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Las 21 Leyes Irrefutables Del Liderazgo


Enviado por   •  5 de Marzo de 2012  •  9.782 Palabras (40 Páginas)  •  1.369 Visitas

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LA LEY DEL SACRIFICIO

Un líder debe ceder para subir

UNO DE LOS MAS INCREÍBLES de la historia empresarial norteamericana es un ejemplo

dramático de la Ley del Sacrificio. Sucedió en la Chrysler Corporation a principios del

decenio de los ochenta. La Chrysler era un desastre, pese a su previa historia de buen éxito.

La empresa había existido desde mediados del decenio de los veinte, cuando Walter

Chrysler reorganizó las compañías automovilísticas Maxwell y Chalmers y puso su nombre

al nuevo negocio. En 1928, compró Dodge y Plymouth, y en 1940, el año en que falleció,

era dueño de la segunda compañía automovilística más grande del mundo, por encima de la

Ford, precursora en la industria, y detrás únicamente de la General Motors. Esta era una

extraordinaria historia de buen éxito. En cierto momento, la Chrysler había capturado

veinticinco por ciento de todo el mercado doméstico de automóviles.

La compañía siguió siendo muy fuerte durante los años sesenta. Uno de los sellos de

sus autos era su ingeniería innovadora. Por ejemplo, los ingenieros de la Chrysler diseñaron

el primer encendido electrónico para autos, los primeros frenos hidráulicos, y el primer auto

computarizado. En el decenio de los sesenta, sus autos también eran conocidos por su alto

rendimiento, con modelos como el Barracuda, el Dodge Daytona, y el Plymouth Road

Runner —llamado por algunos el máximo coche de carreras.

UN DESCENSO DEVASTADOR

Sin embargo, en el decenio de los setenta, la compañía comenzó a declinar rápidamente. En

1978, su mercado había bajado de 25 por ciento a un escaso 11 por ciento. Las cosas

empeoraban cada vez más, y la organización iba rumbo a la bancarrota. En noviembre de

1978, la Chrysler contrató a un nuevo líder. Su nombre era Lee Iacocca. Era un hombre con

mucha experiencia en autos que había ascendido en las distintas posiciones ejecutivas de la

Ford. Aunque era ingeniero de profesión, voluntariamente había comenzado su desempeño

profesional en ventas para la Ford en Pennsylvania en la década de los cuarenta. Finalmente

obtuvo un puesto ejecutivo en las oficinas centrales de la compañía en Dearborn, Michigan.

Mientras estuvo allí, dirigió equipos que crearon automóviles revolucionarios, como el

Lincoln Continental Mark III y el legendario Mustang, uno de los autos más populares en la

historia.

En 1970, Iacocca se convirtió en presidente de la Ford Motor Company, la mayor

posición de liderazgo posible bajo la presidencia de la junta directiva de Henry Ford II. Por

todo, Iacocca trabajó para la Ford treinta y dos años. Y cuando se fue en 1978, la compañía

estaba recibiendo ganancias récord, pues había hecho $1.800 millones en cada uno de los

dos últimos años que estuvo a cargo de la empresa. Aunque la separación no fue agradable,

entre el paquete de indemnizaciones que recibió y las acciones que había adquirido

mientras trabajó allí, Iacocca estaba en una posición en la que no tendría que trabajar nunca

más. Pero sólo tenía cincuenta y cinco años cuando dejó la Ford, y sabía que aún tenía

mucho que ofrecer a una organización.

UN LÍDER AL RESCATE

La invitación de la Chrysler de entrar a formar parte del equipo le presentó la oportunidad

—y el reto— de toda una vida. John Riccardo, entonces presidente de la junta directiva de

la Chrysler, reconocía que la compañía necesitaba un liderazgo fuerte para poder

sobrevivir, algo que él no podía proporcionar adecuadamente. Según Iacocca, Riccardo

sabía que la posición estaba por encima de su capacidad, de modo que quiso contratar al

antiguo ejecutivo de la Ford como presidente de la Chrysler. Riccardo, a su vez, cedería su

puesto en dos años, a fin de que Iacocca se convirtiera en presidente de la junta directiva y

jefe principal. John Riccardo estaba dispuesto a sacrificarse a sí mismo por el bien de la

compañía. Como resultado, Iacocca tendría la oportunidad de realizar el sueño de toda su

vida: ser el jefe máximo de una de las tres grandes compañías automovilísticas.

IACOCCA CEDIO PARA SUBIR

Iacocca aceptó el trabajo, pero este también le exigió sacrificio personal. El primero tuvo

que ver con sus finanzas. El salario que aceptó en la Chrysler era un poco más de la mitad

de lo que ganaba como presidente de la Ford. Su segundo sacrificio estaba relacionado con

su vida familiar. En la Ford, Iacocca siempre se había enorgullecido del hecho de que

trabajaba duro de lunes a viernes, pero separaba sábado, domingo, y casi todas las noches

de los viernes para su familia. Cuando regresaba a casa del trabajo al final del día, dejaba

sus problemas en la oficina.

Sin embargo, para dirigir la Chrysler, Iacocca debía trabajar casi las veinticuatro horas.

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