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La patria del silencio - Nadie más muerto que un olvidado


Enviado por   •  17 de Noviembre de 2015  •  Resúmenes  •  2.658 Palabras (11 Páginas)  •  227 Visitas

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La patria del silencio

A la memoria de David Josué García Evangelista y Víctor Manuel Lugo Ortiz.

Nadie más muerto que un olvidado

Gregorio Marañón

En general, creo que debe hacerse un segundo tratamiento, Sebas, propongo la narración en tercera persona porque nos pemrite salirnos del tono melodramático y potenciar un poco la estética que buscas: el desahucio. Me parece que el cierre es débil, que la noción del relato debe encauzar un giro, no inesperado, eso como bien sabemos es una cosa vana, sino un giro que replantea la postura del autor, porque aunque se acaba, la vida continúa, esa es la gran herencia gringa.  Una imagen más deifnida daría ense movimiento, es decir, ver  a través de los ojos de esa voz para que el lector se quede con la imagen, con el símbolo del desahucio.  Fuera de ello, corre bien el relato, relato ciertos dispositivos que nos encarrilan la lectura, como la creación de atmósferas y claramente el fortalecimiento del suspenso.  Te marqué unas ondas en el cuerpo del teto para que le hagas las adecuaciones pertinentes mi Sebas. Gracias por la confianza, por pasar el texto.  

   

I.-

Aquí ya no suenan los disparos. Las balas quedaron suspendidas en la tristeza del tiempo: los agujeros del proyectil son una sucursal de la noche, de la patria del silencio. Es de noche, casi como cualquiera, como la sombra eterna en la que me encuentro batiendo: un enorme lago pantanoso e improbable. El pequeño zumbido se desliza por la oscuridad y nos arrulla. Avanzamos por la carretera con el marcador del cansancio en contra. El autobús se menea suave, casi imperceptiblemente. Pocos somos los que nos mantenemos despiertos y en silencio, observando la carretera sumida en la penumbra. La luna nos mira a lo lejos, simulando la boca de un gran cañón o al gran cíclope del cielo: perpetuo, inamovible. La luna es el ojo ciego del tiempo.

(Aquí arrancamos le texto. Me parece prudente suir este apartado y recortar el primero, porque lejos de unificar la tensión, densifica la dispersión y con esta línea jalas al lector porque la historia realmente comienza) El autobús avanza temerario entre la carretera. La naturaleza nocturna se desborda. Venimos todo el equipo pero sólo estamos despiertos tres o cuatro. Lo sé por el ruido que hacen al moverse o al hablar en voz baja. El partido nos dejó agotados pero felices. Siempre es bueno iniciar la temporada ganando. Tres a uno en campo contrario: estamos para cosas importantes, pienso. Quizá, dijo el profe, si entreno como hasta ahora y sigo con disciplina a final de temporada me convocará para el juego y, más adelante, ocupar la titularidad. Me dice y no lo creo: debutar en la tercera a los quince; anotar gol en una liga profesional antes de aprender a manejar. Luego la segunda, la de ascenso y después, a los diecisiete o dieciocho, en la primera. La tele, los autógrafos, la final ganada en el Azteca; la selección, el mundial, Europa: Manchester, Madrid, Barcelona, Múnich. A los quince la vida es un suave cordero dejándose acariciar.  

Amenaza lluvia pero no creo que nos alcance: estamos a una hora de la ciudad y la lluvia, aunque inminente, no aparecerá pronto. El arrullo se vuelve más fuerte y lucho por mantenerme despierto. Los relámpagos iluminan el fondo de las nubes como un presagio. Pienso en el sonido que hacen las gotas de lluvia al caer en el techo del autobús: un repiqueteo como decenas de canicas rebotando sobre los cristales y el asfalto de la carretera. Cierro los ojos, pretendo dormirme el resto del camino, quizá la lluvia llegue antes de lo previsto. Me gusta ver las gotas resbalándose en el cristal. Hay algo misterioso en la lluvia, como si quisiera contarnos secretos antiguos y nosotros buscamos acariciarla con las palabras pero al final no se deja, escapa dejándonos con la sensación de ya no ser los mismos de siempre. Cuento los minutos antes de que caigan la tormenta, me distraigo contando automóviles, árboles que pasan: la enorme sombra del cerro asemeja un gigante herido, susurrándole a la tierra su dolor.  Cierro los ojos. Un rechinido seguido del sonido de un auto acelerando me hacen abrirlos de nuevo. El ruido nos pone alerta. Es grave.

El chofer del autobús parece no saber qué sucede aún. Un automóvil se cierra ante nuestro paso y obliga a que nuestro vehículo haga un movimiento brusco. El golpe despierta a quienes faltan. En los rostros se nota el desconcierto. El otro automóvil vuelve a embestirnos y al intentar evitar el golpe, el chofer del autobús nos manda hacia un pequeño barranco. Los pasajeros del otro coche se estacionan y bajan con rapidez: sombras que se mueven con habilidad. Aún estoy adormilado y con desconcierto, pero alcanzo a ver una silueta funesta: están armados. “¡Están armados!, grito. “¡No disparen, somos un equipo de fútbol!Grita el profe. Adentro todo es un caos. Las sombras nos rodean como un puñado de hormigas intentando adueñarse de un botín caído. Intento guarecerme. Las armas nos apuntan. Todos gritan, se esconden de la inminente ráfaga. Suena un crujido. El tableteo de las armas se escucha cerca, a un costado de la muerte. Las hojas de lámina del autobús crepitan sordamente. Aprieto las manos contra mis oídos: ensordezco unos instantes. La ráfaga se detiene.

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