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Carta A Juarez


Enviado por   •  29 de Abril de 2013  •  1.243 Palabras (5 Páginas)  •  267 Visitas

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Les presento una carta que escribió el Presidente Benito Juarez y una reflexión.

Apuntes para mis hijos,

por Benito Juárez

El 21 de marzo de 1806 nací en el pueblo de San Pablo Guelatao en el Estado de Oaxaca. Tuve la desgracia de no haber conocido a mis padres, indios de la nación Zapoteca, porque apenas tenía yo tres años cuando murieron. A los pocos años murieron mis abuelos y yo quedé bajo la tutela de mi tío Bernardino Juárez.

Como mis padres no me dejaron ningún patrimonio y mi tío vivía de su trabajo personal, luego que tuve uso de razón me dediqué hasta donde mi tierna edad me lo permitía, a las labores del campo. En algunos ratos desocupados mi tío me enseñaba a leer, me manifestaba lo útil y conveniente que era saber el idioma castellano.

Era sumamente difícil para la gente pobre, y muy especialmente para la clase indígena adoptar otra carrera que no fuese la eclesiástica. El ejemplo de algunos de mis paisanos que sabían leer, escribir y hablar la lengua castellana y de otros que ejercían el ministerio sacerdotal, despertaron en mí un deseo de aprender; pero las ocupaciones de mi tío y mi dedicación al trabajo diario del campo contrariaban mis deseos y muy poco o nada adelantaba en mis lecciones. Además, en un pueblo chico, como el mío, que apenas contaba con veinte familias y en una época en que tan poco o nada se cuidaba de la educación de la juventud, no había escuela; ni siquiera se hablaba la lengua española, por lo que los padres de familia que podían costear la educación de sus hijos los llevaban a la ciudad de Oaxaca, y los que no tenían la posibilidad de pagar los llevaban a servir en las casas particulares a condición de que los enseñasen a leer y a escribir. Este era el único medio de educación. Entonces me formé la creencia de que sólo yendo a la ciudad podría aprender, y al efecto insté muchas veces a mi tío para que me llevase a la Capital; pero sea por el cariño que me tenía, o por cualquier otro motivo, no se resolvía y sólo me daba esperanzas de que alguna vez me llevaría.

Por otra parte yo también sentía separarme de su lado, dejar la casa de mi niñez y mi orfandad, y abandonar a mis compañeros de infancia. Era cruel la lucha que existía entre estos sentimientos y mi deseo de ir a otra sociedad, nueva y desconocida para mí, para procurarme mi educación. Sin embargo el deseo fue superior al sentimiento y a los doce años de edad me fugué de mi casa y marché a pie a la ciudad de Oaxaca, alojándome en la casa de donde mi hermana María Josefa servía de cocinera.

En los primeros días me dediqué a trabajar en el cuidado de la granja ganando dos reales diarios para mi subsistencia, mientras encontraba una casa en qué servir. Vivía entonces en la ciudad un hombre piadoso y muy honrado que ejercía el oficio de encuadernador y empastador de libros. Este hombre se llamaba don Antonio Salanueva quien me recibió en su casa ofreciendo mandarme a la escuela para que aprendiese a leer y a escribir.

En las escuelas de primeras letras de aquella época no se enseñaba la gramática castellana. Leer, escribir y aprender de memoria el Catecismo era lo que entonces formaba el ramo de instrucción primaria. Era cosa inevitable que mi educación fuese lenta y del todo imperfecta. Hablaba yo el idioma español sin reglas y tanto por mis ocupaciones, como por el mal método de la enseñanza, apenas escribía.

Ansioso pedí pasar a otro establecimiento creyendo que de este modo aprendería con más perfección y con menos lentitud. Me presenté a mi nuevo maestro y me dijo, haz tu plana que me presentarás a la hora

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