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Octavio Paz Y Su Laberinto De La Soledad Resumen


Enviado por   •  28 de Noviembre de 2013  •  1.798 Palabras (8 Páginas)  •  714 Visitas

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EL LABERINTO DE LA SOLEDAD

CAPITULO II: MÁSCARAS MEXICANAS

OCTAVIO PAZ

En este capítulo Octavio paz nos hace una breve descripción de lo que piensa de la forma de ser de los mexicanos comparándolo con el auténtico norteamericano, incluso hasta escribe de las propias mujeres mexicanas.

comienza diciendo que ya sea vieja, adolescente, criollo o mestizo, el mexicano le parece un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro y máscara la sonrisa, plantado en su arisca soledad espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse, tan celoso de su intimidad como de la ajena, ni si quiera se atreve a rozar con los ojos al vecino, atraviesa la vida como desollado, todo puede herirle, su lenguaje lleno de reticencias, figuras y alusiones en fin muchas características que el autor menciona pero su punto de vista final es de que el mexicano siempre está lejos del mundo y de los demás, lejos también de sí mismo.

Incluso su lenguaje popular refleja el ideal de la hombría que consiste en no “rajarse” nunca, los que se “abren” son cobardes, el mexicano puede doblarse, humillarse, “agacharse”, pero no “rajarse”, el “rajado” es de poco fiar y para ellos las mujeres son seres inferiores porque al entregarse se abren, pero esta conducta legitima en su origen se ha convertido en un mecanismo que funciona solo automáticamente.

En si sus relaciones están teñidas de recelo, no se ahogan en la fuente que se reflejan sino la cegan, porque para ellos el que se confía se enajena. Con estas expresiones revelan que el mexicano considera la vida como una lucha, concepción que no lo distingue del resto de los hombres modernos.

Al definir la palabra “macho” es un ser hermético, encerrado en si mismo, capaz de guardarse y guardar lo que se le confía, se mide por la invulnerabilidad ante las armas enemigas, encierra la intimidad, impide sus excesos, reprime sus explosiones, tiene doble influencia indígena y española que se conjuga en nuestra predilección por la ceremonia, las formulas y el orden. El mexicano es un hombre que se esfuerza por ser formal y que muy fácilmente se convierte en formulista basta con ajustarse a los modelos y principios que regulan la vida, quizá también al tradicionalismo complicaciones rituales de cortesía, la persistencia del humanismo clásico, el gusto por las formas cerradas en la poesía en fin la peligrosa inclinación que se muestra por las formulas sociales, morales y burocráticas son expresiones de esta tendencia del carácter mexicano.

Con esto incluso el mismo hombre nos dice el mexicano es un compuesto, y el mal y el bien se mezclan sutilmente en su alma. En lugar de proceder por síntesis, utiliza el análisis incluso en varias comedias se plantea la cuestión de la mentira, tiene miedo de si, solo hasta nuestros días los hombres han sido capaces de enfrentar al sí español un si mexicano y no una afirmación intelectual, y por eso la virtud que más se estima en las mujeres es el recato, como en los hombres la reserva sin embargo ellas también deben defender su intimidad.

Los mexicanos consideran a la mujer como un instrumento, ya de los deseos del hombre, ya de los fines que le asignan la ley, la sociedad o la moral. “pasiva, se convierte en diosa, amada ser que encarna los elementos estables y antiguos del universo: la tierra, madre y virgen; activa, es siempre función, medio, canal. La feminidad nunca es un fin en sí mismo, como lo es la hombría”.

En comparación con los españoles la actitud de ellos frente a las mujeres es muy simple y se expresa, con brutalidad y concisión en dos refranes: “la mujer en casa y con la pata rota” y “entre santa y santo, pared de cal y canto”. “La mujer es una fiera doméstica, lujuriosa y pecadora de nacimiento, a quien hay que someter con el palo y conducir con el freno de la religión”. De ahí que muchos españoles consideren a las extranjeras y especialmente a las que pertenecen a países de raza o religión diversas a las suyas.

Para los mexicanos la mujer es un ser oscuro, secreto y pasivo, la mujer encarna la voluntad de la vida, que es por esencia impersonal y en este hecho radica su imposibilidad de tener una vida personal, ser ella misma, dueña de sus deseos, su pasión o su capricho, es ser infiel a sí misma, tendida o erguida, vestida o desnuda, la mujer nunca es ella misma veámoslo en una comparación que el autor hace, las norteamericanas proclaman también la ausencia de instintos, deseos, oculta o niega ciertas partes de su cuerpo en cambio la mexicana no tiene voluntad, su cuerpo duerme y solo se enciende si alguien lo despierta, nunca es pregunta, sino respuesta, materia fácil y la sensualidad masculina.

“La mujer no busca, atrae. Y en el centro de su atracción es su sexo, oculto, pasivo, inmóvil sol secreto”. Es cierto, pero también lo es que al atribuir a la mujer la misma invulnerabilidad a que aspiramos, recubrimos con una inmunidad moral su fatalidad anatómica, abierta al exterior. La mujer trasciende su condición y adquiere los mismos atributos del hombre “La mal mujer” es dura, impía, independiente de carácter cerrado.

Pero tanto hombres y mujeres mexicanos son simuladores porque su actividad reclama una constante improvisación, un ir hacia adelante siempre, rehacer, recrear modificar el personaje que fingimos, simular es inventar o mejor aparentar y así eludir nuestra condición y el mexicano excede en el disimulo de sus pasiones y de sí

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