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Canto A Teresa De Jose De Espronceda


Enviado por   •  4 de Noviembre de 2013  •  2.052 Palabras (9 Páginas)  •  292 Visitas

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Canto a Teresa José de Espronceda (1808–1842)

Descanza en paz

¡Bueno es el mundo, bueno, bueno, bueno!

Como de Dios al fin obra maestra,

Por todas partes de delicias lleno,

De que Dios ama al hombre hermosa muestra.

Salga la voz alegre de mi seno

A celebrar esta vivienda nuestra;

¡Paz a los hombres! ¡gloria en las alturas!

¡Cantad en vuestra jaula, criaturas!

—María, por Miguel de los Santos Álvarez.

¿Por qué volvéis a la memoria mía,

Tristes recuerdos del placer perdido,

A aumentar la ansiedad y la agonía

De este desierto corazón herido?

¡Ay! que de aquellas horas de alegría

Le quedó al corazon sólo un gemido,

Y el llanto que al dolor los ojos niegan

Lágrimas son de hiel que el alma anegan.

¿Dónde volaron ¡ay! aquellas horas

De juventud, de amor y de ventura,

Regaladas de músicas sonoras,

Adornadas de luz de hermosura?

Imágenes ce oro bullidoras.

Sus alas de carmín y nieve pura,

Al sol de mi esperanza desplegando,

Pasaban ¡ay! a mi alredor cantando.

Gorjeaban los dulces ruiseñores,

El sol iluminaba mi alegría,

El aura susurraba entre las flores,

El bosque mansamente respondía,

Las fuentes murmuraban sus amores. . .

¡Ilusiones que llora el alma mía!

¡Oh! ¡cuán süave resonó en mi oído

El bullicio del mundo y su ruido!

Mi vida entonces, cual guerrera nave

Que el puerto deja por la vez primera,

Y al soplo de los céfiros süave

Orgullosa despliega su bandera,

Y-al mar dejando que a sus pies alabe

Su triunfo en roncos cantos, va velera,

Una ola tras otra bramadora

Hollando y dividiendo vencedora.

¡Ay! en el mar del mundo, en ansia ardiente

De amor volaba; el sol de la mañana

Llevaba yo sobre mi tersa frente,

Y el alma pura de su dicha ufana:

Dentro de ella el amor, cual rica fuente

Que entre frescuras y arboledas mana.

Brotaba entonces abundante río

De ilusiones y dulce desvarío.

Yo amaba todo: un noble sentimiento

Exaltaba mi ánimo, y sentía

En mi pecho un secreto movimiento,

De grandes hechos generoso guía:

La libertad con su inmortal aliento,

Santa diosa, mi espíritu encendía,

Contino imaginando en mi fe pura

Sueños de gloria al mundo y de ventura.

El puñal de Catón, la adusta frente

Del noble Bruto, la constancia fiera

Y el arrojo de Scévola valiente,

La doctrina de Sócrates severa,

La voz atronadora y elocuente

Del orador de Atenas, la bandera

Contra el tirano Macedonio alzando,

Y al espantado pueblo arrebatando:

El valor y la fe del caballero,

Del trovador el arpa y los cantares,

Del gótico castillo el altanero

Antiguo torreón, do sus pesares

Cantó tal vez con eco lastimero,

¡Ay! arrancada de sus patrios lares,

Joven cautiva, al rayo de la luna,

Lamentando su ausencia y su fortuna:

El dulce anhelo del amor que aguarda,

Tal vez inquieto y con mortal recelo;

La forma bella que cruzó gallarda,

Allá en la noche, entre medroso velo;

La ansiada cita que en llegar se tarda

Al impaciente y amoroso anhelo,

La mujer y la voz de su dulzura,

Que inspira al alma celestial ternura:

A un tiempo mismo en rápida tormenta

Mi alma alborotada de contino,

Cual las olas que azota con violenta

Cólera impetüoso torbellino:

Soñaba al héroe ya, la plebe atenta

En mi voz escuchaba su destino;

Ya al caballero, al trovador soñaba,

Y de gloria y de amores suspiraba.

Hay una voz secreta, un dulce canto,

Que el alma sólo recogida entiende,

Un sentimiento misterioso y santo,

Que del barro al espíritu desprende;

Agreste, vago y solitario encanto

Que en inefable amor el alma enciende,

Volando tras la imagen peregrina

El corazón de su ilusión divina.

Yo, desterrado en extranjera playa,

Con los ojos extático seguía

La nave audaz que en argentada raya

Volaba al puerto de la patria mía:

Yo, cuando en Occidente el soy desmaya,

Solo y perdido en la arboleda umbría,

Oír pensaba el armonioso acento

De una mujer, al suspirar del viento.

¡Una mujer! En el templado rayo

De la mágica luna se colora,

Del sol poniente al lánguido desmayo

Lejos entre las nubes se evapora;

Sobre las cumbres que florece Mayo

Brilla fugaz al despuntar la aurora,

Cruza tal vez por entre el bosque umbrío,

Juega en las aguas del sereno río.

¡Una mujer! Deslizase en el cielo

Allá en la noche desprendida estrella.

Si aroma el aire recogió en el suelo,

Es el aroma que le presta ella.

Blanca es la nube que en callado vuelo

Cruza la esfera, y que su planta huella.

Y en la tarde la mar olas le ofrece

De plata y de zafir, donde se mece.

Mujer que amor en su ilusión figura,

Mujer que nada dice a los sentidos,

Ensueño de suavísima ternura,

Eco que regaló nuestros oídos;

De amor la llama generosa y pura,

Los goces dulces del amor cumplidos,

Que engalana la rica fantasía,

Goces que avaro el corazón ansía.

¡Ay! aquella mujer, tan sólo aquella,

Tanto delirio a realizar alcanza,

Y esa mujer tan cándida y tan bella

Es mentida ilusión de la esperanza:

Es el alma que vívida destella

Su luz al mundo cuando en él se lanza,

Y el mundo con su magia y galanura

Es espejo no más de su hermosura:

Es el amor que al mismo amor adora,

El que creó las Sílfides y Ondinas,

La sacra ninfa que bordando mora

Debajo de las aguas cristalinas:

Es el amor que recordando llora

Las arboledas del Edén divinas:

Amor de allí arrancado, allí nacido,

Que busca en vano aquí su bien perdido.

¡Oh llama santa! ¡celestial anhelo!

¡Sentimiento purísimo! ¡memoria

Acaso triste de un perdido cielo,

Quizá esperanza de futura gloria!

¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo!

¡Oh mujer que en imagen

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