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Enviado por   •  24 de Octubre de 2013  •  5.285 Palabras (22 Páginas)  •  299 Visitas

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Básate en lo que plantearon los economistas clásicos, como Adam Smith y David Ricardo. Dentro de su teoría, entendieron que las ventajas comparativas de cada país, era la mejor forma, según ellos (totalmente refutado en la actualidad) de desarrollar el comercio internacional. En la actualidad, este concepto del Siglo XIX ha sufrido una serie de transformaciones, por la gran diferencia que hay entre los países ricos y pobres, que está obligando totalmente a replantear estos conceptos económicos anacrónicos; por la gran crisis alimentaria, el cambio climático y los altos precios del petróleo. La globalización y la integración económica interregional, en vez de beneficiar se va convertir en un estorbo para los países, que cuentan con grandes recursos naturales y económicos, porque las reglas del juego, están cambiando y se busca urgentemente una soberanía alimentaria; no como lo que se planteaba tradicionalmente, de que los países menos competentes o eficientes en el agro, se dedicaran a producir y exportar productos no tradicionales que no se producen en otros países, en detrimento de los productos tradicionales, al ser más costoso que lo que producían otros países eficientemente. Sin embargo, ha sido un baño frío, para los neoliberales y seudos neoliberales criollos, por la crisis actual. Todo está cambiando.

Globalización e Integración: Imposiciones Divinas

¿Quimera o realidad?

El paradigma utópico de la globalización y los procesos de integración, ha estado enmarcado por constantes e innumerables cambios históricos, que han representado múltiples transformaciones conceptuales en las malgastadas percepciones modernas, es decir, el concepto de la globalización es producto de la evolución de la economía durante miles de años y ha adquirido apariencias múltiples y complejas difíciles de rastrear. Por ende, el objetivo de esta formulación teórica es la búsqueda de las raíces históricas de la globalización y la integración; así como la búsqueda de su versátil comportamiento y su contraste con el proceder actual.

Se traza como objetivo principal el de dilucidar las nociones de procesos de integración económica y globalización en el contexto moderno, pero la esencia de estos elementos tienen sus raíces o fundamentos en períodos de la historia en que la economía y la política apenas comenzaban a establecerse como mecanismos de acción, y es a partir de este momento en que trazaremos una conexión entre el presente y el pasado, con el fin de ilustrar y aclarar la tergiversación conceptual de los elementos en juicio.

Partiendo entonces, de la premisa de que la globalización es un proceso de integración en el que interactúan fuerzas políticas, sociales, culturales y económicas, donde el único fin es el amalgamiento de las sociedades y la homogenización de culturas, encontramos la imperante necesidad de contextualizar nuestra opinión acerca de la globalización y el papel que ha jugado en la historia.

Los procesos de integración han sido manifestaciones racionales que el hombre ha convertido en acciones cotidianas y necesarias para su desarrollo, por ello no es de extrañar que las instituciones u organismos a finales del milenio encuentren como medio de subsistencia la integración de sus estructuras y sistemas económicos, pero lo que sí está sujeto a críticas es la apropiación anacrónica de conceptos previamente establecidos por Estados o personajes del pasado.

Estas manifestaciones de integración y globalización pueden observarse de manera directa en "la aparición de un mercado mundial, la homogenización cultural reflejada en la expansión de tres lenguas y la desaparición de decenas de dialectos, la consolidación de los valores fundamentados en la ética judeo-cristiana y, por último, una homogenización étnica, reflejada en el mestizaje y la desaparición de la raza indígena americana".

Pero quizás, uno de los aspectos más relevantes y de mayor trascendencia al momento de hablar sobre integración económica es el elemento democracia. Este proceso integrador debe estar enmarcado por una normativa en la cual la concepción de democracia no se limite simplemente al de una forma determinada de gobierno o autoridad, sino que haga referencia a un conjunto de reglas de conducta para la convivencia social y política; esta convivencia debe ser la norma de oro para las relaciones internacionales y debe convertirse en el eje de integración entre las partes.

La evidencia empírica nos ha mostrado a través del tiempo que las naciones que han estado al límite de la democracia, o por fuera de él, han tenido problemas de interacción con las demás naciones, y han investido a la tiranía, la anarquía, el comunismo, o cualquier otro régimen antagónico a la democracia, como director de su destino nacional. Aunque la democracia se convierta en el complemento ideal para las relaciones integracionistas, seria injusto señalar a los detractores de esta como unos fracasados, ya que ejemplos tales como Corea del Sur, Singapur y China demuestran que bajo la mano del autoritarismo se pueden tener tasas de crecimiento constantes y estables.

La globalización se ha enaltecido y reverenciado en las últimas décadas con base en juicios improcedentes e infundados; los representantes del liberalismo económico imprimieron un cierto toque publicitario a su dinámica política logrando fortalecer realidades que ya existían en contextos mucho más antiguos (contextos en los que existieron los verdaderos precursores y amplificadores de la globalización) para posteriormente vender su "idea" de apertura de mercados, internacionalización, bloques económicos y globalización a las ingenuas instituciones internacionales que se encontraban en proceso de reestructuración ideológica o a las que se encontraban en un claro estado de desorden funcional.

Los procesos de constantes intercambios de bienes y/o servicios han existido desde el feudalismo, donde en las ciudades, los artesanos libres hacían del taller la unidad típica de producción y establecían así la antesala de la fábrica moderna; este pequeño, pero significativo avance industrial, permitió de una manera casi imperceptible, sentar las bases para el proceso globalizador, que años mas tarde, encontraría en el mercantilismo una plataforma ideal para dispersar el concepto por varios continentes. Al mismo tiempo, una revolución cultural adquiría fuerza en todos los continentes, no tenía fines predeterminados sino que simplemente obedecía a los cambios que estaba viviendo el mundo y estaba homogenizando las diferentes culturas y sociedades existentes.

Pero se presenta un interrogante adicional, ¿Qué intereses verdaderos tenía cada sociedad para realizar cambios estructurales a su lengua, su cultura y sus tradiciones? simple, la desaparición, desagregación o transformación de los diferentes esquemas culturales y su adaptación a los modelos europeos obedecieron a intereses netamente económicos, y algunos políticos, encontrando así, una oportunidad de inserción en los mercados y naciones de mayor poder de la época, este movimiento repentino se constituye en una de las señales claves para comprender que el proceso de la globalización e integración comenzó a gestarse desde aquellas épocas en que la europeización se convirtió en el epicentro y cimiento fundamental del nuevo orden cultural.

En el periodo mercantilista, el nublado concepto de globalización e integración presentaba pequeños vestigios que consentían pensar que todo ese modelo económico era un preámbulo para el subsiguiente periodo de corte neoliberal. Este sería el prefacio del desborde cultural, en este preciso instante es donde el objetivo comienza a perder el control y obliga a ser trazado de nuevo, bajo parámetros de diferentes enfoques. El mando lógico que le estaba imprimiendo el mercado colapsó al encontrar en la administración estatal un fuerte opositor de las ideas que inicialmente lo estructuraron.

La "globalización moderna" ha transformado su proceder ancestral, la imposición unilateral de disposiciones teórico – prácticas ha perturbado los mecanismos espontáneos que predominaban en las diferentes economías; estos mecanismos rectores de la economía no advirtieron, en el factor globalización, un factor distorsionarte y desestabilizante de sus malgastados modelos económicos, posibilitando consolidar, de forma gradual, a todo el sistema capitalista como director general de toda la economía.

En cambio, la "globalización tradicional", consentía dentro de su marco normativo la libre interacción entre los diferentes agentes económicos del mercado, restándole importancia a los referentes regulatorios que escasamente existían; dichos referentes serían los que, en un futuro cercano, marcarían el camino para la instauración de los nuevos esquemas regulatorios del mercado.

Las diferentes concepciones acerca de la globalización y procesos de integración, nos permiten develar, de una manera muy certera, las condiciones naturales en que se encuentra la estructura del mercado mundial. La evolución de la globalización, a través de las décadas, ha conseguido tanto acertar como errar, en muchas de sus hipótesis; este proceso modernista llegó acompañado de una membruda cartilla de ilusiones utópicas que configuraba, en ese momento de indecisión esquemática internacional, una solución celestial para la crisis.

Otro aspecto de alta relevancia para el éxito institucional o estatal, es la importancia que se le atribuya al planteamiento estratégico local. La combinación adecuada de los factores estratégicos internos de cada país con los esquemas estratégicos que plantea la globalización, tendrán efectos consistentes, eficientes y reales, que generarán un efecto de apalancamiento entre los sectores productivos.

En relación con el tema de la integración y los diferentes enfoques que se han plasmado acerca de este proceso, retomo un aparte del reconocido profesor e investigador Carlos Alberto Montoya para tener un punto de referencia en el análisis: "(...) Dentro de los enfoques más influyentes se destacan aquellos que presentan a la integración como una estrategia de ampliación de mercados y como una forma de progresión política de las naciones que se integran", a mi juicio, la integración atraviesa por un efecto adverso al que he denominado "efecto adhesión" y consiste en que los países que decidieron entrar en la dinámica integradora, lo hicieron por temor a proceder de forma independiente, o por miedo de no tener el apoyo financiero del Banco Mundial o del Fondo Monetario Internacional, y como consecuencia de este accionar, estos países decidieron rendirse a la presión del modelo capitalista. Asimismo, esta integración se favoreció gracias a que los diferentes Estados no sintieron la suficiente confianza en sus mecanismos de política económica, y menos en los organismos que dirigían las estrategias financieras y económicas de cada país, razón por la cual designaron gran parte de la responsabilidad en los organismos internacionales. Es por ello, que la integración como estrategia de ampliación de mercados y como forma de progresión política de las naciones que se integran, es sencillamente una consecuencia de la falta de carácter, compromiso y responsabilidad de los diferentes gobiernos. En síntesis, resulta preocupante que la alineación de estos bloques o alianzas haya sido determinada por factores exógenos, que realmente se encuentran al margen de un verdadero proceso de integración, y más preocupante aún, es la idea de que se necesite de otra nación para poder lograr ser competitivo en el mercado internacional.

El anterior planteamiento contrasta de una forma muy sutil con el bosquejo trazado por el doctor Montoya, pues aunque su diseño y el propuesto en este escrito presentan algunas diferencias entre si, ambos encuentran que la integración es un proceso que debe acompañarse de estrategias que posibiliten el desarrollo, el crecimiento social y la progresión estatal, y que ella debe converger en procesos de equiparación y no de marginamiento entre los países participantes.

La naturaleza intrínseca de un proceso de integración, obviamente en su estado más natural y libre de "impurezas", debe estar enmarcada por ciertas características que posibiliten el funcionamiento normal y objetivo del mismo, sería indiscutiblemente benéfico traer a colación algunos ejemplos que han sido el resultado de la incorrecta experimentación de una miscelánea entre la globalización y la integración, todo con el objeto de presentar el nivel de desfiguración que ha alcanzado este proceso:

El objetivo inicial era construir un modelo que permitiera equilibrar la productividad y la eficiencia entre las partes, pero adoptando una posición pragmática, se observa que la grieta ha aumentado en forma significativa debido a las ventajas comparativas y competitivas que existen al interior de cada país - hasta el momento no se incluye la variable tecnología para tratar de equiparar un poco los resultados-, y aun así, no existe un punto de comparación que sirva de aliento para las economías relegadas; otro aspecto relevante es el esquema salarial, en el que la diferencia que existe entre uno y otro país, influye directamente en los precios finales, generando una vez más, desequilibrios macroeconómicos entre las naciones, que imposibilita el libre funcionamiento del genuino proceso integrador.

Lamentablemente, la evidencia empírica demuestra una vez más, que en ciertas naciones se manipulan los salarios como un mecanismo de disminución de costos del producto final, en beneficio de la productividad, pero en detrimento de las libertades individuales fundamentales, lo que se traduce en una disminución de la calidad de vida y de las necesidades básicas de la población.

El autor Amartya Sen, en su obra "Desarrollo y Libertad", argumenta que pueden existir hambrunas incluso, sin que disminuya la producción o las existencias de alimentos, lo cual puede deberse a paros laborales, a ausencias de sistemas de protección social, falta de derechos económicos, o inclusive, pueden confluir todas las variables anteriores. Surge entonces el siguiente interrogante, ¿dónde se encuentran los beneficios prometidos por los estamentos de la integración?, y ¿cuáles son las ventajas de abrir una economía al mundo, si esta no representa ningún tipo de patrocinio a los más necesitados? La importancia de un intercambio no solo debe asumir matices económicos, debe además poseer rasgos sociales, culturales y políticos que le procuren un verdadero valor agregado al proceso integrador.

Entre los efectos más relevantes encontramos la incitación a la homogenización de las cargas arancelarias, la estandarización de bienes y/o servicios y el fortalecimiento de las economías de escala, lo que se traduce en una disminución de los costes unitarios en el mercado internacional, ya que al aumentar la capacidad y el volumen de producción de un proceso productivo pueden repartirse los costes fijos entre más unidades de producto. El reflejo puede transformarse en un menor impacto sobre los costes habituales, en una mayor experiencia laboral, en una utilización más eficiente y racional de la maquinaria, entre otros aspectos. Por las anteriores, y otras tantas variables, sobrevienen las célebres fusiones institucionales y corporativas, que tienen como objetivo su fortalecimiento interno para desafiar la globalización; sobrevienen también los procesos de integración, el aumento de la competencia, las alianzas estratégicas y la desarticulación de la competencia desleal; o en el caso contrario, se manipula la información para monopolizar un mercado específico.

Aunado a lo anterior, es pertinente traer a colación algunos apuntes que se esbozaron en años anteriores "El mundo ha recorrido desde finales de la guerra fría largos caminos en búsqueda de la libertad económica, social, política y cultural, así como una democracia duradera, consistente, firme, justa y equitativa, pero en estos caminos se han ido encontrando fuertes opositores del desarrollo y la libertad que coartan y cercenan de raíz cualquier proceso de expansión de las libertades reales y fundamentales que poseen los miembros de una sociedad, y peor aún, atacan indiscriminadamente a los miembros que poseen poca o ninguna oportunidad de desarrollo dentro de la comunidad. Por tanto, las instituciones sociales, las instituciones económicas, los derechos políticos, los derechos humanos, la industrialización y el progreso tecnológico (en países en vías de desarrollo) se han convertido en víctimas de la globalización. Esta, a pesar de incrementar la eficacia económica (para algunos), de dar un mayor empuje al comercio mundial y a la producción, de ofrecer nuevas oportunidades a los mercados y beneficios a los demandantes en precios y productos sigue día a día generando pobreza, tiranía, escasez de oportunidades económicas, privaciones sociales y Estados o grupos represivos que la rechazan en su totalidad.

"La tendencia generada por el modelo de desarrollo neoliberal a ultranza basado en el dinero, las utilidades y el presupuesto ha puesto en jaque a los gobiernos débiles y un poco conservadores que rigen en el mundo, además las incompetentes instituciones estatales y su falta de compromiso con la sociedad dieron pie para que el proceso globalizador se implantara con gran fuerza.

Años más tarde, luego del proceso globalizador, la desigualdad y la pobreza siguen siendo el principal factor de deterioro social en los países del mundo, tanto que más de mil millones de personas en todo el globo se encuentran en la pobreza absoluta, y otros cientos de millones se hallan desempleadas o subempleadas, además de sometidas a rigurosos excesos de trabajo e injusticias, a salarios injustos, a falta de seguridad y al olvido por parte del Estado.

"La comunidad internacional demanda un proceso de desarrollo mundial, capaz de disminuir la brecha existente entre ricos y pobres, también una unificación de los mercados y de sus organizaciones para evitar las injusticias, así como una constante comunicación entre los gobiernos y las autoridades locales, igual comunicación entre los partidos políticos y las instituciones ciudadanas y excelentes sistemas de educación, y (...) Las críticas que se hace a la globalización no son referentes a sus métodos o a su forma de manejar los mercados, ya que en sí, la globalización tiene enormes ventajas para la sociedad como la tecnología que aporta a esta, lo que se necesita es que esta sea más equilibrada, políticamente regulada y más justa a la hora de actuar, que genere conocimiento a todas las personas (bien sea en mayor o en menor cantidad, pero que la genere)".

Con la entrada a escena del desarrollo sostenible, la globalización fortalece sus tintes de opresor social, debido a que su incremento prolongado y constante de los beneficios era de tipo económico y no social; este desarrollo de carácter universalista, que hasta el momento sigue disfrutando de una aprobación relativamente alta en el medio, propende por el sostenimiento de ritmos intensivos de productividad y consumo. El desarrollo sostenible es netamente capitalista y busca mantener índices de crecimiento económico altos y constantes por medio del sostenimiento de ritmos intensivos en productividad y consumo; además, se homogenizan los parámetros de la economía mundial y los utiliza únicamente como instrumentos para su beneficio propio, sin importar las consecuencias directas y las externalidades sociales que pueda provocar. Este desarrollo es manejado y estructurado por los tecnócratas, quienes muestran cifras y resultados siempre en términos de la expansión del modelo y de su crecimiento. Este proceder kamikaze del desarrollo sostenible era poco plausible para sus contradictores, los difusores del desarrollo sustentable encontraban profusas inconsistencias en la estructuración teórica y en la aplicación práctica del modelo capitalista, es por ello, que procuraron ampliar el concepto y situar el desarrollo en un contexto más social. Este desarrollo sostenible propugna por un desarrollo duradero basado en una versión complementaria entre la geología y la economía, en este punto se enlazan elementos tales como la investigación ambiental y el desarrollo científico tecnológico, lo que entrega como resultado final un desarrollo económico-ambiental que beneficia a toda la sociedad.

En síntesis, la integración y la globalización son procesos que se presentaron, durante muchos años, con rostros completamente distintos, pero que en su interior reflejaba la misma esencia, fines, objetivos y estructura de la que se nos presenta hoy en día. Precisamente, es en las tres últimas décadas que aparecen teóricos proponiendo y prometiendo teorías ya existentes, y peor aún, logrando comprometer a las instituciones, particulares y estatales, en procesos poco benéficos para sus intereses. Para finalizar, se encuentra con profunda tristeza que los intereses particulares primen sobre los colectivos y que los intereses capitalistas no den el espacio adecuado para los beneficios sociales.

Conclusiones y recomendaciones

I. Cristalizar el proceso democrático como fuente imprescindible de crecimiento económico; este crecimiento debe trabajar simultáneamente con un desarrollo social, para implementar y aplicar mecanismos que permitan un adecuado y correcto funcionamiento del mercado.

II. Propender por la verificación y concertación de políticas, que conjuntamente, logren un equilibrio entre el ámbito económico y político.

III. La apertura de mercados y la rápida puesta en marcha del proceso globalizador, creó desórdenes productivos en la mayoría de los países subdesarrollados, y provocó una pérdida de identidad en el sector industrial, ya que muchas compañías se dedicaron a producir en grandes cantidades o productos diferentes para no ser expulsados del mercado por las enormes multinacionales.

IV. Identificar las ventajas comparativas y competitivas de cada sector para enfrentar el poder destructivo del ALCA.

V. El verdadero problema consiste en la aparición de estos conceptos como unas ideas divinas y potencialmente salvadoras, mientras la esencia de estos procesos radica en la idea de que el mercado sea el líder, marcando el camino a seguir, y que genere el acoplamiento de los mercados vía natural y no vía artificial.

VI. El hombre no ha estado preparado para procesos micro-cíclicos, necesita de tiempo para la instalación y adaptación en nacientes procesos.

VII. Paralelamente, al ficticio proceso integrador y globalizador, surgen los perniciosos tecnócratas, quienes manifiestan una tendencia en la que se propende por el crecimiento y desarrollo económico basado en el capital y en la maximización del beneficio.

Imperio, hegemonía imperial y orden planetario: algunos elementos de análisis

¿Qué es lo que explica el ascenso histórico de Estados Unidos hacia la condición de potencia global dominante y hegemónica a partir de la segunda mitad del siglo XX? Habría que explorar en las causas del desarrollo económico y tecnológico del capitalismo durante el siglo XIX y que encuentra su cristalización en Norteamérica, a lo largo de las fdos guerras mundiales del siglo XX: la única gran potencia que emerge triunfante de ambas guerras es Estados Unidos, incluso no obstante que la Unión Soviética fue la otra gran vencedora de la Alemania hitleriana en 1945.

Es posible sustentar la hipótesis de que el ascenso histórico de Estados Unidos a la condición de potencia dominante durante el siglo XX, se explica por la expansión del modo de producción capitalista a escala planetaria, por el uso ostensible y sistemático de la guerra como instrumento de dominación y de avasallamiento de las potencias que no aceptaran la hegemonía estadounidense, y por la existencia de una cultura-ideología liberal-capitalista que otorga sustento ideológico y justificación política a esta dominación, la que se expande a nivel mundial como parte de una industria cultural. Según este esquema explicativo por lo tanto, tres serían las causas fundamentales del ascenso de EE.UU. a la condición de potencia mundial hegemónica: la expansión económica y tecnológica capitalista, la acción bélica como herramienta de dominación y la expansión de una ideología que le da sustento.

¿El mundo ha entrado en una nueva era imperial?

Resulta sintomático constatar que en la discusión teórica e intelectual que se plantea hoy en las Ciencias Sociales y la Ciencia Política contemporáneas en particular, no es si estamos asistiendo o no a una nueva era imperial, sino cuál será la duración de esta dominación. El que Estados Unidos haya ascendido a la condición de potencia imperial en el mundo actual no está en discusión, es, por el contrario, un dato histórico y empírico fuera de discusión. Lo que nos parece provechoso analizar es si acaso ésta dominación, esta hegemonía imperial se está produciendo sin obstaculos y cuáles son los rasgos característicos de dicha hegemonía imperial.

Para entender este fenómeno necesitamos situarnos teóricamente en una perspectiva global del orden mundial, y para ello recurriremos a la noción de "sistema-mundo" para dar cuenta de un orden mundial articulado sistémicamente en el que se integran actores de distinta jerarquía y potencia, dentro de estructuras mundiales y/o globales que tienden a interrelacionarse entre sí. El mundo ha entrado, también desde el siglo XX, en un modo de organización mundial que denominamos "sistema-planeta" o "sistema-mundo": es este modo de organizsción global el que constituye el trasfondo de la constitución de un sistema imperial y unipolar de hegemonía.

La hegemonía en el sistema-mundo significa, desde el punto de vista teórico y por definición, la existencia de una potencia cuya situación geopolítica y geoestratégica le permite imponer una forma más o menos estable de distribución del poder dentro del espacio global o planetario. La hegemonía se define por la capacidad de un actor -en este caso de un actor estatal-financiero-tecnológico- para imponer la forma cómo se va a ordenar el sistema mundial. Esta hegemonía global implica o supone un período de "paz", lo que significa en primer lugar la ausencia de confrontación militar o estratégica, no de cualquier forma de lucha militar, sino de la que se produce entre las grandes potencias del sistema, o sea una confrontación a escala planetaria. Un período de hegemonía requiere, y al mismo tiempo genera, "legitimación", entendiendo por tal la sensación por parte de los principales agentes políticos (incluyendo grupos amorfos como las "poblaciones" de varios Estados) de que el orden social existente es el mejor posible, o de que el mundo ("la historia") se mueve continua y rápidamente hacia ese orden social.

Tales períodos de hegemonía real, en los que la capacidad de la potencia hegemónica de imponer su voluntad y su "orden" sobre otras potencias no se ve sometida a amenazas serias, han sido relativamente poco duraderos en la historia del sistema-mundo moderno. En mi opinión, se han dado sólo tres casos: las Provincias Unidas a mediados del siglo XVII, el Reino Unido en el XIX, y los Estados Unidos a mediados del XX. Sus respectivos "momentos de hegemonía" entonces, duraron alrededor de veinticinco a cincuenta años en cada caso.

Al final de cada uno de esos períodos, esto es, cuando la antigua potencia hegemónica se iba convirtiendo simplemente en una gran potencia entre otras (incluso si seguía siendo durante algún tiempo la más fuerte desde el punto de vista militar), el sistema perdía estabilidad y en consecuencia también perdía legitimación, lo que implica menos paz. En este sentido, el período actual, que sucede a la hegemonía de los U.S.A., no es esencialmente distinto a los que siguieron a la hegemonía británica durante el siglo XIX, o a la holandesa a mediados del XVII.

Pero si esto fuera todo lo que pudiera decirse del período 1990-2025, o 1990-2050, o 1990-?, apenas valdría la pena discutir sobre ello, excepto a lo más como una cuestión de gestión técnica de un orden mundial inestable (que es precisamente como demasiados políticos, diplomáticos, profesores y periodistas lo tratan).

Hay, sin embargo, más, probablemente mucho más, en la dinámica del próximo medio siglo, poco más o menos, de gran desorden mundial. Las realidades geopolíticas del sistema interestatal no descansan exclusivamente, ni siquiera principalmente, sobre el rapport de forces militar entre el subconjunto privilegiado de Estados soberanos que llamamos grandes potencias --esos Estados suficientemente grandes y ricos que disponen de ingresos que les permiten desarrollar una capacidad militar seria.

En primer lugar, sólo algunos Estados son suficientemente ricos como para disponer de tal base recaudatoria, siendo esa riqueza más la fuente que la consecuencia de su fuerza militar, aunque evidentemente ese proceso se retroalimente. Y la riqueza de esos Estados con respecto a la de otros depende tanto de su tamaño como de la división del trabajo en la economía-mundo capitalista.

La economía-mundo capitalista es un sistema que implica una desigualdad jerárquica de la distribución basada en la concentración de ciertos tipos de producción (relativamente monopolizada, y por tanto con una elevada tasa de beneficio) en ciertas zonas limitadas, que se convierten así en atractores de la mayor acumulación de capital. Esa concentración permite el reforzamiento de las estructuras estatales, que a su vez tratan de garantizar la supervivencia de esos monopolios relativos. Pero como los monopolios son de por sí frágiles, se ha ido produciendo una constante, discontinua y limitada pero significativa relocalización de esos lugares de concentración a lo largo de toda la historia del sistema-mundo moderno.

La hegemonía imperial: rasgos principales

Veamos primeramente los rasgos definitorios de la hegemonía imperial.

Podemos construir teóricamente una definición de la "hegemonía imperial", como una condición voluntaria y una forma de manifestación de la dominación de un Estado o de un actor del sistema internacional sobre los demás actores del sistema, sobre la base del ejercicio político, económico, material o tecnológico, cultural e incluso territorial de determinadas formas de hegemonía, que son reconocidas objetivamente por los demás actores y que los coloca a éstos en una posición más o menos subordinada y de dependencia dentro del sistema. Según esta definición que propongo, la hegemonía imperial es una condición que tiene distintas dimensiones, pero que implica esencialmente, estructuralmente, una asimetría más o menos profunda en las relaciones entre los actores del sistema internacional, en términos de subordinación y dependencia.

Pero además, como lo propongo en esta definición, la dominación imperial se da como una condición voluntaria, es decir, que ella se expresa como una expresión de la voluntad clara, más o menos explícita del actor imperial para ejercer esa dominación, para hacerla visible y para presentarla como incontrastable. No basta ser imperio; es necesario que el Estado imperial desee abiertamente serlo y ejercer esa dominación, lo que significa también que en la ideología propia, en la "Razón de Estado" de dicho Estado imperial, siempre aparece una justificación que explica y sustenta la hegemonía imperial como necesaria, natural e ineludible. En el caso que nos ocupa, Estados Unidos no solo ejerce materialmente su hegemonía -aún a pesar de las crecientes formas de oposición y de rechazo que ocasiona- sino que encuentra las razones y motivaciones que la justifican y la avalan.

Y esa ideología justificadora de la dominación imperial actualmente en proceso de instalación, puede identificarse como el dogma de la globalización.

Ahora bien, el fenómeno central, crucial que ha sucedido desde mediados del siglo XX en adelante, es que el sistema mundial ha ingresado en una nueva era imperial, es decir, en un período histórico en el que, superada la bipolaridad anterior (1945-1990) se abre un período de duración indeterminada en el que se establece o tiende a establecerse un orden unipolar caracterizado por la afirmación hegemónica de la potencia estadounidense, cualificada como potencia global.

La hegemonía que comienza en las conciencias

Se nos presenta ahora como objeto de análisis, las razones culturales, acaso epistemológicas que explican la emergencia del imperio estadounidense, como el prototipo del imperio moderno. Max Weber se sentiría inclinado a atribuir a la ética protestante y a la visión del dinero que ésta postula, algunas de las causas profundas que explican esta deriva hacia la dominación imperial. La escuela marxista se inclinaría a explicar este tópico, a partir de un examen centrado en las condiciones económicas del desarrollo capitalista mundial, como lo hicieron en su momento Hilferding, Lenin y Rosa Luxemburgo, entre otros autores.

Otros autores, como Huntington o Fukuyama se inclinarían a presentar este fenómeno histórico, como una tendencia ineluctable, inevitable de la dominación estadounidense. Pero, tenemos derecho a preguntarnos cuáles son los rasgos que identifican que estamos en presencia de una época imperial.

¿Estamos entrando en una nueva época histórica imperial? ¿El planeta avanza hacia la hegemonía imperial? ¿Qué rasgos distintivos y característicos presentaría esa dominación imperial?

Veamos primero los rasgos de la mentalidad estadounidense que permiten pensar que el imperio es una realidad estructural del actual sistema internacional, pero que detrás de esa realidad subyace un trasfondo cultural e idiosincrático mucho mas profundo. La mentalidad estadounidense, se caracteriza por adscribir se a una lógica competitiva que atraviesa la totalidad de la vida social; los estadounidenses son educados desde la infancia en la lógica de competir, de luchar para ganar, de prepararse para una competencia en la que siempre tienen que prevalecer, en la que siempre tienen que ganar. El idealismo valórico que caracteriza a la idiosincrasia estadounidense y a su política exterior, no alcanza a borrar el profundo materialismo que caracteriza a sus formas de vida: son materialistas pragmáticos que justifican sus demandas, necesidades y metas, con el idealismo de unos cuantos valores individualistas.

Hay además en ellos, una profundo sentido de superioridad. Los estadounidenses han sido educados en la superioridad de la cultura, del modo de vida de su país, como un paradigma único y de alcance universal. Para los estadounidenses, la cultura de su país es el prototipo superior de toda la civilización humana y esa superioridad necesaria y naturalmente tiene que traducirse en dominación. Hay en esta visión, una lectura profundamente darwiniana del mundo y de la historia.

La globalización junto con el ideario liberal, puede considerarse como el paradigma del capitalismo en Occidente en el presente inicio del siglo XXI.

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