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LABOR, TRABAJO Y ACCIÓN.


Enviado por   •  14 de Mayo de 2013  •  Tesis  •  7.796 Palabras (32 Páginas)  •  544 Visitas

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LABOR, TRABAJO Y ACCIÓN. Una conferencia (1957)

Hannah Arendt.

Damas y caballeros.

Durante el corto lapso de tiempo de que dispongo, me gustaría plantear una pregunta aparentemente extraña. Mi pregunta es la siguiente: ¿En qué consiste la vida activa? ¿Qué hacemos cuando actuamos? Al formular esta pregunta, presupondré la validez de la vieja distinción entre dos modos de vida, entre una vita contemplativa y una vita activa, que encontramos en nuestra tradición de pensamiento filosófico y religioso hasta el umbral de la Edad Moderna, y presupondré también que cuando hablamos de contemplación y acción no sólo hablamos de ciertas facultades humanas, sino también de dos formas distintas de vida. Seguramente, la cuestión tiene cierta relevancia. Porque, incluso si no impugnamos la opinión tradicional según la cual la contemplación es de un orden superior al de la acción, o según la cual toda acción no es más que un medio cuyo verdadero fin es la contemplación, no podemos dudar -y nadie lo ha dudado- que es bastante posible para los seres humanos pasar la vida sin abandonarse jamás a la contemplación, mientras que, por otra parte, ningún hombre puede permanecer en estado contemplativo durante toda su vida. En otras palabras, la vida activa no es solamente aquello a lo que están consagrados la mayoría de los hombres, sino también aquello de lo que ningún hombre puede escapar totalmente. Porque está en la condición humana que la contemplación permanezca dependiente de todos los tipos de actividades; depende de la labor que produce todo lo necesario para mantener vivo el organismo humano, depende del trabajo que crea todo lo necesario para albergar el cuerpo humano y necesita la acción con el fin de organizar la vida en común de muchos seres humanos de modo que la paz, la condición para la quietud de la contemplación, esté asegurada.

Al referirme a nuestra tradición, he descrito las tres articulaciones principales de la vida activa al modo tradicional, esto es, como sirviendo a los fines de la contemplación. Sin embargo, es lógico que la vida activa haya sido siempre descrita por aquellos que adoptaron el modo de vida contemplativa; de ahí que , la vita activa haya sido siempre definida desde el punto de vista de la contemplación. Todos los tipos de actividad humana, comparados con la absoluta quietud de la contemplación, parecían similares en la medida en que fueron caracterizados por la inquietud, por algo negativo, por a-skholia o por nec-otium, por el no-ocio, o por la ausencia de las condiciones que hacen posible la contemplación. Comparadas con esta actitud de quietud, todas las distinciones y articulaciones inherentes a la vita activa desaparecen y, desde el punto de vista de la contemplación, poco importa lo que perturbe la necesaria quietud: sólo que el hecho de ésta sea perturbada.

Así, tradicionalmente la vita activa toma su significado de la vita contemplativa; le fue concedida una muy restringida dignidad ya que servía a las necesidades y exigencias de la contemplación en un cuerpo vivo. El cristianismo, con su creencia en un más allá, cuyos goces se anuncian en las delicias de la contemplación, confiere sanción religiosa al envilecimiento de la vita activa, mientras que, por otra parte, el mandato de amar al prójimo actuó como contrapeso a esta valoración desconocida por la antigüedad. Pero el establecimiento del propio orden, según el cual la contemplación era la más elevada de las facultades humanas, era, en origen, griego y no cristiano; coincidió con el descubrimiento de la contemplación como el modo de vida del filósofo que, en cuanto tal, se consideró superior al modo de vida político del ciudadano en la polis. Lo importante, y aquí sólo puedo mencionarlo de pasada, es que la cristiandad, al contrario de lo que con frecuencia se piensa, no elevó la vida activa a una posición superior, no la salvó de su ser secundario, ni la consideró, al menos teóricamente, como algo con un significado y un fin en sí misma. Y, en efecto, un cambio en este orden jerárquico era imposible mientras la verdad fuera el único principio englobante que permitiera establecer un orden entre las facultades humanas, verdad que además era entendida como revelación, como algo esencialmente dado al hombre, como distinta de aquella verdad que es el resultado de alguna actividad mental -pensamiento o razonamiento- o como el conocimiento que se adquiere por medio de la fabricación.

De ahí surge la cuestión: ¿Por qué no fue descubierta la vita activa, con todas sus distinciones y articulaciones, tras la moderna ruptura con la tradición y la consiguiente inversión de su orden jerárquico, tras la «re-evaluación de todos los valores» en Marx y Nietzsche? Y aquí la respuesta se puede resumir brevemente, a pesar de que resulta bastante compleja en un análisis concreto: está en la propia naturaleza de la famosa inversión de los sistemas filosóficos o de las jerarquías de valores el dejar el esqueleto conceptual intacto. Esto es especialmente cierto en el caso de Marx que estaba convencido de que bastaba con invertir a Hegel para encontrar la verdad -a saber, la verdad del sistema hegeliano, el descubrimiento de la naturaleza dialéctica de la historia-. Permítanme explicar con brevedad cómo esta identidad se muestra en nuestro contexto. Cuando enumeré las principales actividades humanas -labor, trabajo, acción-, era obvio que la acción ocupaba la posición más elevada. En la medida en que la acción está conectada con la esfera política de la vida humana, esta valoración concuerda con la opinión prefilosófica, preplatónica, habitual en la vida de la polis griega. La introducción de la contemplación como el punto más alto de la jerarquía tuvo como resultado una nueva disposición de este orden, aunque no siempre a través de una teoría explícita. (A menudo hemos rendido homenaje verbal a la antigua jerarquía, cuando esta jerarquía ya había sido invertida en la enseñanza efectiva de los filósofos.) Desde el punto de vista de la contemplación, la más alta actividad no era la acción sino el trabajo; el surgimiento de la actividad artesanal, en la escala de las valoraciones, hace su primera aparición en escena en los diálogos de Platón. La labor permaneció, claro está, abajo de todo, pero la actividad política, como algo necesario para la vida de la contemplación, era ahora reconocida sólo en la medida en que podía ser desarrollada del mismo modo que la actividad del artesano. Sólo al ser considerada como una actividad de trabajo, podía esperarse de la acción política resultados durables. Y tales resultados durables significaban la paz, la paz necesaria para la contemplación: ningún cambio.

Si atendemos a la inversión

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