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La novela Juyungo


Enviado por   •  23 de Octubre de 2013  •  Ensayos  •  2.040 Palabras (9 Páginas)  •  777 Visitas

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La novela Juyungo: historia de un negro, una isla y otros negros, del afroecuatoriano Adalberto Ortiz (Esmeraldas 1914-2003), salió a la luz en 1943. El personaje principal es Ascensión Lastre, apodado el Juyungo por sus vecinos indígenas cayapas. Conviene subrayar que “juyungo” es una palabra despectiva porque significa “mono, malo, diablo, hediondo” (Ortiz Quiñones, 1976, p. 56). Esta manera de definir al Otro es una de las secuelas de una larga campaña de demonización orquestada por la maquinaria colonialista para “justificar”, de alguna forma, la esclavitud.

María Elvira Díaz Benítez apunta en su artículo titulado “Invenciones, construcciones y reivindicaciones de la identidad, ¿afrocolombianos o negros?”: “La categoría negro corresponde de por sí a un constructo histórico cuya lógica fue de deshumanización y explotación. La raza nació en el Atlántico si tenemos en cuenta que en África no había negros sino africanos; yolofos, balantas, sereres, biáfaras, kongos, angolas, branes, zapes, akanes, lucumís, fantis, ashantis, ewe-fon, ibos y demás pueblos que en la trata se convirtieron en una sola: negros” (Lavou y Viveros, 2004, p. 124). Mara Viveros Vigoya, por su parte, considera que “los colonizadores españoles crearon las categorías de “indios” y “negros” para definir e imponer una nueva identidad negativa a las poblaciones aborígenes colonizadas y a la población de origen africano, despojándolas de sus identidades étnicas e históricas originales (mayas, aztecas, incas, etc., o congos, yorubas, ashantis, etc.)” (Lavou y Viveros, 2004, p. 83).

Esta deshumanización del negro tenía como corolario, primero la aculturación y luego, gracias al mestizaje, “elevarle” socialmente, como apunta Alejandro Solomianski (2003), a lo largo de las generaciones hasta alcanzar la “blanquedad”. Este proceso empezaba por abandonar sus religiones africanas para abrazar la religión católica apostólica y romana. Incluso Fernando Ortiz, padre de la etnografía afrocubana de entonces, hablaba en sus principios del carácter antisocial de las prácticas religiosas de los afrocubanos, y propuso que se les vigilara para evitar que se agrupasen para practicar sus religiones. El jesuita español Alonso de Sandoval llegó a alegar que el problema del negro no radicaba en su piel sino en el hecho de no haber bebido de la sangre de Cristo, que otorgaba la blanquedad a quien se lavaba con ella.1

Justamente, el personaje principal de la novela, Ascensión Lastre, por negarse a ser bautizado por un sacerdote cristiano, se ve obligado a fugarse de casa para evitar las palizas de su padre Gumersindo Lastre. Huérfano de madre, separado de su padre para siempre, Lastre ha perdido también la posibilidad de ser visto como un ser humano más, al menos ante Dios. A partir de este momento la vida de Ascensión Lastre se convierte en la de un desamparado que “anda que anda, anda que anda, anda que anda. Andar y más andar y más andar” (Ortiz Quiñones, 1976, p. 23).

Como si de un personaje de la novela picaresca española se tratara, Ascensión Lastre se topa durante su huida con su primer amo, un contrabandista colombiano llamado Cástulo Canchingre. Éste le da comida y ropa a cambio de trabajar para él pero, desafortunadamente, Cástulo Canchingre es asesinado por los pelacaras a los que tanto temía porque, según Canchingre, estos bandidos se llaman pelacaras “porque a sus víctimas les quitaban el pellejo de la cara para que nadie pudiera reconocerlos” (Ortiz Quiñones, 1976, p. 25).

Ulteriormente, Ascensión Lastre es recogido por los indígenas cayapas. Al principio no querían pero, al ver que se trataba de un niño indefenso, decidieron aceptarlo entre ellos. Más tarde, Ascensión conoce a un vendedor ambulante llamado Manuel Remberto Quiñones, quien le invita a embarcar con él.

Lo llamativo es que la mayoría de los personajes negros de la novela Juyungo: historia de un negro, una isla y otros negros son comparados con monos o se les atribuye características animales. El negro Críspulo Cangá es comparado en varias ocasiones con el mono: “Frente al fuego, Cangá no averiguaba nunca su procedencia sino que se sentía cogido por las fulguraciones, por las chispas, por el crepitar. De aquí que sintiera una absurda alegría de mono” (Ortiz Quiñones, 1976, p. 224).

“Juyungo: historia de un negro, una isla y otros negros”, de Adalberto OrtizIgualmente al negro Cocambo, encarnación de la maldad y el servilismo, se le atribuyen rasgos de un gorila: “Un negro apodado Cocambo, con los antebrazos soplados de carne, cara y pectorales de gorila” (Ortiz Quiñones, 1976, p. 54). De igual manera, refiriéndose al padre de Ascensión Lastre, el Juyungo, el narrador afirma: “Don Gumersindo Lastre no sentía sus llagas ni el hedor (...). Se rascaba el hule de la panza desnuda, como un mono en la hamaca” (Ortiz Quiñones, 1976, p. 16). Durante las fiestas de San Juan, los personajes negros se reúnen para cantar y bailar. Pero no sólo huelen mal, sino que “giraban y zapateaban, presas del lúbrico mal, metiendo un bullicio de monos espantados” (Ortiz Quiñones, 1976, p.208).

En su obra Del Diablo Mandinga al Munto Mesiánico (2001), Jean-Pierre Tardieu analiza la recurrente alusión de los escritores negristas a los dientes de los personajes negros. Esta alusión puede, según él, simbolizar desde la animalización hasta un cierto temor. Para corroborarlo, cita como ejemplo La ciudad y los perros (1963), de Mario Vargas Llosa, y ¡Écue-Yamba-Ó! (1933),de Alejo Carpentier. En la primera novela se refiere a un personaje negro de esta forma: “Distinguió en la oscuridad la doble hilera de dientes grandes y blanquísimos del negro y pensó en un roedor” (Tardieu, 2001, p. 34). En cuanto a la novela de Carpentier, Tardieu cita el siguiente fragmento: “Sin embargo, el viejo Juan Mandinga fue de los pocos que no pudieron quejarse por aquellos años durísimos. Con sus dientes limados en punta y cauterizados con plátano ardiente, supo caerle en gracia al amo” (Tardieu, 2001, p. 35).

Otro personaje de la obra de Ortiz, un zambo2 llamado Antonio Angulo, es rechazado por las mujeres blancas y lindas. Una de ellas le llama “zambo carcoso”. El brujo negro Tripa Dulce ha sido rechazado por una mujer indígena: “pero la indiecita linda no quiso juyungo”

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