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El educador Mercenario y El enigma de la docilidad (Pedro García Olivo) y Arqueología de la Escuela (Varela y Alvarez Uría )


Enviado por   •  14 de Marzo de 2019  •  Ensayos  •  3.561 Palabras (15 Páginas)  •  266 Visitas

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ENSAYO CRÍTICO SOBRE EL EDUCADOR MERCENARIO Y EL ENIGMA DE LA DOCILIDAD DE PEDRO GARCÍA OLIVO Y ARQUEOLOGÍA DE LA ESCUELA DE JULIA VARELA Y FERNANDO ALVAREZ-URÍA.

A partir del presente ensayo se pretende analizar, de manera sintética y desde la perspectiva histórica, el proceso por el cual se ha ido construyendo la institución escolar, prestando especial atención a los objetivos que se persiguieron en su día con su implantación y cómo éstos han afectado de manera significativa a la concepción de la infancia y de las personas en general. Por otra parte, se añade la perspectiva de la crítica radical a la escuela, precisamente por los objetivos que ésta persigue y por cómo contribuye a la reproducción de un sistema social concreto.  

Para ello, la bibliografía básica que se va a utilizar es El Enigma de la docilidad y El Educador Mercenario, de Pedro García Olivo; y Arqueología de la Escuela, de Julia Varela y Fernando Alvarez-Uría.

En primer lugar, a modo de contextualización, nos preguntamos: ¿de dónde viene la escuela?

La escuela, tal como la conocemos hoy en día; pública, gratuita y obligatoria, fue instituida por Romanones a principios del siglo XX, por lo que realmente no es tan antigua como a veces pensamos. Lo que sí es cierto es que la institución escolar se empezó a ensamblar y configurar a partir del siglo XVI (Varela y Alvarez-Uría, 1991).

La aparición de la escuela y su creciente presencia a lo largo de la historia, ha supuesto verdaderos cambios en la concepción de la infancia, y de lo que ser “niño” significa. Así, la infancia al igual que la escuela, también es una institución social a la que se le han otorgado unas determinadas características y funciones específicas.

La principal característica que podemos destacar es su gobernabilidad, los niños son seres sobre los que es muy fácil ejercer una influencia, son especialmente aptos para ser adoctrinados. También se les atribuye la debilidad, por lo que se les considera seres a los que hay que cuidar y guiar; además, coinciden en ellos dos atributos que, juntos, podrían suponer un desastre: la rudeza y la falta de razón; por lo que si no se les educa o moldea serían simples bestias. Todas estas etiquetas que se han ido poniendo sobre la infancia no hacen más que justificar el gobierno dictatorial al que se ven sometidos los niños; parten de la idea kantiana de que el ser humano necesita humanizarse, aprender a comportarse de una manera verdaderamente humana, aprender a hacerlo bien como persona. Esto tiene un sentido moral que relacionaremos con la insistencia que la religión y sus instituciones han ejercido sobre la instrucción, la escolarización y la “educación”. (Barrio, 1998)

Es importante recalcar que la definición de infancia ha pasado por un proceso muy largo de análisis y reformulaciones, y que no en todas las épocas se vio de la misma forma a los niños porque, por ejemplo, el sentimiento de infancia no existió en las clases populares hasta el siglo XIX.

En cuanto a los primeros indicios de lo que hoy llamamos escolarización, fue a partir del Concilio de Trento (1545) que los reformadores católicos pusieron empeño en participar de forma activa, siendo preceptores y maestros, en la educación de los príncipes, para así expandir su doctrina frente a la de los reformistas de Lutero. También pensaron en los niños pobres, situando en las iglesias a un canónigo encargado de instruir al bajo clero y a los hijos de los pobres, y uniendo a éstas unas pequeñas escuelas destinadas a formar a menores de 12 años para que pudieran convertirse en “modélicos pastores de almas” (Varela y Alvarez-Uría, 1991). Las Iglesias, tanto de la Reforma como de la Contrarreforma, consideraron que sería efectivo, para propagar sus ideas, intervenir en la vida familiar a través de la catequización de los niños (Barrio, 1998).

Así vemos que aprovecharon las condiciones de la infancia para sus fines político-religiosos, lo cual ya nos puede dar una idea básica del sentido con el que se construyó la institución escolar: el adoctrinamiento. Se utiliza, desde los inicios de la escuela hasta la actualidad, el sentido moral de la educación como justificación para adoctrinarnos, para “atontar” la capacidad crítica de las personas. Esto, que parece únicamente propio de las instituciones religiosas, es propio de cualquier institución escolar, como veremos posteriormente con García Olivo.

Es importante destacar la estrecha relación del nacimiento de la escuela con la iglesia y las órdenes religiosas, porque el modelo de escuela como espacio físico, se guía por el modelo del convento. Como destaca Philippe Aries “a partir de finales del siglo XVII de una manera definitiva e imperativa, se produce un cambio considerable […]. La escuela sustituye al aprendizaje como medio de educación, lo cual significa que el niño deja de estar mezclado con los adultos y deja de conocer la vida directamente en contacto con ellos. […] Se lo aísla de los adultos y se lo mantiene separado en una especie de cuarentena, antes de dejarlo en el mundo. Esta cuarentena es la escuela, el colegio. Comienza así un largo proceso de encierro de los niños que no cesará de extenderse hasta nuestros días y que se llama escolarización” (citado en Alvarez-Uría y Varela, 1991, p. 26).

Esto nos lleva a que, tanto el modo de percepción de la infancia como la escolarización han provocado profundas transformaciones en los modos de socialización. A principios del Renacimiento, los niños y los adultos convivían juntos, no había ropa ni juegos específicos de niños, ni espacios separados. Sino que desde que su físico lo permitía participaban las mismas actividades que los adultos (trabajo, ocio, etc), tampoco se les ocultaba la actividad sexual: “su socialización se realizaba en las amplias redes de sociabilidad adulta” (Fernández Palomares et al., 2002).

Hoy en día, la sociabilización de los niños se produce mediante 3 tipos de agentes: la familia, la escuela y la sociedad en general (García Ferrando et al., 2005). Es curioso, incluso impactante, ver cómo una institución que, tal como la conocemos hoy, es relativamente reciente; se haya convertido es un aspecto tan esencial de la vida de las personas, llegando a condicionarla hasta niveles extremos. Somos lo que somos, en parte, porque en la escuela nos han hecho así.

De esta forma vemos cómo la escuela ha ido modelando el comportamiento humano a su antojo, al antojo del sistema que la sostiene, de los poderosos que la controlan, la construyen, la burocratizan. A la vez, como es lógico, les ha permitido manejar, conducir, de una forma más o menos directa, la dirección que ha ido tomando la sociedad en su conjunto hacia unos u otros modos de ejercer la humanidad, de ser humanos.

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