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El Joven Grumete


Enviado por   •  19 de Octubre de 2012  •  1.910 Palabras (8 Páginas)  •  428 Visitas

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EL JOVEN GRUMETE

(Esta en una historial real, por ello omito nombres de lugares, barcos y personajes)

Ésta es la historia de un marino, un niño que a sus nueve años, allá por el año 1932 empezó a navegar como grumete en una goleta de cabotaje que navegaba entre rías.

En esa época, los transportes por mar se realizaban íntegramente a vela, y el trabajo del joven grumetillo consistía en remendar velas y atender las demandas del patrón. Incluso en los días de calma le dejaban al timón de la nave en cuanto la tripulación bebía y jugaba a los naipes.

El patrón, hombre rudo de mar, gran aficionado a los naipes y la bebida entre otras vicios de buen vivir, era un hombre listo y enseguida se dio cuenta de que el grumetillo tenía grandes dotes para gobernar el barco, llevaba mejor que nadie los rumbos, tenía un gran olfato para los roles y apenas alcanzaba la altura de la rueda. Otro en su caso hubiese cortado las alas al grumetillo, pero éste al contrario le inculcó todo su amor por el mar, lo animaba a que aprendiese y compartía con el todos sus conocimientos.

Hasta que un día, el armador, después de unos interminables días de juerga y taberna no fue capaz de levantarse del catre. Habló con el grumete para que patronease la nave hasta el puerto comercial donde tenían que entregar la mercancía. No eran más de 200 millas pero era un día de perros. El viento hacía silbar la jarcia como pocas veces lo había hecho, pero el carguero estaba a la espera de la mercancía y cuanto más esperase menos dinero recibirían por el flete.

El grumete, que contaba con 10 años de edad y un año de experiencia, aceptó el reto ante la incapacidad del patrón. Aunque de corta edad, pero de gran intuición, tenía la suficiente para saber que si el barco no llegaba con ese flete, sería el último, pues las deudas embargaban al patrón y amenazaban con acabar con lo único que quedaba. Se armó de valor haciéndose a la mar, con la única ayuda de los cuatro marineros, que a pesar de su avanzada edad confiaban más en el grumete que en sí mismos. Las cosas en el mar estaban feas y sabían perfectamente que el chico era el más cualificado para conseguir llevar la goleta a buen puerto.

El chico gobernó la vieja goleta de 26 metros de eslora, con maestría, y ella orgullosa respondía al saberse bien tratada. Negociaba las olas y corría el temporal como si se tratase de un auténtico lobo de mar. La tripulación se alegraba de tenerle al mando, así como de que el cargamento fuese madera y no café o tabaco como en otras ocasiones, ya que si ocurría lo peor, en caso de naufragio podrían aferrarse a uno de los muchos tablones que transportaban como último recurso para salvar su vida, pero no había que pensar en ello.

El patrón daba órdenes con templanza y gran respeto a sus compañeros. Incluso se tomó la licencia de tomarse unos tragos de vino con ellos para sacarse el frío y la humedad del cuerpo debido a los abundantes rociones y las olas que barrían la cubierta. Los rudos marineros no se lo podían creer, habían surcado la ría en uno de los peores días que habían salido a la mar, a las órdenes de un niño que a duras penas era capaz a mover la rueda del timón.

Se dieron cuenta de que no era necesaria fuerza bruta ni se necesitaban gritos para navegar bien y rápido. Había nervios entre la tripulación por el cobro del transporte, ya que como no estaba el patrón tenían desconfianza. El chico se hizo cargo de las negociaciones como había observado en numerosas ocasiones al patrón. Subió al gran carguero para recibir el cobro ante las miradas atónitas de los mandos y tripulantes, regresando a la goleta mientras contaba el fajo de billetes, sin inmutarse por las miradas indiscretas, seguro de sí.

En cuanto la goleta estuvo arranchada, las velas remendadas y lista para hacerse a la mar, el grumete habló con los tripulantes y les invitó a que fuesen a la taberna del puerto hasta que el temporal amainase y en ese tiempo buscar una carga para el retorno al puerto base. Como después del temporal llega la calma, ésta no se hizo esperar, partieron con un cargamento de café y azúcar con las primeras brisas del alba.

Si la ida fue dura por el temporal el regreso no fue mejor, esta vez debido a las encalmadas. Se pasaron cuatro días con sus cuatro noches para llegar a puerto, al llegar a éste, el viejo patrón los esperaba impaciente pero se quedó sorprendido al ver que todos estaban sanos y salvos.

El grumete hizo entrega del dinero recibido por la carga, pero antes de ello le dio a cada tripulante su parte, todos quedaron encantados con su dinero en el bolsillo, desde el patrón al grumete pasando por los tripulantes, acostumbrados a que en el momento del cobro el patrón ya se lo hubiese jugado o bebido y no tener nada que llevarse a casa.

El viejo armador, contagiado por el ambiente que ese día se respiraba en el barco y a sabiendas de que con las deudas que tenía pronto se quedaría sin su barco, decidió ponerlo en propiedad del joven grumete acordando como único pago que en cuanto pudiese seguiría gobernando la nave. Así se acordó y con toda la legalidad se hizo.

Con 10 años era propietario de una robusta goleta, y además tenía lo más parecido a un padre que hubiese

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