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Porque Existe La Delincuencia


Enviado por   •  23 de Marzo de 2014  •  5.658 Palabras (23 Páginas)  •  831 Visitas

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¿POR QUÉ EXISTE LA DELINCUENCIA?. UNA APROXIMACIÓN A SUS CAUSAS.

Jesús Torrente Risueño

Abogado y Criminólogo

I. INTRODUCCIÓN.-

A lo largo de estas líneas vamos a intentar llevar a cabo un análisis del fenómeno delincuencial y de sus posibles causas, partiendo de la base de que el objetivo desborda nuestra capacidad y que nos daremos por satisfechos si cuando lleguemos al final de esta exposición hemos conseguido al menos poner un poco de orden en el maremagnum de teorías y puntos de vista sobre las causas de la delincuencia.

Pretender en consecuencia una investigación en profundidad de un tema tan amplio escapa al objetivo de este trabajo, que no es otro que mostrar -anticipando nuestra conclusión final- que la delincuencia es un fenómeno tan complejo que su explicación no puede venir determinada por una única causa, sino que nos hallamos ante un fenómeno multicausal, lo que no impide que unos factores tengan un peso específico mayor que otros a la hora de explicar un determinado tipo de delincuencia.

Antes de continuar y de preguntarnos sobre las causas de la delincuencia, estimamos oportuno ofrecer una definición de la misma, tomándonos la licencia de refundir las palabras de César Herrero y López-Rey: delincuencia sería aquel fenómeno social constituido por el conjunto de infracciones contra las normas fundamentales de convivencia producidas en un tiempo y lugar determinados y cuya prevención, control y tratamiento requieren un sistema penal.

Las premisas de las que partiremos para realizar la aproximación que pretendemos pasan por considerar al hombre como un ser social por naturaleza y por el hecho de que toda sociedad se rige por unas normas. El que transgrede esas normas -cambiantes- se convierte en ocasiones en delincuente. Desde esta perspectiva la delincuencia sería una disfunción social que trae su causa del incumplimiento de unas normas preestablecidas.

La búsqueda de los orígenes y causas de la delincuencia no tendría otra finalidad que su prevención: si conocemos con certeza por qué el hombre delinque y eliminamos esas causas, estaremos contribuyendo a la construcción de una sociedad más libre y en definitiva de un mundo menos inhóspito y más habitable, reconociendo desde ya la utopía de nuestra pretensión.

Sentado lo anterior y recalcando que punto de partida y conclusión convergen en una fenomenología pluricausal, examinaremos en primer lugar algunas de las múltiples teorías que han intentado explicar o hallar una causa al crimen; nos detendremos también en una serie de factores criminógenos nada desdeñables y concluiremos esta exposición con una visión quizá algo pesimista, pero creemos que razonada, en cuanto a la evolución de la delincuencia en la época en que nos ha tocado vivir.

II. TEORÍAS EXPLICATIVAS DE LA DELINCUENCIA.-

Si consideramos a la criminología como una ciencia interdisciplinar que bebe, entre otras, de fuentes como la Sociología, la Psicología, la Antropología, el Derecho penal y penitenciario, las causas que explican la delincuencia habrán de ser igualmente multifactoriales, aunque solo fuere por seguir una línea lógica en nuestro razonamiento. Con esta premisa establecida, la idea clave podría ser la de prevalencia de unos factores sobre otros, admitiendo que algunos de ellos pueden ser más decisivos o determinantes para tratar de explicar determinado tipo de delitos, tal y como apuntábamos más arriba.

Tradicionalmente la delincuencia ha intentado explicarse desde tres posiciones que, aunque vistas desde lejos pudieran parecer excluyentes, no lo han sido para determinadas corrientes integradoras de las mismas. Aquéllas serían las teorías biológicas, las teorías sociales y otras que hacen hincapié en la propia personalidad del individuo, que podríamos denominar psicológicas.

I.1. Orientaciones biológicas.-

Según este grupo de teorías, en el hombre existe una predisposición innata hacia el delito, que es lo que le lleva a delinquir. Césare Lombroso (1836-1809) considera al hombre delincuente como un ser atávico, criminal nato, que ha evolucionado menos que los de su misma especie. Los criminales lo son ya desde su nacimiento y las tendencias delictivas constituyen una enfermedad que se puede heredar, conjuntamente con factores sociales y antropológicos. Según Lombroso existen personas abocadas a delinquir por su propia naturaleza. El delincuente sería un hombre predestinado a la delincuencia sólo y exclusivamente por su herencia genética. En esta línea encajarían afirmaciones como la conocida cita hobbesiana de que "el hombre es un lobo para el hombre" o postulados darwinianos en el sentido de que en la evolución de la especie humana sólo sobrevivirían los más aptos.

Podríamos encajar igualmente dentro de esta línea de pensamiento la teoría biotipológica de Sheldon que separaba a los individuos en función de un enfoque embriológico. La constitución mesomórfica sería una carta de presentación para delinquir, junto a la energía y fortaleza física, insensibilidad, tendencia a descargar tensiones a través de la mera actividad, inestabilidad emocional, ausencia de diversiones y desatención a las tareas domésticas.

Otros autores han llegado a relacionar la aparición de altos niveles de testosterona con la comisión de delitos violentos y delitos sexuales, puestos de manifiesto por Dabbs en 1988. Eysenck (1964) aporta un modelo en el que intenta explicar la existencia de tres características que confluyen en el hombre delincuente: neuroticismo, extraversión y psicoticismo. Según este autor, estas tres dimensiones tienen una importante base biológica de carácter hereditario. "No es difícil hallar -dice Eysenck- una razón teórica que explique la diferencia entre estos grupos, el criminal por una parte y el neurótico por la otra. Hemos mostrado que la angustia, las fobias, el comportamiento obsesivo-compulsivo y otras características del neurótico se deben en parte a su excesiva disposición para formar respuestas condicionadas fuerte y sólidamente. Hemos mostrado asimismo que existen fundamentos teóricos para creer que la conciencia es realmente una respuesta condicionada. De aquí parece lógico deducir que la ausencia de conciencia en personas delincuentes y psicópatas puede deberse al hecho de que forman respuestas condicionadas deficientemente, si es que las forman, y aún cuando éstas respuestas se forman, se extinguen pronto. También se recordará que, según nuestras investigaciones, el condicionamiento se relacionaba con la dicotomía extraversión-introversión, en el sentido de que los introvertidos condicionan bien y los extravertidos condicionan mal. Podemos entonces expresar nuestra hipótesis indicando que así como los neuróticos del tipo distímico tienden a ser introvertidos en personalidad, los delincuentes y los psicópatas serían extravertidos".

Wilson y Herrnstein (1985) han concluido afirmando que la delincuencia no puede ser comprendida sin tomar en consideración las predisposiciones individuales y sus raíces biológicas. De acuerdo con la investigación biológica actual, no existe una delincuencia ni genética ni biológicamente determinada. Lo que sí existe es una tendencia a la agresividad en determinados individuos que cuando se desencadena puede dar lugar al delito.

I.2 Orientaciones sociales.-

Estas teorías sostienen que la conducta delictiva está relacionada tanto con las características individuales como con las situacionales. Quizás constituyan las teorías más numerosas, pudiendo encuadrar dentro de ellas, sin ánimo de exhaustividad, corrientes como la Escuela Ecológica de Chicago, Teorías subculturales, el labelling aproach o Teoría del etiquetado y la Teoría de la anomia de Merton. Comentaremos algunos de estos movimientos.

La Escuela Ecológica de Chicago surge en la Universidad de dicha ciudad en la primera mitad de el siglo XX. Según este enfoque, los flujos migratorios masivos que tuvieron lugar durante el período de la Revolución Industrial dieron lugar a la mezcla de poblaciones rurales con razas, religiones y culturas distintas, produciendo distintos cambios sociales, incremento de alcoholismo y delincuencia, debido a las dificultades de adaptación de los sujetos al nuevo medio.

La aportación fundamental de esta teoría es considerar que el contexto social, producto de grandes transformaciones por la migración masiva, rápida industrialización y urbanismo acelerado y descontrolado, es determinante para la generación del fenómeno delincuencial.

Robert Park puso el acento en el hecho de que la mayor libertad que había en las ciudades y por tanto el menor control, daba lugar a que se desarrollase en mayor grado la individualidad, a la vez que se producía desorganización, desadapatación y alienación, conduciendo a la sociedad a una situación de caos. Park se interesó por la trayectoria individual del sujeto en lo referente a su readaptación en un nuevo medio social.

Ernest Burgers y McKenzie generaron una teoría basada en estudios estadísticos realizados en la ciudad de Chicago -denominada Teoría de los círculos concéntricos- en base a la cual se estructura la ciudad. Los espacios de la ciudad no crecen al azar, sino que el desarrollo y ampliación de una urbe parece regirse por un patrón radial de círculos concéntricos: el núcleo central es lugar de negocios; el 2º círculo sería el de transición, que en Chicago era donde empezaron a asentarse las primeras migraciones, conformando sus inquilinos un cinturón negro; el 3º serían las viviendas de los trabajadores, donde también se encuentran inmigrantes; el 4º círculo es el área residencial con zonas verdes y el 5º es el área de cambio o área de crecimiento último de la ciudad y que irá destinada a nuevas viviendas. La criminalidad tendía a concentrarse en la zona de tránsito.

Shaw y Makey también elaboraron un estudio sobre la delincuencia basado en la teoría de Burgers. Para Shaw, muy resumidamente, los delincuentes no difieren de los no delincuentes; en las áreas criminales el control social informal se halla desintegrado; dichos barrios ofrecen numerosas oportunidades criminales en contraste con las perspectivas de empleo y el comportamiento delictivo se aprende y transmite. Las carreras criminales se consolidan cuando el sujeto se identifica con el grupo e interioriza sus valores y las tasas de criminalidad se concentran en las zonas de transición con permanente desorganización social y disminuían conforme se acercaban a las áreas más ricas. Así, conformaron un mapa con las zonas de delincuencia de Chicago, según las estadísticas de criminalidad y se comprobó que la delincuencia no tenía relación con las razas y que cuando un grupo de delincuencia se desplazaba, aminoraba el nivel de delincuencia de esa zona.

Se llegó a la conclusión de que las zonas de transición eran zonas de rápido crecimiento urbano y demográfico, lo cual influía en el cambio social. Se acentuaba la importancia del vecindario, ya que la desorganización social de una zona determinada hacía que el sujeto estuviera más tiempo en la calle sin apoyo ni supervisión por parte de las instituciones.

Nos detendremos ahora un instante para esbozar por su interés la teoría de la anomia de Merton. Robert K. Merton (1910) quiso explicar la existencia de la delincuencia en la sociedad a partir del concepto de anomia. Anomia viene a significar ausencia de normas en la sociedad, situación que inexorablemente conducirá a conductas infractoras. La anomia es un estado de vacío de normas morales, motivado por la crisis de la sociedad de su tiempo -primera mitad del presente siglo- en la que se produjo una vertiginosa industrialización y un desarrollo económico que trajo consigo un profundo cambio en las estructuras sociales.

La conducta desviada inherente a la anomia no es ni mas ni menos que una reacción social -individual o colectiva- a las contradicciones que se producen en las estructuras sociales. Dicha ausencia de normas genera en los individuos una tensión que surge de la discrepancia que existe entre las necesidades del hombre y los medios que le ofrece una sociedad concreta para satisfacerlas. Esas necesidades son en muchos casos reales, pero en otros es la propia sociedad la que se encarga de incitar al individuo a un consumismo desaforado. ¡Consumid, consumid, malditos! sería el grito de guerra con el que la sociedad se dirige al hombre de la calle. El que parte de un estatus llamémosle privilegiado, puede hacer frente a dichas propuestas de consumo, incluso en épocas de crisis como la que ahora atravesamos. Por contra, el económicamente más débil tiene que optar por conformarse con lo que tiene o termina delinquiendo para conseguir aquello que para él es inalcanzable por otros medios.

Al constituir la anomia un proceso propio de las sociedades modernas, los individuos que las conforman quedan sin valores y normas de conducta que les sirvan como referencia. El cambio en los valores sociales es tan rápido que no da tiempo a su sustitución por otros valores alternativos. ¿Cuáles son los valores dominantes en tales sociedades?. Podríamos reducir todos ellos a uno: la competitividad y el logro del éxito. Hay que conseguir dinero, propiedades y estatus social sin importar tanto los medios empleados para conseguir esos fines. Pero ocurre que las clases bajas y más desfavorecidas, los grupos minoritarios, no se hallan en el mismo punto de partida para acceder a esta lucha que se presenta desigual ya desde el principio. Las personas con menos recursos sufren tensiones porque desean alcanzar unos fines que se les antojan inalcanzables. Su disconformidad con las normas imperantes generan las tensiones que conducen a optar por un comportamiento delictivo como mejor solución para alcanzar el estatus anhelado.

Frente a este problema de disconformidad con las normas y valores imperantes y de imposibilidad de alcanzar un bienestar material que la sociedad se encarga de instalar en la mente del individuo, éste puede reaccionar adoptando cinco posturas diferentes: conformidad, retraimiento, innovación, ritualismo y rebelión. Salvo la primera de ellas, todas las demás serían conductas desviadas, siendo la innovación la que podría dar lugar a comportamientos más puramente delictivos. El individuo conformista se aviene a su situación o estatus social y renuncia a alcanzar un estatus superior. Es el comportamiento que presentan la mayoría de los individuos en la sociedad. Son personas constantes, que no buscan el enriquecimiento fácil y desmedido. La posición de retraimiento es la de la persona que "huye del mundo", un cuasi-aislamiento que le lleva a situaciones de asocialidad. Podríamos compararlo con el avestruz cuando mete la cabeza debajo del ala. El prototipo podría ser el indigente que sólo se preocupa de cubrir su necesidad básica de alimentación y que muchas veces manifiesta una importante adicción al alcohol u otro tipo de drogas. El individuo innovador es el potencialmente más peligroso para convertirse en un delincuente. Busca ideas no explotadas hasta ahora que puedan colocarle en un estatus superior. Pretende ganar mucho dinero y lo más rápidamente posible. El ritualista presenta una conducta estándar, prescindiendo de los fines sociales. Sería el típico funcionario cuya máxima en la vida vendría definida por el siguiente razonamiento, que trae causa del funcionariado francés: "el Estado finge pagarme, yo finjo trabajar". El rebelde o revolucionario rechaza las propuestas sociales y desea cambiar de arriba a abajo la sociedad.

Esa sociedad es la que impulsa a los individuos a la búsqueda desaforada del éxito monetario. El dinero todo lo puede y con dinero todo se compra. Nadie preguntará de dónde ha salido o cómo se ha obtenido. Aquellos a quienes la sociedad no ofrece oportunidades para acceder a los niveles de bienestar sugeridos y deseados, se verán totalmente presionados a cometer delitos, encaminados a conseguir las metas codiciadas. En consecuencia, para Merton la anomia no es propiamente una situación de crisis debida a factores coyunturales, sino una disfunción estructural, crónica, endémica e inherente a cierto modelo de sociedad. Dicha sociedad, como decíamos más arriba, crea en el individuo una presión tal que cuando se le hace insostenible se manifiesta a través de conductas desviadas, indeseables y muchas de las veces delictivas. En el fondo de todo ello late la frustración de querer tener un determinado estatus económico y no poder acceder a él; de querer poseer determinados bienes que se antojan inalcanzables para el nivel de renta disponible. La manera más fácil de obtener esos niveles de renta es a través de conductas delictivas. La sociedad no hace otra cosa que proponer al individuo unos objetivos pero sin proporcionarle los medios para alcanzar tales metas. Entonces el individuo o se conforma con lo que tiene -con su estatus- o delinque para alcanzar un nivel superior.

Es evidente el desajuste que se produce entre lo que la sociedad propone y los medios que esa misma sociedad pone a disposición de sus miembros para alcanzar dichos fines. Una vez más se demuestra que el comportamiento desviado es el resultado de las propias estructuras sociales. Esta situación afecta a las clases bajas y más desfavorecidas con una mayor intensidad, al ser las que parten de una situación más desigual para intentar ganar niveles en sus estatus respectivos. Se busca el dinero, el éxito, el prestigio. Sería lo que en nuestros días se conoce como la "cultura del pelotazo". Hay que ganar mucho dinero, con el menor esfuerzo posible y de la forma más rápida que se pueda. Los medios de comunicación nos presentan verdaderos paraísos financieros, de ocio, de placer sin límites, que se supone deben alcanzar todos los miembros de la sociedad. Cuando determinadas personas se dan cuenta de sus carencias y de su imposibilidad de alcanzar y disfrutar dichos bienes materiales desde su situación económica, se ponen manos a la obra y delinquen sin reparo hasta que consiguen un nivel económico superior. Esta sería, básicamente, la explicación que da Merton al fenómeno de la delincuencia. Y sería quizás también explicativo de por qué la delincuencia se da más en las clases más desfavorecidas: porque dichas clases se hallan, como decíamos, en una situación menos favorable para acceder a determinados bienes y posiciones sociales. La clase alta necesitaría delinquir menos, puesto que goza de un bienestar material que sirve como disuasor de conductas divergentes, aunque bien es verdad que la ambición del ser humano por poseer más y más no conoce límites.

En definitiva, son pocos los individuos que se conforman con el estatus que poseen. Son escasos los individuos constantes que se rijan en su trabajo por la máxima "el que resiste, gana". O les apremia una verdadera necesidad, que podría justificar su insatisfacción social o por el contrario no están dispuestos a trabajar de manera constante en la búsqueda de un futuro mejor a partir de un trabajo que les permita vivir con dignidad, aunque no puedan alcanzar todos los bienes que les presenta la sociedad de consumo. Muchos de ellos tomarán la opción de la delincuencia como forma de enriquecimiento rápido y muchos de ellos también acabarán metidos de lleno en la dinámica de un sistema penitenciario que es cualquier cosa menos rehabilitador, y todo ello partiendo de la base de la eficacia de las fuerzas del orden en el control y seguimiento de dichas conductas delictivas. La sociedad se encarga de establecer una competitividad entre los individuos, presentándoles como objetivo a alcanzar un estatus económico lo más alto posible. La persona, o lucha por alcanzar dicho nivel, bien a través de medios lícitos, bien ilícitos, o se frustra de tal manera que renuncia a ello al considerarlo una batalla que tiene perdida de antemano.

I.3 Orientaciones psicológicas.-

Estas teorías conceden un mayor peso específico a variables como la edad, el género o la personalidad de los sujetos que son objeto de su estudio. La psiquiatría y la psicología vienen ocupándose de llevar a cabo dichos estudios. Dentro de la psiquiatría quizás sea el instrumento del psicoanálisis el que más haya dado que hablar desde sus planteamientos originales por Freud. Las teorías psicoanalíticas parten de un modelo psicodinámico de la personalidad y responden a un poderoso determinismo biológico que hace que algunos estudiosos del tema las encuadren dentro de las orientaciones psicobiologicistas. Conceden una importancia capital al instinto sexual y distinguen tres instancias mentales: el ello, el yo y el super yo. La patología que da lugar al fenómeno delincuencial queda encuadrada en los conflictos infantiles en alguna de las etapas del desarrollo y se manifiesta en la edad adulta. La terapia propuesta pasaría por hacer consciente lo inconsciente a partir de técnicas como el análisis de sueños y la hipnosis.

La teoría psicoanalítica clásica estudió una serie de conductas delictivas graves y generó dos posibles explicaciones desde el punto de vista del inconsciente: a) por un lado nos encontramos con la teoría del "chivo expiatorio". Cuando un grupo humano constituye su equilibrio de convivencia en uno de sus miembros, más tarde le culpará de todo lo negativo que pueda acontecer. El chivo expiatorio es consciente de que si no se sigue comportando así será rechazado por el grupo y cree que esta es la única manera de socializarse en dicho grupo. El grupo, gracias al chivo expiatorio se siente bien y libre de toda culpa. b) Teoría del sentimiento de culpa: cuando el sentimiento de culpa es de forma inconsciente, la vivencia y el deseo no consciente siguen existiendo y el sujeto se siente mal por temer a ese sentimiento de culpabilidad y desconocer su motivación (que lo ha motivado). Esto le lleva a cometer un acto delictivo para comprender y justificar ese sentimiento de culpa. El sentimiento de culpa del sujeto produce tensión interna y no beneficia al grupo de pertenencia del sujeto que lo padece. Se considera, en definitiva, al sujeto desviado un fracasado al canalizar los impulsos agresivos hacia el mundo real y no poder estructurar el super yo (yo real) de forma suficiente como para tener un sentido correcto de la realidad.

El hombre, siguiendo a Freud, posee dos instintos agresivos y contrapuestos: el sexual y el instinto de muerte. Distingue cinco etapas del desarrollo sexual -oral, anal, fálica, de latencia y genital-, asimilando cada una de ellas con determinados comportamientos delictivos y estima que un débil desarrollo del nivel de conciencia del super yo podría explicar ciertos comportamientos desviados.

III. FACTORES CRIMINÓGENOS.-

Llegados a este punto, puede ser el momento adecuado para intentar analizar, aunque sea de manera somera, la realidad que nos rodea, sin que ello signifique dejar de lado o minusvalorar las teorías que hasta ahora hemos esbozado. A continuación enumeraremos, de forma totalmente abierta, una serie de realidades sociales que estimamos pueden ser muchas veces desencadenantes de la delincuencia existente en nuestro entorno. Somos conscientes de que olvidaremos alguna, pero sinceramente pensamos que las que aparecen influyen, en mayor o menor medida, en el cotidiano hecho delictivo.

III.1.Insolidaridad, competitividad, egocentrismo y relativismo jurídico.-

El hombre, ser sociable por naturaleza, se ha encargado en las sociedades contemporáneas de ver a un competidor en la persona que tiene a su lado en el trabajo, en la calle e incluso en su propio hogar. La postura de "ir cada uno a lo suyo" no es una mera impresión, sino una realidad que en el día a día va cobrando más fuerza. Esto puede suceder en mayor medida en las grandes urbes donde el anonimato juega a favor de la insolidaridad. El hombre se ha convertido en el peor enemigo del hombre; la cultura de la competitividad es imbuida a la persona desde niño: hay que ser el mejor por encima de todo y, si hace falta, de todos.

Por otro lado, las normas que regulan la convivencia en sociedad, son desprestigiadas por determinados grupos que parecen jactarse de su continua vulneración. Llega un momento en que puede parecer que las normas están ahí para que las cumplan otros, siendo signo de inteligencia y de admiración su constante violación por sectores sociales cada vez más amplios, que enarbolando y haciendo suya la bandera de la libertad de conciencia, adoptan decisiones que perjudican al conjunto de la sociedad. Nos estamos refiriendo, a título meramente ejemplificativo, a los individuos que cometen grandes fraudes fiscales, a los que ocupando puestos de alta responsabilidad se dejan sobornar, a los promotores de nacionalismos excluyentes y violentos y un sinfín de comportamientos desviados que transgreden sistemáticamente la legalidad vigente.

III. 2. Desempleo, consumismo y medios de comunicación.-

El desempleo constituye, qué duda cabe, un factor criminógeno de primer orden, sobre todo referido a delincuencia juvenil. El joven desea tener acceso a una serie de productos que la sociedad le presenta. "Cuanto más consumas más feliz serás", es el mensaje con el que los medios de comunicación bombardean a los jóvenes. Llega un momento en el que hay que acceder a dichos bienes de la manera que sea. Si el joven carece de recursos por su situación laboral, acabará delinquiendo para dar satisfacción a sus deseos. A su vez, la inactividad que lleva consigo una situación de desempleo da pie a posturas como el pasotismo y a verdaderas subculturas como los "okupas", los "bacaladeros"... Encajaría aquí el refrán de que "la ociosidad es la madre de todos los vicios", donde la droga se utiliza como medio de evasión ante una realidad frustrante.

Pero lo anterior tampoco debe llevarnos a pensar que si desapareciera el desempleo, se reduciría automáticamente la delincuencia, puesto que como afirma Pinatel, criminólogo francés, "la criminalidad es tan hija de la miseria como de la riqueza". Piénsese solamente en la delincuencia "de cuello blanco", los grandes defraudadores fiscales, las mafias del juego y de la prostitución de alto standing, tráfico de sustancias estupefacientes consumidas por la clase alta, como la cocaína y un largo etcétera de delitos vinculados a un alto nivel económico.

Otro aspecto a tener muy en cuenta es el de los medios de comunicación como escuelas del delito. La proliferación de imágenes violentas de todo tipo, -violaciones, asesinatos, reyertas, batallas campales en los estadios, etc- hacen que el individuo se acostumbre a la violencia, hasta el punto de ser ésta la regla general como solución a los problemas cotidianos. Por este camino ya nadie se sorprende de nada, creándose una especie de coraza, "haciendo callo" una serie de situaciones que por muy reprobables que sean, acaban justificándose en aras a un respeto a la libertad mal entendido. La televisión puede convertirse en una "escuela de delincuencia", sobre todo para niños y jóvenes en cuyas unidades familiares no exista un mínimo control, unido a su potencial de influenciabilidad en función del grado de madurez en el proceso de formación de su personalidad.

III. 3. Crisis en la familia.-

Es un hecho social innegable que la institución familiar, tradicionalmente considerada, se deteriora progresivamente. A ello contribuye la crisis en valores morales y religiosos que llevan a la búsqueda de culturas de evasión y a que, en definitiva, falte ilusión por vivir. Está estadísticamente demostrado que las personas con fuertes convicciones religiosas -con independencia de su confesión- tienden a delinquir menos que las que carecen de criterios que guíen su manera de obrar en la sociedad.

Lo que antes era excepcional ahora es casi la regla general: hogares constituidos por un sólo miembro, matrimonios o parejas sin hijos, uniones homosexuales y bisexuales conforman nuevas maneras de vivir en sociedad. El cambio ha sido demasiado radical. No entramos en si positivo o negativo, sino únicamente en la rapidez con que se ha producido y pensamos que es la propia sociedad la que necesitará de tiempo para su asimilación.

III. 4. Inmigración.-

La estratégica situación geográfica de la península ibérica unida a penosas condiciones de vida en los países de origen, lleva a un fenómeno que cada día se extiende con mayor intensidad, desbordando en muchas ocasiones la burocracia institucional.

Algunos inmigrantes cuya situación administrativa está sin regularizar, se ven abocados a delinquir ante el sombrío panorama en un país que no conocen, del que ignoran hasta su lengua y con unas precarias condiciones económicas que, como decimos, les lleva a la comisión de delitos contra la propiedad.

Otros inmigrantes llegan a delinquir para así forzar su detención y posterior apertura de un procedimiento penal, evitando la expulsión del territorio nacional, prefiriendo una estancia en prisión que el retorno a su país de origen donde puede existir un bajísimo nivel de vida e incluso encontrarse amenazados de muerte por el simple hecho de pertenecer a una raza o grupo étnico determinado.

III. 5. Adicciones.-

No hace falta demostrar con ninguna estadística lo que aparece como un hecho indubitado: determinadas dependencias -fundamentalmente alcohol y drogas, sin olvidar, por ejemplo, ludopatía y sexo- constituyen un caldo de cultivo perfecto para la delincuencia. Al distorsionar la realidad del individuo -v.g. síndrome de abstinencia o mono- el sujeto pierde el control sobre sus propios actos y puede llegar a cometer delitos gravísimos con tal de conseguir la dosis de sustancia que necesite para superar dicha situación. Asimismo, la dependencia al alcohol está detrás de muchas agresiones físicas a la pareja, llegando incluso hasta el homicidio y de innumerables reyertas producidas en el seno de la unidad familiar. Sin ignorar, por supuesto, un fenómeno, lamentablemente muy de actualidad, como es el de la conducción bajo la influencia de bebidas alcohólicas, con un coste social enorme, no sólo en muertes, sino en tratamiento médico de secuelas físicas y psíquicas producidas por accidentes de circulación.

III. 6. La prisión como factor criminógeno.-

"Al corregir a vuestros semejantes... buena parte de los humanos parecéis imitar a esos malos maestros que, mejor que enseñarles, prefieren azotar a sus discípulos. Decrétanse contra el que roba graves y horrendos suplicios, cuando sería mucho mejor proporcionar a cada cual medios de vida y que nadie se viese en la cruel necesidad, primero, de robar, y luego, en consecuencia, de perecer".

Tomás Moro, 1516. Utopía

Algunos sectores sociales opinan que la prisión no cumple el fin rehabilitador que se le supone, sino que más bien al contrario, el delincuente sale de la institución en peores condiciones de las que tenía cuando ingresó. Ya decía Concepción Arenal Ponte, ilustre criminóloga ferrolana, que "la cárcel es una fábrica de reincidencia". Sin querer caer en el pesimismo más absoluto, es cierto que la prisionización -asimilación de la cultura carcelaria- puede influir claramente en la criminalidad y antisocialidad del interno.

La prisionización o institucionalización del delincuente es más alta cuanto más larga es la condena, cuanto más débil es la personalidad del penado y cuanto más estrechos son los vínculos del interno con otros compañeros prisionizados. Diversos estudios han acreditado que a mayor trayectoria delictiva y número de ingresos se produce una mayor prisionización e igualmente, a menor edad en el comienzo de la carrera criminal son mayores las posibilidades de reincidencia. Del mismo modo, cuanto más severas sean las penas impuestas y más rígido su cumplimiento, mayor será la reincidencia de los así penados.

Al margen de las teorías biológicas y de una posible predisposición genética hacia el delito, pensamos que el delincuente no nace, sino que se hace y quizás uno de los lugares fundamentales de formación sea la institución penitenciaria, sobre todo si hablamos de las carreras delictivas de los delincuentes más jóvenes.

IV. CONCLUSIÓN.-

Si algo hemos querido dejar claro a lo largo y ancho de nuestra exposición es el hecho de que, como apuntábamos al principio, no podemos buscar a la delincuencia una única causa, ya que nos hallamos ante una realidad social muy compleja, cambiante como la propia sociedad y que no presenta visos de desaparecer ni siquiera de disminuir en los primeros años de este siglo.

Mientras en la sociedad sigan manifestándose los factores analizados en el punto anterior, estimamos que la delincuencia no sólo no disminuirá, sino que podría aumentar, aún suponiendo una deseable eficacia policial. Llegados a este punto, hemos de reconocer que la realidad social va siempre por delante de la norma, y que es este desfase el que convierte a ésta muchas veces en ineficaz incluso antes de su nacimiento. Veáse a estos efectos la tan “cacareada” Ley de Violencia de Género. Tras su entrada en vigor, año tras año no deja de aumentar el número de mujeres asesinadas a manos de sus parejas, cuando parecía que dicha Ley iba a erigirse en una especie de bálsamo de Fierabrás eficaz frente a las “disfunciones” del Código Penal y de la propia sociedad. Nos remitimos simplemente a los hechos y a las estadísticas oficiales.

Por lo que se refiere al espinoso tema de la prisión como institución rehabilitadora, no podemos de dejar de manifestar nuestro escepticismo, sin que por ello reconozcamos que mientras que no exista una alternativa seria y económicamente viable, habrán de pasar todavía muchos años para que la cárcel desaparezca al menos tal y como la conocemos hoy en día. Mientras tanto, nuestra apuesta pasa por la educación y la socialización como instrumentos para prevenir el delito en una sociedad cada vez más individualista y que presenta algunas carencias de formación sobre todo en grupos marginados carentes incluso de escolarización, o que, aún teniéndola, es sustituida por la calle como escuela de vida para la delincuencia.-

Albacete, enero de 2009.-

BIBLIOGRAFÍA.-

* Principios de Criminología. Vicente Garrido, Santiago Redondo y Per Stangenland. Tirant lo Blanch. Valencia, 1999.

* Personalidad y delincuencia. Romero, Sobral y Luengo. Grupo Editorial Universitario. 1999.

* Criminología: parte especial. Santiago Leganés y Mª Ester Ortolá. Tirant lo Blanch. Valencia, 1999.

* Diccionario de Criminología. Vicente Garrido y Ana Gómez. Tirant lo Blanch. Valencia, 1998.

* Criminología. César Herrero. Dykinson. Madrid, 1997.

* Estudios de Criminología I. Universidad de Castilla La Mancha. 1993.

* La predicción de la reincidencia: variables de personalidad y factores psicosociales. Mª Ángeles Luengo. Universidad de Santiago.-

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