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LA MUERTE DE UN ANCIANO


Enviado por   •  1 de Marzo de 2014  •  1.748 Palabras (7 Páginas)  •  293 Visitas

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LA MUERTE Y EL ANCIANO: "La muerte está presente desde que nacemos", e incluso antes. Para Werwer Berguengruen, nacemos para morir. S. Beavoir completa este argumento al decir que la persona es un ser para la muerte. En todas las etapas de la vida, la muerte puede estar presente, pero es durante el período de vejez, dependiendo, claro, de las condiciones en las que puede vivir el anciano, que la muerte se siente más cercana, más contundente que en ninguna otra etapa de la vida. El miedo, la indolencia, tristeza, soledad, egocentrismo que experimenta el anciano, lo convierten en un ser dispuesto para la muerte. Para este autor, todas las formas y elementos vivientes tienden a cambiar y deteriorarse; sin embargo, la etapa de la vejez, por las condiciones antes mencionadas, acompasada con cambios físicos y degenerativos, con estereotipos, con impresiones venidas desde lo social, lo acostumbrado, lo considerado verdadero e incambiable, así como la aparición de enfermedades y dolencias conllevan al anciano a estar más próximo a la muerte, no sólo física, sino también mental, social y políticamente, y es de modo más presto y marcado que en etapas previas de su vida. Tagore sostuvo, alguna vez, conversando con Einstein, que vivimos en un mundo humano, y que incluso la visión científica era la del hombre científico, y que por tanto el mundo separado de nosotros no puede existir, que es un mundo relativo, que depende, para su realidad, de nuestra conciencia. También argumentó en esa ocasión que hay cierta razón y gozo que confiere certidumbre: "La medida del hombre Eterno cuyas experiencias están contenidas en nuestras experiencias". Y la muerte no está muy lejos de esta idea. Ya que la muerte ronda nuestra cotidianidad casi como una constante a lo largo de toda nuestra vida. Incluso antes de ser uno, en la forma de gameto, el espermatozoide debe sacrificar la vida de sus hermanos para su propia fructificación. Nacemos gracias a la muerte de muchos: Por negarles la posibilidad de ser. Serían innumerables las muertes ocasionadas por nuestro sistema inmune para nuestra más vital supervivencia. En su memoria, el cuerpo guarda la memoria de la muerte en aras de la vida. Aunque no sea esa sola su única manifestación: Nuestros instintos nos resguardan de ella. Basta ver cómo existen arraigados reflejos que aseguren el bienestar de nuestros órganos, como los reflejos medulares. En una cultura como la nuestra, que venera la juventud y belleza, la vejez es vista como algo a ser reemplazado, como una relegación de lo usado, y se percibe como fragilidad, improductividad, retiro, necesidad de protección, y sobre todo, fragilidad y vulnerabilidad. Se percibe en la vejez una antesala a la muerte, incluso por los mismos viejos. Pero el fenómeno no se detiene allí. La muerte agrupa un conjunto inmenso de factores inquietantes para la existencia del ser humano. Basta con ver lo que de la muerte creemos. Solemos negar que pueda existir un fin a tantas experiencias, negar que nuestra subjetividad se detenga. Lo que ronda a la muerte desde la visión de los hombres comprende muchas dimensiones. Nuestras creencias, sin importar sus corrientes o tendencias la han contemplado. Muchas expresiones culturales, sociales o políticas la han evocado en sus tratados. La muerte hace parte de nuestra cotidianidad en sus imaginarios, como cuando imaginamos nuestra forma de morir o tratamos al muerto, lo embalsamamos o los rituales que suponen el amortajar. Los diferentes aspectos de la muerte nos rodean así de indefectiblemente, y se instauran en nuestras ideas. Y trasciende hasta lo más profundo de nuestra existencia. Y el viejo no es inmune a todo esto. Se ve acosado y obligado a la reflexión continua de morir frente a las contundencias derivadas por tantos factores. Abatido por propia esencia, el viejo en nuestra sociedad se ve relegado, excluido a una mínima expresión de su espacio, de su persona y de su participación. Su calidad de vida se transforma en un adefesio. La persona contempla con más fuerza que nunca la posibilidad de dejar definitivamente de pertenecer a un grupo por una sola condición que es más figurada que real. Entonces pierde sus funciones, ya no es un ente útil, pues bien se sabe que en una sociedad en la que se valora una persona por su capacidad de producción, un viejo se margina. La persistente idea de partir, en la mayor parte de los casos sin una trascendencia concreta en la memoria subjetiva de la sociedad científica, artística etc. o de no prolongar la ya adquirida puede constituirse en otra encrucijada en la ya perdida batalla con la muerte. Configurándose así en una lucha contra sí mismo, en un intento vano de escapar a la mortalidad a la que todos estamos sometidos. Y si bien la muerte física puede surgir en toda edad, no hay edad para morir. Pues morir tiene un contexto más amplio que un simple despojo corporal. Existen otros tipos de muerte que por lo general caracterizan al envejecimiento. Estas formas de muerte pueden penetrar en la vida, sobre todo en la del adulto mayor. El sentimiento de falta de alegría por vivir, la perdida del compañero sentimental, de los hijos o amigos, la ausencia de capacidad de creación, la falta de

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