Amor Ciego

Sonó la campana del colegio que anunciaba el final de las clases. Miré el reloj y, en efecto, eran las tres en punto. No quería salir de allí, quería quedarme encerrada en el colegio, el único lugar en el cual me sentía libre, el único lugar en el que él no podía entrar. La gente a mi alrededor recogía con ansias sus libros y salían con velocidad del aula. A veces me pregunto cuándo dejé de ser como ellos y me convertí en quien soy ahora. Recogí mis libros y me encaminé hacia el pasillo, un pasillo que tiempo atrás se me hacía interminable, ahora no me parecía lo suficientemente largo. Estaba abarrotado de gente, extraños a quien no conocía. Todos sonreían felices. Y es que, ¿Quién no iba a estarlo siendo viernes? Para todos ellos el fin de semana era sinónimo de libertad.

Todas esas sonrisas me provocaban nostalgia, hacían que muchos recuerdos vinieran a mí. Mucha gente había pasado por mi vida pero, ¿dónde estaban todos ahora? A veces me cruzaba con ellos por el pasillo, pero no les saludaba. Él me dijo que no lo hiciera, decía que los amigos no existen, que solo debía estar con él. Era suficiente tenernos el uno al otro. Es cierto que mi novio era un poco celoso, pero eso es normal en una pareja, él dice que sin celos no hay amor.

Crucé el pasillo lentamente y llegué a la entrada. No quería cruzar la puerta, quería que mi libertad durara unos minutos más pero ya se estaba haciendo tarde. Recé para que él no estuviera ahí fuera esperándome, pero sabía que no serviría de nada. Salí al exterior y le vi, sentado en las escaleras observando cada paso que daba mientras se mordía los labios, nervioso. ¿Estaría hoy de buen humor? Observé su rostro, esperando encontrar la respuesta en algún gesto o movimiento, pero no logré descifrar nada. Sonreí con la misma sonrisa de cada día, una sonrisa muerta y sin vida. Me acerqué a él esperando que me saludara con un beso y me abrazara posesivamente como acostumbraba a hacer cuando me venía a buscar al instituto, pero no hizo nada de eso. Se incorporó y me miró con unos ojos fríos y distantes, sus labios tensos y mordidos se acercaron a mi oído lentamente y me susurraron mientras su mano agarraba mi muñeca fuertemente.

“Me has hecho esperar demasiado, ¿por qué?”

Mi corazón se aceleró. Mi mente empezó a buscar argumentos pero sabía que ninguno iba a ser suficiente para él. Intenté hablar pero la voz se quedó atascada en mi garganta, los nervios me consumieron poco a poco. Ya no había marcha atrás, la culpa era mía de todos modos así que ahora debía aceptar las consecuencias, no tenía elección.

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