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El Ultimo Abencerraje


Enviado por   •  5 de Enero de 2014  •  546 Palabras (3 Páginas)  •  468 Visitas

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las aventuras del último abencerraje françois auguste de chateaubriand cuando boabdil, último rey de granada, se vio obligado a abandonar el reino de sus

padres, se detuvo en la cima del monte padul, desde donde se descubría el mar en que el

desventurado monarca iba a embarcarse para el África; descubríase también a granada,

la vega y el genil, en cuyas orillas se alzaban las tiendas del campamento de fernando e

isabel. a la vista de tan delicioso país, y de los cipreses que aun señalaban aquí y acullá

los sepulcros de los musulmanes, boabdil rompió en acerbo llanto. su madre, la sultana

aïxa, que le acompañaba en el destierro con los grandes que un tiempo componían su

corte, le dijo: «Llora como una mujer la pérdida de un reino que no has sabido defender

como hombre.» bajaron de la montaña, y granada se ocultó para siempre a sus ojos.

los moros españoles, que compartieron la suerte de su rey, se dispersaron por el africa.

las tribus de los zegríes y los gomeles se establecieron en el reino de fez, de que eran

descendientes. los vangas y los alabes se detuvieron en la costa, desde orán hasta argel,

y por último, los abencerrajes fijaron su morada en las inmediaciones de túnez,

formando en frente de las ruinas de cartago una colonia que todavía se distingue de los

moros africanos por la elegancia de sus costumbres y la benignidad de sus leyes.

estas familias llevaron a su nueva patria el recuerdo de la antigua. el paraíso de granada

no se borraba de su memoria; las madres repetían su nombre a sus hijos aun en la

lactancia, y los adormecían con los romances de los zegríes y los abencerrajes. de cinco

en cinco días oraban en la mezquita volviéndose hacia granada, para conseguir de alá

restituyese a sus elegidos aquella tierra deliciosa. el país de los lotófagos ofrecía en vano

a los desterrados sus frutos, sus aguas, su frondosidad y su brillante sol; que lejos de las

torres rojas, no había ni frutos agradables, ni corrientes cristalinas, ni fresco verdor, ni

sol digno de ser admirado. si se mostraban a algún proscripto las llanuras del bragada,

sacudía tristemente la cabeza

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