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El psicoanalista (parte)


Enviado por   •  30 de Octubre de 2012  •  1.991 Palabras (8 Páginas)  •  370 Visitas

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Disculpe que le haya hecho esperar, pero estábamos intentando resolver un problema...

– ¿Qué clase de problema? –Ricky parecía tener el estómago contraído.

– Bueno, ¿ha abierto usted una cuenta bursátil con uno de esos nuevos corredores de bolsa on

line? Porque...

– No, no lo he hecho. En realidad, no sé de qué me está hablando.

– Bueno, eso es lo extraño. Al parecer ha habido muchas operaciones de un día en su cuenta.

– ¿Operaciones de un día?

– Es contratar operaciones bursátiles con rapidez para intentar mantenerse por delante de las

fluctuaciones del mercado. –Entiendo. Pero yo no lo he hecho.

– ¿Alguien más tiene acceso a sus cuentas? Tal vez su esposa...

– Mi esposa murió hace tres años –repuso Ricky con frialdad.

– Por supuesto –contestó el agente de inmediato––. Lo recuerdo. Disculpe. Pero acaso alguien

más. ¿Tiene hijos?

– No. ¿Dónde está mi dinero? –Ricky fue cortante, exigente.

– Bueno, estamos comprobándolo. Puede convertirse en un asunto para la policía, doctor Starks.

De hecho, es lo que estoy empezando a pensar. Es decir, si alguien logró acceder de modo ilegal a

su cuenta... – ¿Dónde está mi dinero? –insistió Ricky.

– No puedo afirmarlo con precisión –contestó el agente tras vacilar–. Nuestros auditores internos

están revisando la cuenta. Lo único que puedo decirle es que ha habido una actividad importante .

– ¿Qué quiere decir? El dinero estaba ahí...

– Bueno, no exactamente. Hay literalmente docenas, puede que incluso centenares de

contrataciones, transferencias, ventas, inversiones…

– ¿Dónde está ahora?

– Una serie de transacciones complicadas y agresivas –prosiguió el corredor.

EL PSICOANALISTA John Katzenbach

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– No está contestando mi pregunta –se quejó Ricky con exasperación–. Mi dinero. Mi plan de

jubilación, mis fondos en efectivo…

– Estamos comprobándolo. He puesto a mis mejores hombres a trabajar en ello. Nuestro jefe de

seguridad lo llamará en cuanto hayan hecho algún progreso. No puedo creer que con toda esta

actividad nadie haya detectado nada extraño.

– Pero mi dinero…

– Ahora mismo no hay dinero –indicó el agente lentamente–. O por lo menos no lo encontramos.

– No es posible.

– Ojalá, pero lo es. No se preocupe doctor Starks. Nuestros investigadores rastrearán las

transacciones. Llegaremos al fondo de esto, y sus cuentas, o parte de ellas, están aseguradas. Al

final lo arreglaremos. Sólo llevará algo de tiempo y, como le dije, puede que tengamos que

involucrar a la policía ya la comisión de vigilancia del mercado de valores porque, por lo que me

dice, cabe suponer algún tipo de robo.

– ¿Cuánto tiempo?

– Es verano y tenemos parte del personal de vacaciones. Supongo que un par de semanas,

como mucho.

Ricky colgó. No disponía de un par de semanas.

Al final del día había podido determinar que su única cuenta que no había sido robada y

reventada era la cuenta corriente del First Cape Bank de Wellfleet. Era una cuenta destinada sólo a

facilitar las cosas en verano. Su saldo era de diez mil dólares, dinero que usaba para pagar

facturas en el mercado de pescado y la tienda de ultramarinos, la tienda de licores y la ferretería.

Con ella pagaba sus herramientas de jardinería y las plantas y semillas. Era dinero para disfrutar

de las vacaciones sin problemas. Una cuenta doméstica para el mes que pasaba en la casa de

veraneo.

Le sorprendió un poco que Rumplestiltskin no hubiera arremetido también contra esos fondos.

Estaba jugando con él, casi como si hubiera dejado en paz esa parte de dinero para burlarse de él.

A pesar de esa, pensó que necesitaba encontrar una forma de hacerse con los fondos antes de

que desaparecieran también en algún extraño limbo financiero. Llamó al director del First Cape

Bank y le dijo que iba a cerrar la cuenta y quería retirar el saldo en efectivo.

El director le informó que tendría que estar presente para esa transacción. Ricky deseó que las

demás instituciones que manejaban su dinero hubieran seguido la misma política. Explicó al

director que había tenido algunos problemas con otras cuentas y que era importante que nadie

excepto él tuviera acceso al dinero. El director se ofreció a librar un cheque bancario, que

guardaría personalmente hasta la llegada de Ricky.

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Ahora el problema era cómo ir hasta allí.

Olvidado en el escritorio, había un billete de avión abierto de La Guardia a Hyannis,

Massachussets. Se preguntó si la reserva seguiría operativa. Abrió la cartera y contó unos

trescientos dólares en efectivo. En el cajón superior de la cómoda de su dormitorio tenía otros mil

quinientos dólares en cheques de viaje. Era un anacronismo; en esta era de electivo al instante

obtenido en cajeros automáticos que pululaban por todas partes, la idea de que alguien guardara

cheques de viaje para emergencias era arcaica. Ricky sintió cierta satisfacción al pensar que sus

ideas anticuadas resultaran inútiles. Se preguntó si no sería una noción que debería tener más

presente.

Pero no tenía tiempo para cavilar acerca de ello.

Podría ir a Cape Cod, y volver. Tardaría veinticuatro horas como mínimo. De pronto, lo invadió

una sensación de letargo, casi como si no pudiera mover los músculos, como si las sinapsis

cerebrales que emitían órdenes a los tendones y los tejidos de todo su cuerpo se hubieran

declarado en huelga. Un profundo agotamiento que parodiaba su edad le recorrió el cuerpo. Se

sintió torpe, estúpido y fatigado.

Se balanceó en la silla con la cabeza echada atrás. Reconoció los signos de una incipiente

depresión clínica con la misma rapidez con que una madre identificaría un resfriado al primer

estornudo de su hijo. Extendió las manos delante para detectar algún temblor. Su pulso seguía

firme.

« ¿Durante cuánto tiempo más?», se preguntó.

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Ricky tuvo una respuesta en el Times de la mañana siguiente, pero no del modo que esperaba.

Le dejaron el periódico a la puerta de su casa como cada día salvo los domingos, cuando solía

caminar hasta el quiosco del

...

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