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Derrota Del Monopolio


Enviado por   •  4 de Octubre de 2014  •  1.887 Palabras (8 Páginas)  •  161 Visitas

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Los obrajes en la América colonial, y especialmente en la Nueva España, eran pequeñas industrias que existieron desde mediados del siglo XVI hasta el siglo XIX, donde en su mayoría los indígenas fabricaban productos textiles.

Índice [ocultar]

1 Historia

2 Condiciones de trabajo en los obrajes

3 Referencias

4 Bibliografía

Historia[editar]

Durante los siglos XVI y XVII, la economía en México era regulada muy de cerca para evitar que Nueva España compitiera con España. México producía muy poco en cuanto a bienes manufacturados, por ejemplo, en cuanto a bienes de exportación se trataba. Casi todos los bienes de lujo en España tenían que importarse de comerciantes españoles aunque la mayoría de ellos no tenían origen español debido a que España había descuidado su propia industria y comercio. Telas caras eran importadas por España de lugares como el norte de Europa mientras que se prohibía la producción de ropajes finos en las colonias. Por ejemplo, la seda floreció por un tiempo en México, especialmente, durante el siglo XVI. No obstante, su producción fue desalentada por objeciones de comerciantes de seda de España y, finalmente, por la competencia de precios contra la seda barata de China.

El virrey Martín Enríquez de Almansa y Ulloa (1568-1580) intentó impulsar, sin éxito, la exportación de lana novohispana a la Península Ibérica. Las necesidades de un consumo local y la correspondiente iniciativa de empresarios españoles, que no sólo abastecieron su propio mercado sino que empezaron a exportar a Perú y Guatemala, hicieron que los obrajes en que se elaboraban telas de lana, algodón, jergas, frazadas, sombreros y aun algunos en que se labraba la seda, se extendieran a los principales centros del virreinato.

Aun así, hubo muchos productos para el uso cotidiano que salían de pequeñas industrias en México. La ropa hecha de algodón y lana eran manufacturadas en obrajes que eran los molinos textiles locales que existían en varios lugares, especialmente, la ciudad de México, Puebla y Querétaro. Desde antes de la conquista de los españoles, el algodón era una fibra muy utilizada por los indígenas para la confección de prendas de vestir y mantas. De hecho, el algodón fue acogido por los españoles cuando el esquilmo de lana no bastaba para proveer de materia prima a los obrajes; también, tenía un uso militar debido a que los españoles adoptaron el uso del acolchado “escaupil” aborigen en sustitución del coselete de cuero que protegía al soldado de infantería con una coraza ligera.

Ya que muy pocos podían costear ropa fina importada los molinos locales eran numerosos tanto que existían más de ochenta por el año de 1571. En ellos se tejían paños negros o de color, que se vendían en todo el territorio novohispano y se exportaban a Guatemala y Perú. Los talleres se multiplicaron a finales del siglo: para 1604, había más de 114 grandes obrajes, distribuidos en la ciudad de México, Xochimilco, Puebla, Tlaxcala, Tepeaca, Celaya y Texcoco. Muchos otros se localizaban en Querétaro, Guazindeo (Salvatierra) y Valladolid, sin embargo, así como muchos talleres pequeños, estos no se incluyeron en la cuenta de 1604.

Hasta el siglo XVIII, cuando los molinos poderosos de Europa inundaron los mercados con ropa barata, los obrajes mexicanos emplearon miles de trabajadores para satisfacer la demanda creciente de textiles. Las condiciones en los obrajes variaban pero, en algunos casos, los trabajadores eran virtualmente aprisionados en fábricas donde la explotación era común. Los obrajes y los talleres eran, por lo general, instituciones más coercitivas que otras como lo fue la hacienda. Por ello, los obrajes son razón del surgimiento del peonaje a lo largo del siglo XVII, en la forma en que se conoce hasta épocas muy posteriores.

El obraje resultaba una empresa costeable pues la principal inversión era la mano de obra y para adquirirla los obrajeros se valieron de los pueblos de indios. Empleaban a personas condenadas por diversos delitos a la prestación de servicios forzosos; a los trabajadores contratados, cuya mayoría eran indios naboríos, trataban de retenerlos con el endeudamiento, es decir, con el adelanto de salarios y pagos en especie que les daban a elevado precio. El trabajador endeudado era obligado a permanecer en el obraje hasta satisfacer el monto de los adelantos, y éstos solían renovarse y acrecentarse de tal suerte que muchas veces el trabajador pasaba el resto de su vida en las casas de los obrajes.

Otros elementos manufacturados eran producidos por los muchos artesanos de la colonia como lo fueron los sastres, los herreros, los orfebres, los fabricadores de candelabros, entre otros. Existían asociaciones, o gremios, para cada uno de estos oficios. Por el final del siglo XVI, los gremios bien establecidos arreglaron el problema de la calidad de los bienes y el precio del trabajo. Por un lado, a los no españoles se les permitía unirse a los gremios, pero sólo los blancos podían adquirir las posiciones importantes. Por otro lado, en un sentido más positivo, los gremios eran protectores de sus miembros, recolectaban provisiones para aquellos que sufrían accidentes y enfermedades, así como también, extendían ayuda a las viudas. También eran activos promoviendo celebraciones religiosas y proyectos filantrópicos para la comunidad.

Eventualmente existieron unos cien gremios en la Ciudad de México. Un gremio de comerciantes profesionales, el Consulado, se estableció en la capital en 1592. Su función era arbitrar disputas comerciales para proteger los intereses de los comerciantes, establecer reglas de conducta para los negocios y fomentar los intereses de la comunidad. El entretejido social imperante en el obraje eran los cardadores e hilanderos que conformaban la fuerza laboral que constituía parte material adscrita a la propiedad del obrajero; la postración total de estos últimos fundamenta el carácter

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