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EL Cesped


Enviado por   •  16 de Mayo de 2013  •  858 Palabras (4 Páginas)  •  299 Visitas

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Después de todo, la playa es mía. Desde hace quince años la vengo adquiriendo en pequeñas cuotas. Cuotas de sol y dunas. Todos esos prójimos, prójimas y projimitos que se ven tendidos sobre las rocas o bajo las sombrillas o corriendo tras una pelota de engañapichanga o jugando a la paleta en una cancha marcada en la arena con líneas que al rato se borran, todos esos otros, están en la playa gracias a que yo les permito estar. Porque la playa es mía. Mío el horizonte con toninas remotas y tres barquitos a vela. Míos los peces que extraen mis pescadores con mis redes antiguas, remendadas.

El aire salitroso y los castillos de arena y las aguas vivas y las algas que ha traído la penúltima ola. Todo es mío. ¿Qué sería de mí, el número ocho, sin estas mañanas en que la playa me convence de que soy libre, de que puedo abrazar esta roca, que es mi roca mujer o tal vez mi roca madre, y estirarme sin otros límites que mi propio límite o hasta que siento las tenazas del cangrejo barcino sobre mi dedo gordo? Aquí soy número ocho sin llevarlo en la espalda. Soy número ocho sencillamente porque es mi identidad. Un cura o un teniente o un payaso no necesitan vestir sotana o uniforme o traje de colores para ser cura o teniente o payaso. Soy número ocho aunque no lo lleve dibujado en el lomo y aunque ningún botija se arrime a pedirme autógrafos, porque sólo se piden autógrafos a los de los Clubes Grandes. Y creo que siempre seré de Club Chico, porque me gusta amargarles la fiesta, no a los jugadores que después de todo son como nosotros, sólo que con más suerte y más guita, ni siquiera a la hinchada grande por más que nos insulte cuando hacemos un fau y festeje ruidosamente cuando el otro nos propina un hachazo en la canilla.

Me gusta arruinarles la fiesta, sobre todo a los dirigentes, esos industriales bien instalados en su cochazo, en su piso de la Rambla y en su mondongo, señores cuya gimnasia sabatina o dominical consiste en sentarse muy orondos, arriba en el palco oficial, y desde ahí ver cómo allá abajo nos reventamos, nos odiamos, nos derretimos en sudores, y cuando sus jugadores ganan, condescienden a llegar al vestuario y a darles una palmadita en el hombro, disimulando apenas el asco que les provoca aquella piel todavía sudada, y en cambio, cuando sus jugadores pierden, se van entonces directamente a su casa, esta vez por supuesto sin ocultar el asco. En verdad, en verdad os digo que yo ignoro si hacen eso, pero me lo imagino. Es decir, tengo que imaginarlo así, porque una cosa son las instrucciones del entrenador, que por supuesto trato de cumplir si no son demasiado absurdas, y otra cosa son las instrucciones que yo me doy, verbigracia vamo vamo número ocho hay que aguarle la fiesta a ese presidente cogotudo, jactancioso y mezquino, que viene al estadio con sus tres o cuatro nenes que desde ya tienen caritas de futuros presidentes cogotudos.

Bueno, no sé

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