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La Verdad No Es Loque Piensas


Enviado por   •  21 de Octubre de 2013  •  2.603 Palabras (11 Páginas)  •  226 Visitas

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Desde los albores de la historia, los seres humanos han buscado el rostro de Dios, han deseado acercarse a Él. Las pinturas rupestres no dejan de ser toscos intentos de acercamiento a lo divino: petición de ayuda en la caza, de fecundidad para la familia y el ganado, de vida más allá de la muerte para los difuntos. Cuando los hombres vivían en cuevas o en chozas de paja, de las que no nos queda ningún vestigio, ya elevaban monumentos a los dioses y túmulos funerarios de piedra, que todavía hoy perviven: dólmenes y construcciones megalíticas, primero; templos, pirámides y zigurats, después. Las más antiguas manifestaciones que conservamos de la arquitectura, de la pintura, de la escultura, de la escritura... son obras religiosas, realizaciones del deseo de trascendencia que arde en el corazón del hombre. Quienes hayan leído Del sentimiento trágico de la vida, de Miguel de Unamuno, entenderán mejor a qué me refiero.

Todas las religiones son manifestación de un primordial movimiento ascendente de la humanidad hacia Dios. Desde sus orígenes, los seres humanos sienten la necesidad de trascendencia en lo más profundo de su ser: buscan, inventan, sueñan, nunca se sienten totalmente satisfechos con lo que ya conocen o poseen. En definitiva, ansían a Dios y caminan a su encuentro. Esfuerzo que surge de una necesidad interior escrita en nuestro corazón por Dios mismo, ya que fuimos creados para la comunión con Él y nuestro corazón anda inquieto hasta que lo encuentra, como nos recuerda San Agustín. Pero esfuerzo estéril, al fin y al cabo, ya que Dios siempre supera lo que podemos pensar o comprender. Todas nuestras torres de Babel están condenadas al fracaso, porque el cielo desborda nuestra capacidad, queda siempre más allá de nuestras posibilidades.

El Cristianismo, por el contrario, representa un movimiento descendente de Dios hacia los hombres. En Jesucristo ha terminado la búsqueda de la humanidad, porque es Dios mismo el que nos ha buscado a nosotros, respondiendo a nuestros deseos más profundos, saliendo a nuestro encuentro: «A Dios nadie lo ha visto nunca. El Hijo Único de Dios, que es Dios y está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer» (Jn 1, 18). Por lo tanto, como nos recuerda la Dominus Iesus, las creencias de las religiones son las experiencias y pensamientos que los hombres, en la búsqueda de la verdad, han ideado y creado en su referencia a lo Divino y Absoluto. A través de ellas, aunque contengan lagunas y errores, muchas personas se han encontrado con Dios, que no deja de hacerse presente de muchos modos en personas y pueblos para ofrecer su salvación. Pero la revelación de Jesucristo tiene un carácter definitivo y completo. Con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, señales y milagros, con su muerte y resurrección, y con el envío del Espíritu Santo, lleva a plenitud toda revelación. El verdadero rostro de Dios sólo lo podemos conocer mirando a Jesucristo: «Llevo tanto tiempo contigo, ¿y aún no me conoces? Quien me ve a mí, ve al Padre» (Jn 14, 9). Jesucristo es el Camino por donde Dios ha venido a nuestro encuentro y nos ha revelado su identidad. Él es el «Enmanuel», el «Dios-con-nosotros».

Al mismo tiempo, Jesús es el Camino que nos lleva al Padre, la única posibilidad que tiene el hombre de encontrar la plenitud de la vida: «Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí» (Jn 14, 6). Todos los que se salvan, aunque no lo sepan, se salvan por Cristo: «Con su muerte, el Hijo nos ha obtenido la redención y el perdón de los pecados... llevando la historia a plenitud» (Ef 1, 7ss). A través de su costado herido en la Cruz, se nos abre la antigua puerta cerrada del Paraíso. De su mano podemos llegar a las Moradas del Cielo, en las que Él mismo ha preparado un sitio para nosotros.

2. JESÚS ES LA VERDAD.

Lectura de Juan 1, 1-18: «Al principio, ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios... Por medio de ella se hizo todo... La Luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la sofocaron... Vino a los suyos y los suyos no la recibieron... Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros... A Dios nadie lo ha visto nunca, el Hijo Único, que es Dios y que está en el seno del Padre nos lo ha revelado».

El prólogo del Evangelio de S. Juan nos introduce en los temas que después desarrollara el libro: Jesús es el único que nos puede revelar el verdadero rostro de Dios, porque es el único que conoce su misterio desde dentro. Él es la «Palabra». Muchos profetas nos han hablado de Dios. Ellos oyeron y vieron algo del misterio de Dios, pero sus palabras son siempre insuficientes para hablarnos de Dios, que es siempre más grande de lo que los hombres pueden entender. Sólo Jesús es el Revelador perfecto del Padre, porque nos habla de lo que conoce por experiencia desde toda la eternidad. Ante él hay que hacer una elección: o acogemos la luz o permanecemos en las tinieblas. Algunos lo acogen con fervor y otros lo rechazan con violencia, pero a nadie deja indiferente.

Miramos nuestra vida. Los seres humanos no podemos vivir aislados. Necesitamos relacionarnos y comunicarnos. Por eso, la palabra es uno de los dones más preciados que poseemos. Gracias a ella expresamos lo que somos lo que sentimos, lo que necesitamos... Pero comunicarse no es siempre fácil. A veces podemos equivocarnos e incluso mentir con nuestras palabras. Todos sabemos que, en ocasiones, no es posible desarrollar un diálogo sincero con muchas personas.

Algunas veces hemos encontrado un gran consuelo cuando hemos podido compartir nuestra pena con otra persona. ¿Recuerdas alguna experiencia positiva, en que te haya ayudado decir a otro lo que te pasaba?

Otras veces nos hemos arrepentido de haber dicho algo que después se ha usado en contra nuestra. ¿Recuerdas algún caso concreto?

Escuchamos la Palabra de Dios. El Evangelio de Juan comienza con una afirmación sorprendente: Dios quiere comunicarse con nosotros, y ya desde antes de la creación del mundo ha pensado y preparado una manera de relacionarse con los seres humanos.

El texto comienza diciendo: «Al principio... existía la Palabra» (Jn 1, 1). Las mismas palabras que se utilizan al inicio de la Biblia: «Al principio... Dios creó el cielo y la tierra» (Gn 1, 1). La Palabra de Dios ya está junto a él desde «el principio», desde antes de la creación. Es tanto como decir que, ya antes de poner manos a la obra en la formación del universo, Dios tenía ganas de hablar, de dialogar, de relacionarse. En su seno había una Palabra que deseaba pronunciar para comunicarse a sí mismo. Y esa

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