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Huxley, Aldous - Mono Y Esencia


Enviado por   •  20 de Agosto de 2014  •  36.557 Palabras (147 Páginas)  •  215 Visitas

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Mono Y Esencia

Aldous Huxley

(1948)

Título del original en inglés: “APE AND ESSENCE"

Traducción C. A. Jordana

I

TALLIS

Era el día del asesinato de Gandhi; pero en el Calvario los mirones se interesaban más en el con¬tenido de los cestos que llevaban en su excursión que en el posible significado del acontecimiento, al fin y al cabo harto ordinario, que habían acudido a pre¬senciar. Pese a todo lo que puedan decir los astrónomos, Tolomeo tenía toda la razón: el centro del universo está aquí, no allá. Podía Gandhi estar muer¬to; pero, sentado ante su mesa en su despacho, sen-tado a la mesa en el comedor de la comisaría del estudio, Bob Briggs sólo se preocupaba de hablar de sí mismo.

-¡Tu ayuda me ha sido siempre tan preciosa! -me aseguró Bob, mientras se disponía, no sin frui¬ción, a colocarme la última entrega de su historia.

Mas en el fondo, como yo sabía muy bien y Bob aun mejor que yo, no deseaba realmente ser ayudado. Le agradaba hallarse en un lío y todavía le agradaba más hablar de sus apuros. El lío y su dramatización verbal le permitían verse como todos los poetas ro¬mánticos combinados en uno: Beddoes suicidándose, Byron fornicando, Keats muriendo de Fanny Braw¬ne, Harriet muriendo de Shelley. Y viéndose como todos los poetas románticos, podía olvidar por un rato las dos fuentes principales de su angustia: el hecho de no tener nada del talento de ellos y muy poco de su potencia sexual.

-Llegamos al extremo -:dijo (tan trágicamente que pensé que habría prosperado más como actor que escribiendo libretos de película)-, llegamos al extremo, Elaíne y yo, de sentirnos como... como Martín Lutero.

-¿Martín Lutero? -repetí algo asombrado.

-Ya sabes: ich kann nict anders. No podíamos... sencillamente no podíamos hacer otra cosa que irnos a Acapulco.

Y Gandhi, reflexioné yo, no pudo hacer otra cosa que resistir la opresión sin violencia, ir a la cárcel y finalmente ser asesinado.

-Así estábamos -continuó Bob. Tomamos el avión y nos fuimos a Acapulco.

-¡Por fin!

-¿Cómo, por fin?

-Hacía mucho tiempo que pensabas en ello, ¿no?

Bob pareció molesto. Pero yo pensaba en las an¬teriores ocasiones en que me había hablado del pro¬blema. ¿Había o no de hacer de Elaine su amante? (Este era su modo, maravillosamente anticuado, de exponer el asunto.) ¿Debía o no pedirle a Miriam que aceptara el divorcio?

Divorciarse de una mujer que, en un sentido muy real, era todavía lo que había sido siempre: su úni¬co amor; pero en otro sentido, también muy real, Elaine era también su único amor... y lo sería to¬davía más si finalmente decidía (y era esta la razón de que no pudiese decidir) "hacer de ella su aman¬te". Ser o no ser... el soliloquio hacía casi dos años que duraba y, si Bob hubiese podido seguir su gusto, habría durado diez años más. Sus líos le gustaban crónicos y principalmente verbales, nunca tan agu¬damente carnales que expusieran su incierta virili¬dad a una nueva prueba humillante. Pero, bajo el influjo de su elocuencia, de la fachada barroca del perfil y el cabello prematuramente níveo, Elaine, evidentemente, habíase cansado de un lío meramente crónico y platónico. Bob recibió un ultimátum o ruptura franca.

Así estaba, pues, ligado y comprometido al adul¬terio, no menos irrevocablemente que Gandhi había estado ligado y comprometido a la no violencia, prisión y muerte; pero, según puede sospecharse, con más y más profundos recelos. Recelos que los he¬chos habían plenamente justificado. Pues, aunque el pobre Bo no me dijo claramente lo que había ocu-rrido en Acapulco, el hecho de que Elaine estuviera, como él dijo, "obrando de un modo raro" y de que hubiese sido vista varias veces en compañía de aquel incalificable barón moldavo, cuyo nombre he olvi¬dado afortunadamente, parecía declarar toda la ri¬dícula y patética historia. Y entretanto Miriam no sólo rehusaba aceptar el divorcio: había aprovechado la oportunidad de la ausencia de Bob, y los poderes notariales que éste le había otorgado, para transfe¬rir del nombre de su marido al de ella los títulos de propiedad del rancho, los dos coches, las cuatro casas de departamento, los lotes esquineros de Palm Springs y todos los valores. Y entretanto él debía treinta y tres mil dólares al Gobierno por atrasos del impuesto a los réditos. Pero, cuando pidió a su pro¬ductor el aumento de doscientos cincuenta dólares semanales que, podía decirse, ya le habían prometi¬do, la respuesta fue un largo y grávido silencio.

-¿Qué hay de aquello, Lou?

Midiendo las palabras con solemne énfasis, Lou Lublin dió su respuesta.

-Bob -dijo-, en este estudio, en este momen¬to, ni el mismo Jesucristo podría obtener un aumento.

El tono era amistoso; pero, cuando Bob quiso in¬sistir, Lou había dado en la mesa con el puño y de¬clarado que su conducta no era digna de un norte¬americano. Aquello era un punto final.

Bob continuaba hablando. Pero ¡qué tema, pen¬saba yo, para una gran pintura religiosa! Jesucristo ante Lublin, suplicando un aumento de doscientos cincuenta dólares semanales y hallando una rotunda negativa. Sería uno de los temas favoritos de Rem¬brand, dibujado, grabado al aguafuerte, pintado una docena de veces. Jesús marchando tristemente hacia la oscuridad de un adeudado impuesto a los réditos, mientras en la dorada luz de los focos, resplandec¬en gemas y brillos metálicos, Lou, tocado con turbante enorme, soltaba una risita triunfal pen¬sando que le había hecho al Varón de Dolores.

Habría también la versión de Breughel. Una gran sinóptica del estudio; una revista musical de tres millones de dólares en plena producción, con los detalles técnicos fielmente reproducidos; dos mil figuras, todas perfectamente caracterizadas; y al fondo, en el ángulo derecho, una larga búsqueda revelaría finalmente a Lublin, no mayor que un sal¬tamontes, vertiendo contumelia sobre un Jesús todavía más diminuto.

-Pero tengo una idea estupendísima para un ori¬ginal -decía Bob con él optimista entusiasmo que es el recurso del hombre desesperado para no recurrir al suicidio. Mi agente está absolutamente chiflado con ella... Cree que debería poder venderla por cincuenta o sesenta mil dólares.

Empezó a narrarme el argumento.

Pensando todavía en Jesucristo ante Lublin ima¬giné la escena tal como Piero la habría pintado: la composición, luminosamente explícita, una ecuación de equilibrados vacíos y plenos, de matices en armo¬nía y en contraste; las figuras, en adamantino

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