Resumen La Ternura Y La Postura Carlos Aldana Mendoza
waltersulmy7 de Junio de 2013
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Educar para la paz, que es educar desde la paz, no debe ser una moda más, o un concepto interesante para las cooperaciones, o para los discursos políticos, o para los falsos sabios de la educación moderna. Quien educa para la paz, quien educa desde la paz, es alguien que, con su más profunda intimidad, ama la vida, ama lo humano. Conflictividad que surge de la postura.
No puede ser de otra manera, porque cuando educamos a favor de la paz, educamos a favor de los seres humanos concretos que deben construir esa paz, o que deben destruir los muros que no permiten transitar por el camino del desarrollo y los derechos humanos. Esos seres humanos no son construcciones artificiales, académicas o teóricas: son seres de carne y hueso que se fortalecen, desarrollan y convierten en sujetos políticos por cuanto protagonizan su propia vida.
No hay otra manera de educar a seres humanos que aquella que se entiende por “educarnos entre seres humanos”. Sin ello, podremos enseñar valores, saberes y habilidades de paz, pero nunca podremos educarnos desde y hacia la paz. Quien educa para la paz, desde la paz, no tiene por qué negarse a la caricia, al cariño sostenido, a la sonrisa amable y bienhechora, a la creencia en lo humano, al encuentro íntimo.
Educamos para la paz no sólo porque debemos superar los conflictos, sino porque necesitamos aprender a sentir los conflictos. Educamos para la paz, desde la ternura y amor por lo humano, precisamente porque somos conflictivos, porque no somos fáciles, ni simples. La educación para la paz es conflictiva –cuando es verdaderamente educación para la paz– porque se basa en opciones, valores, actitudes y compromisos que “tocan”, que tienen que ver con la vida individual, social y estructural. Porque esos valores y actitudes sólo podrán vivirlos seres humanos conflictuados en sí mismos, y conflictuados con y contra otros seres humanos.
La conflictividad de una educación que busca la paz se encuentra precisamente en que la paz –plena, profunda, integral– representa el más grave y serio conflicto al que tienen que enfrentarse los distintos poderes ya establecidos en el mundo actual. Quien educa para la paz asume posturas frente al poder y frente a la realidad. Quien educa para la paz, educa contra la violencia, y ésta, además de ser el método de los poderes, es también una de sus empresas más rentables. Entonces, quien educa para la paz se enfrenta a los poderes. Educamos para la paz, pero viviendo nuestras propias guerras y violencias internas. Por eso, precisamente, estamos llamados a la tarea tierna y conflictiva de
Construir la paz.
Está claro que si nos referimos a la educación para la paz, nos referimos a sus dos más grandes sustancias: la ternura y la postura. La educación para la paz está hecha de aprendizajes solamente posibilitados por la ternura y la postura. Ésta no deja de ser una tarea tierna porque se vive y ejecuta con y para seres humanos y su entorno. Esto implica la afectividad que posibilita un tipo de vinculaciones interhumanas que educan para la paz.
Como podemos descubrir, la ternura y la conflictividad del proyecto educativo a favor de la paz, se basa en dos grandes fundamentos: la afectividad y la ética. No podemos aceptar que la educación para la paz olvide una u otra. Esta inquieta búsqueda de los elementos que conforman la educación para la paz, más allá de lo que diga la pedagogía, nos lleva a insistir en la necesidad de que volvamos a optar por el Ser Humano y por los seres humanos. Sucede que la ternura no es pensada ni “ejecutada estratégicamente” (dejaría entonces de ser ternura). Éste es el contexto desde el cual asumimos y sugerimos una visión de la educación para la paz. Y espero que también condene la manipulación de la llamada “educación para la paz”, que habla más de la ternura, pero elimina la postura. Por ellos y ellas, vale la pena escribir sobre educación para la paz. Porque son ellos y ellas los que nos han demostrado que la ternura y la postura son las urgencias utópicas que necesitamos aprender.
UNA MIRADA A LA REALIDAD
No puede negarse ni ocultarse la triste historia de violencia, de exclusión y de dolor de Guatemala. Con el paso del tiempo, la violencia de inicio se convirtió en cultura. Esa violencia hoy expresa, refleja y también mantiene, el proceso histórico de exclusión. La violencia impune es más grave que la simple violencia. Oficializa la historia de violencia del enfrentamiento armado interno. La violencia estructural, sin embargo, es anterior, paralela y posterior al conflicto armado. Constituyen su cultura. así debe ser comprendida.
Una breve comprensión teórica sobre la “cultura” Cada vez es más notoria que se supera una visión restringida de “cultura”. Esta visión, de carácter social y antropológico, nos permite una comprensión integral y de sentido más incidente en la vida social y personal, así como educativa.
√Otorga sentido a la vida de sus miembros, de manera integral: influye o incide en la vida cotidiana y en la vida social o colectiva. Emoción acogedora. La violencia como cultura
Podemos tratar de revisar los rasgos anteriormente expuestos, y descubrir cómo la violencia puede ser caracterizada desde los mismos, de tal manera que podamos comprender que la violencia, aunque existen explicaciones históricas y estructurales sobre ella, es también un hecho cultural. Veamos en el siguiente cuadro unas simples reflexiones sobre dichos rasgos y la violencia en un país como Guatemala: No es un secreto que la educación para la paz ha ido ocupando mucho esfuerzo, tiempo y discurso en los últimos años en diversos ámbitos o lugares del planeta.
Una de las pancartas más llamativas en una de las manifestaciones de campesinos guatemaltecos para demandar justicia agraria, en el 2004, decía: La paz no tiene sentido con hambre. Dicho de un modo distinto, no puede existir educación para la paz sin comprensión plena y profunda de las causas por las cuales no existe la paz en toda su integralidad y plenitud.
¿De qué contenidos, actitudes, competencias o valores podemos hablar a favor de la paz, si se niega la consideración seria sobre su opuesto? Hemos podido presenciar discursos e intenciones de “incorporación” de la educación para la paz en proyectos, programas y currículos educativos, que son detenidos cuando se plantea la necesidad de estudios históricos de carácter alternativo, o cuando se plantean necesidades educativas fundamentales para la paz, como la memoria histórica, el proceso de paz, el resarcimiento a las víctimas. O son detenidos, o son asumidos sin consideraciones de este tipo. Por casualidad, ingenuidad, ignorancia o interés personal, la educación para la paz evita señalar o mencionar a los auténticos responsables de que no exista paz en el país.
Lo grave es que en esa serie de acciones y recursos que pretenden “educar para la paz”, al evitarse las reflexiones y comprensiones profundas y estructurales, se va debilitando la lucha social, el esfuerzo multisectorial por construir la auténtica paz y el auténtico desarrollo.
Está claro que la consecuencia de este tipo de despojo está en la ausencia de compromisos personales, colectivos o institucionales, derivados del proceso educador.
Casi puede afirmarse que “esa” educación para la paz contribuye a no alcanzar la auténtica paz en el país. Por un lado, mencionamos a aquellas acciones y esfuerzos de educación para la paz que insisten en sus visiones, discursos y acciones que la paz “nace del corazón, de la casa, de la persona”, y que sólo después es llevada y multiplicada en la sociedad. Es obvio que la educación para la paz tiene que ver con una dimensión personal de manera muy importante y crucial. Esta consideración reduccionista, olvida y deja por un lado, que existen millones de personas pacíficas y formadas a favor de la paz (en su vida privada y pública), pero que eso no ha significado la paz en sus contextos de vida. Desesperado e impotente, empieza a violentarse. A ser un instrumento más de la violencia. (Su actitud hacia la paz fue “formada” en la escuela, así como la de la madre).
¡Sin embargo, fueron formados personalistamente hacia la paz! Pero también existe el otro extremo: formar para la paz sólo desde consideraciones estructurales e institucionales, sin atención plena a lo humano, a lo personal, a lo íntimo. En esta posición, lo que se trata es privilegiar un visón político de la educación para la paz, que deja de considerar la visión ética o humana. No puede definirse como educación para la paz esas iniciativas que se reducen a la dimensión personal, que insisten en la ternura, pero dejan la postura. Así como tampoco puede ser entendida como educación para la paz esa visión y acciones que se concentran en las estructuras, insistiendo en la postura, pero descuidando y dejando de dimensionar la ternura. Está claro que en ambas direcciones, la educación para la paz encuentra justificaciones para su desarrollo.
Pero cuando se elimina una de ellas, no estamos frente a un esfuerzo que pueda llamarse educación para la paz, porque deja de lado un campo vital para la transformación de las realidades actuales. Sin transversalidad y acciones, la educación para la paz puede convertirse en algo compartimentado y vacío de dinámica y ejercicio activo.
Una educación para la paz que se reduce al planteamiento de ejes transversales, puede quedarse en la mera exposición de intenciones, de discurso conceptual, de búsqueda de prestigio institucional, pero sin que la paz y sus temas ocupen
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