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Concentración Y Distribución De La Riqueza


Enviado por   •  9 de Julio de 2015  •  2.517 Palabras (11 Páginas)  •  248 Visitas

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A principios de la década de los años 70 curse varias materias de la maestría en Administración pública en la Universidad de Nueva York (NYU). Tuve compañeros Japoneses, Chinos, Armenios, griegos, africanos y de diversos países Iberoamericanos. Al convivir con ellos, blancos, amarillos, negros y de diversas culturas, me di cuenta que somos más iguales de lo que creemos.

Un compañero peruano, economista, diplomático, que vestía impecablemente, me comentó sobre la gran desigualdad económica que sufrían en su país.

–Una minoría de ricos son los destinatarios de la mayor parte del Producto Interno Bruto, mientras la mayoría de los peruanos reciben una pequeña porción -me dijo-.

–Tener un carro lujoso en nuestros países -me comentó- es una cachetada a la pobreza. En México no tenemos ese problema -le dije- pues está prohibida la importación de carros de lujo (en los años 70) aunque, al igual que en el Perú, existe una gran desigualdad social.

–Qué solución propones a la concentración y desigualdad de los ingresos -le pregunté-.

–Una reforma agraria que expropie las grandes extensiones de tierra que monopolizan los hacendados y las repartan a campesinos sin tierras. Que el Estado maneje las principales empresas para darles un sentido social, pague mejor a los trabajadores y otorgue pensiones dignas. Impuestos progresivos a los ricos para transferirlos por medio de programas sociales a los pobres -me contestó-.

–Suena bonito lo que propones, pero en México han aplicado varias de esas políticas y en poco o nada redujeron la pobreza, pero sí bajaron la inversión -le dije-.

LAS DESIGUALDAD ECONÓMICA EN EUA

Durante mi estancia en Nueva York frecuenté a dos familias donde había inmigrantes mexicanos. Una de escasos recursos, el hombre, de origen mexicano, trabajaba como velador en una bodega donde guardaban los carros de la recolección de basura. Su esposa, americana, laboraba en el departamento de limpieza en un hospital. En la otra familia, una mexicana, alta ejecutiva en una empresa de México, se casó con un americano, director del jurídico de una compañía petrolera.

La diferencia de ingresos entre las dos familias era significativa. El abogado ganaba como 20 veces más que el velador, pero los satisfactores que consumían cotidianamente no eran esencialmente diferentes. El rico vivía en un condominio con vista al río, en una de las zonas más exclusivas de Manhattan, Shutton Place.

El pobre o de clase media baja, según la clasificación que nos guste de algún organismo internacional, vivía a unas 20 cuadras en un vecindario modesto, en un departamento rentado, con las mismas habitaciones que las del condominio del rico, pero sin un “lobby” elegante, sin portero y sin vista al río.

Tenía además una casita en Queens, que adquirió mediante un crédito a 30 años. Ahí guardaba su carro, que usaba los fines de semana, un Pontiac, comprado también a crédito. El rico no tenía carro, cuando lo necesitaba lo alquilaba –en Nueva York es una tontería tenerlo -me comentó-, usaba taxis y el metro.

Con mi amigo el pobre iba a los partidos de Beisbol y comíamos hot dogs. Con el rico y su esposa asistíamos a la ópera y al ballet en el Lincoln Center y después íbamos a cenar a un buen restaurante. Ambos, el rico y el pobre, viajaban una o dos veces por año de vacaciones a México. Con el rico, abogado y muy culto, platicaba de economía y política, aprendí mucho, con el pobre reía y la pasaba bien con sus historias.

El pobre debía gran parte de sus bienes y sus ahorros eran pocos; el rico tenía importantes cantidades en la bolsa de valores y en sus cuentas bancarias. En cuanto a pasivos y activos financieros la diferencia era enorme, pero en relación a los bienes y servicios que usaban: alimentación, vestido, vivienda, transporte, diversión y viajes, las diferencias eran secundarias y superfluas.

Mi amigo, el pobre en NY, consumía más y mejores bienes y servicios que la mayoría de pobres y clase media en los países Iberoamericanos, pero no tan caras ni de las mismas marcas que las del abogado rico de NY.

A raíz de esas experiencias me surgió la duda sobre la validez del método que compara activos financieros de los ricos con activos de los pobres para determinar la concentración de la riqueza y la desigualdad social. Al analizar y relacionar esas variables se puede concluir erróneamente que al agrandarse la brecha entre pobres y ricos en los llamados países capitalistas, aumenta la pobreza.

Si partimos de ese falso silogismo llegamos al sofisma de que la pobreza es consecuencia de la mayor riqueza de los empresarios ricos productivos, aunque si lo es en el caso de los gobernantes populistas, parásitos y corruptos, que se enriquecen con sus puestos (ver diferencias entre rico productivo y parásito en mi libro Los ricos del gobierno).

Mi experiencia en los Estados Unidos, me llevó a concluir que en la realidad cotidiana de ese país, muchos de los catalogados como pobres viven con una menor brecha real en relación con los considerados ricos, que en la mayoría de los demás países, medida esa desigualdad por la cantidad y calidad de los bienes y servicios que consumen.

Recuerdo un compañero de Bulgaria, que llegó a los EUA en calidad de refugiado, solo con la ropa que traía puesta. Me contó que caminó por días para salir de la Bulgaria socialista. Obtuvo un pasaporte por su calidad de refugiado y a los pocos años de trabajar en los Estados Unidos ya había reunido dinero para estudiar un posgrado y visitar como turista a su familia en su país de origen.

POLÍTICAS DEMAGÓGICAS PARA DISTRIBUIR LA RIQUEZA

Las teorías que parten de una injusta distribución de la riqueza por el mercado y recomiendan la intervención activa del Estado para corregirlas, las enseñan en muchas escuelas de economía y las divulgan “intelectuales”, políticos e instituciones que dicen combatir la pobreza y la desigualdad económica.

Esas teorías, que buscan reducir la brecha entre ricos y pobres mediante la intervención del Estado para redistribuir los recursos de los ricos, vía expropiaciones o impuestos progresivos, entre los pobres, no los han sacado de pobres.

Las políticas económicas de redistribución de la riqueza y de combate a la pobreza que justifican el estatismo, intervencionismo y programas de ayuda a los pobres, no reducen la pobreza ni la desigualdad de ingresos, pero justifican el crecimiento del gobierno y de una enorme burocracia repartidora de riqueza.

La concentración y distribución de riqueza es un “estribillos” utilizado por candidatos y gobernantes para prometer y fundamentar programas de gastos denominados sociales. En el sofisma de redistribuir la riqueza

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