Y como él lo había dicho, la fiebre volvió esa tarde, más fuerte que

antes, y perdió de nuevo el conocimiento.

Pero también esta vez la tortuga lo había oído, y se dijo:

-Si queda aquí en el monte se va a morir, porque no hay remedios, y

tengo que llevarlo a Buenos Aires.

Dicho esto, cortó enredaderas finas y fuertes, que son como piolas,

acostó con mucho cuidado al hombre encima de su lomo, y lo sujetó

bien con las enredaderas para que no se cayese. Hizo muchas pruebas

para acomodar bien la escopeta, los cueros y el mate con víboras, y al

fin consiguió lo que quería, sin molestar al cazador, y emprendió

entonces el viaje.

La tortuga, cargada así, caminó, caminó y caminó de día y de noche.

Atravesó montes, campos, cruzó a nado ríos de una legua de ancho, y

atravesó pantanos en que quedaba casi enterrada, siempre con el

hombre moribundo encima. Después de ocho o diez horas de caminar

se detenía y deshacía los nudos y acostaba al hombre con mucho

cuidado en un lugar donde hubiera pasto bien seco.

Iba entonces a buscar agua y raíces tiernas, y le daba al hombre

enfermo. Ella comía también, aunque estaba tan cansada que prefería

dormir.

A veces tenía que caminar al sol; y como era verano, el cazador tenía

tanta fiebre que deliraba y se moría de sed. Gritaba: ¡agua!, ¡agua! a

cada rato. Y cada vez la tortuga tenía que darle de beber.

Así

...

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