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Un Minuto De Trompetas


Enviado por   •  24 de Junio de 2013  •  618 Palabras (3 Páginas)  •  333 Visitas

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Un minuto de trompetas

Y me encontraba ahí…en ese incontrolable contexto…sentado en un eximido y fúnebre rincón de mi departamento, esperando a que la poderosa muerte girara el pestillo de mi puerta. Sería a la única a quien recibiría llorando de alegría, de gozo. Mis lágrimas besarían sus pies. A nadie más, tal vez a mi madre…no, ni siquiera a ella. Temblaba de placer horroroso el sentir de que alguien se acercaba a mi hogar. Sin embargo eran ideas humanas. Que se vayan por su cuenta, les gritaría en mi cabeza.

Ningún hombre o mujer me regalaba sus condolencias por el asesinato de mi reloj de pared, ese que se escondía tras la inocente figura de un minino. La verdosa mirada que me lanzaba, añadiendo los horarios maullidos que cantaba me rompieron la cabeza…literalmente hablando. A choque de martilleros golpeteos, falleció el pobre animal relojero. En este mismo instante, mi siempre leal compañero de depresivas estancias lunares se mudó a un mejor recinto. Volví a quedarme en un ambiente solitario, justamente como me encanta. Un parecido destino sufrió el teléfono. Sólo basto un veloz corte carnicero para que se largara completamente de mi existencia, pero su cadáver aún sigue por allí. En el momento en que se cambió al edificio, tenías más que claro su absoluta inutilidad, ya sabía que tendría que soportar sus odiosos ataques de histeria. Jamás lo pude callar, jamás. Menos poder cambiar su actitud. Como es común en el planeta, eso creo, lo corté para encerrarme en paz. Me he vuelto, al no darme cuenta, en un asesino a sangre fría. Tal vez esa fue la causa de que mis venas se comieran entre ellas…

Días, meses, años…en fin varios calendarios durmiendo en el basurero, despegaron hacia el olvido al término de mi último contacto con una “persona”. Se quebraba mí angustiado cráneo si intentaba acordarse de como eran: su número de hígados, formas de las lagañas, olor de las lenguas, etc. Por ende ya ni sabía como era mi forma inclusive. La tímida luz del día y la noche no cooperaban eficientemente que digamos. Quizás me nació una cola en el pie, o un ojo en el pecho, que sabría yo. Además que hace muchos relojes que no me importaba. Yo era el hombre más despreciablemente feliz que podía sentarse en el rincón de mi hogar, nadie más, repito, nadie más me podría quitar mi autoproclamado título real. Por los dioses egipcios no lo haría…

A costa de mi sorpresa, nacieron unas carcajadas. Enfermas por sí solas, me atrevería irónicamente a decir. No paraban, no paraban. Me levanté enojado y manchado por el terror para callar ese infernal ruido. No, simplemente no. Ave María Purísima, calla ese ruido. Te lo suplico. Corrí por todos lados, recorrí como unas veinte veces mi morada sólo para asfixiar el sonido, el chirrido que violaba mis sensibles oídos. Rompió sexualmente los yunques

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