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Modernidad Líquida


Enviado por   •  20 de Mayo de 2012  •  2.455 Palabras (10 Páginas)  •  5.067 Visitas

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Sobre 'Modernidad líquida', de Zygmunt Bauman (Apunte)

PRÓLOGO

No hay razones sólidas para ser optimista.

Pero Dios nos libre de perder la esperanza.

Zygmunt BAUMAN

La figura y la obra del polaco Zygmunt Bauman (1925) gozan, a día de hoy, de una difusión poco menos que líquida, de puro fluida: sus libros, cada vez más abundantes -en número, en tirada, entre los lectores- en el mercado editorial, caen gota a gota en los estantes de las librerías, prestos a satisfacer la demanda de ese presunto público postmoderno al que van destinados: podemos decir, en efecto, que Bauman “está de moda” [1]; es un pensador coyuntural.

Vindicar a Bauman entre los filósofos modernos sería concederle un prestigio demasiado “elevado” para el que realmente merece, sobredimensionando su entidad [2]; mentarlo como mero sociólogo del presente implicaría minimizar su potencial alcance filosófico; considerarlo escritor, sin otras justificaciones, sí haría justicia a su calidad prosística y agudo sentido del discurso narrativo; abordarlo cual figura señera de un momento socio-político dado a través del pensamiento que esgrime, bien afirmaría la actual opinión que de él se tiene: el paladín Bauman, premio Adorno, premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, entre otros tantos galardones destinados a saciar la vanidad de un puñado de elegidos entre los mortales, resulta, a este respecto, uno de los analistas más actuales (sic) y enraizados en/de nuestro tiempo, lo que, bien mirado, no es precisamente alentador: Bauman, un pensador de segundo orden, cuya relativa estrechez de miras y caligrafía no intentan, sin embargo, engañar a nadie, adolece de una hipertrofia conceptual devenida ejercicio de autofagia desde hace varios lustros [3]; al igual que los más eficientes mercaderes de la alta cultura (Bauman, no se olvide, es judío, y como tal sufrió la persecución nazi), ostenta el monopolio de las ideas recurrentes copiosamente revisitadas: las cuatro o cinco grandes ideas que le pertenecen, gestionadas en sus propias manos, le han llevado a plagiarse a sí mismo con reiterado afán mercantil (?), haciéndose al fin un lugar prominente en el mercado editorial; resultado de esta grafomanía, tan abigarrada como estéril, ha sido el fruto visible de su actividad intelectual: una sarta de libros, tan reiterativos como discutibles [4], y con títulos tales como Modernidad líquida, Vida líquida, Amor líquido, Tiempos líquidos, Miedo líquido, Arte, ¿líquido?, Los retos de la educación en la modernidad líquida, Mundo consumo, Vida de consumo, Vidas desperdiciadas, Confianza y temor en la ciudad, Trabajo, consumismo y nuevos pobres, etcétera.

De haber sometido a una seria autocrítica el grueso de su producción postrera, de haber compendiado debidamente su investigación -y las mentadas ideas recurrentes afines a ella- en una sola obra, o en un número razonable de opúsculos, el pensamiento baumaniano habría resultado mucho más estimulante y rompedor, aunque acaso menos difundido y/o asentado: la repetición de las ideas centrales, de este modo -y sometidas al juego musical del tema y las variaciones-, han dañado más que beneficiado el prestigio de su artífice: sus muchas entregas no parecen así sino hueros espejismos de ese triunfo capital, y esencial, que fue Modernidad líquida, la obra magna del último Bauman y el libro que someteremos a estudio en este breve, precario escrito [5].

ANOTACIONES [6] A LA OBRA

La idea vertebral de Modernidad líquida [7] es simple, y se basa en la contraposición entre sólidos y fluidos: los primeros se mantienen fijos, estables en su forma; los segundos, por el contrario, fluyen, están sometidos a continuas transformaciones. Si los sólidos pertenecen de lleno al espacio, que ocupan sin presuponer inminentes modificaciones, los fluidos exceden el propio límite fijo, suponiendo el tiempo en cuanto factor inherente a los mismos: es decir, los sólidos “cancelan el tiempo”, mientras que los fluidos “se desplazan con facilidad”. A partir de esta comparativa, un tanto peregrina a primera vista, Bauman extrae/despliega todo su sistema de pensamiento.

Surge la asociación de manera inevitable, vinculando lo sólido con el pasado (el mundo de ayer), mientras que lo líquido/fluido vendría a representar la modernidad, nuestro inmediato presente. Bauman indica el momento germinal de esta fluidez en cierto pasaje delManifiesto comunista, donde el dúo Marx-Engels aboga ya por “derretir los sólidos”, esto es acabar con la sempiterna tradición y sus antañonas e inamovibles estructuras de poder: léase el orden político y la ordenación de clases; Bauman identifica estos sólidos premodernos como elementos deteriorados, “condenados y destinados a la licuefacción”. Pero el objeto futuro que lo sustituirá, al menos en principio, no será un fluido, sino otro sólido, al parecernuevo y mejor, y por tanto más definitivo y/o acorde con su época. Sin embargo, tal intercambio de sólido obsoleto a nuevo sólido no llegará a consumarse debidamente: la sustitución de unos códigos por otros, en el proceso mismo, habrá de pervertir la esencia histórica de estas relaciones de poder:

“Derretir los sólidos” significaba, primordialmente, desprenderse de las obligaciones “irrelevantes” que se interponían en el camino de un cálculo racional de los efectos; tal como lo expresara Max Weber, liberar la iniciativa comercial de los grilletes de las obligaciones domésticas y de la densa trama de los deberes éticos; o, según Thomas Carlyle, de todos los vínculos que condicionan la reciprocidad humana y la mutua responsabilidad, conservar tan sólo el “nexo del dinero”.

Irrumpe así, pues, el inevitable vil metal. Sobre este presupuesto, Bauman afianza su crítica al sistema de la modernidad líquida, sistema basado en la delimitación espacio-temporal de unos contrarios claramente diferenciados, mas presumiblemente difusos: la elite global contemporánea, que ha tomado los hábitos del nomadismo, por un lado; y la ciudadanía, la multitud de sujetos sedentarios que sobrellevan sus supuestas vidas en un contexto de “amos ausentes”.

Y en medio de este entorno más o menos hostil, más o menos determinado, aparece el sujeto sufriente y/o desesperado: el individuo. Bauman opone, por ende, individualismo a ciudadanía, presuponiendo que la vigencia del primero tiende a ahogar la presencia de la segunda como realidad social; sendos conceptos materializan una problemática que entra de lleno en las paradojas

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