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Autobiografía académica. El relato


Enviado por   •  1 de Diciembre de 2015  •  Apuntes  •  2.791 Palabras (12 Páginas)  •  474 Visitas

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Didáctica

Autobiografía    académica

Priscila Bosch García

ÍNDICE.

Introducción.

Autobiografía académica. El relato.

Comparación.

Preguntas.

Referencias.

Anexo.

La entrevista de historia oral.


Introducción:

Con el paso de los años el sentido de la educación y más, específicamente, el de la palabra formación va cambiando. Como bien expresa la palabra “educación” en latín se le considera a esta como el sentido de sacar, extraer, educar, formar e instruir a una persona aunque, a veces, y dependiendo de la época histórica esta forma de educar o formar irá cambiando puesto que no se ha contado siempre con los mismos métodos ni la formación necesaria para llevar a cabo dicho proceso. En tiempos pasados eran muchos los niños que no finalizaban sus estudios ya sea porque no les apetecía continuar o porque en la sociedad la educación no era vista como algo fundamental en la vida de todo ciudadano y, por tanto, sus padres no les obligaban a seguir formándose. Ahora, sin embargo, todo aquel que no llegue como máximo a la Universidad o a sacar el Bachillerato ya está considerado como alguien sin estudios a pesar de que si los tenga, se considera a la educación y su consecuente formación como el sentido fundamental para crear a buenos ciudadanos.

Autobiografía académica. El relato:

Aún recuerdo mi primer día de colegio, no paraba de llorar, no sabía porque mi madre me dejaba sola con tantos niños que no conocía de nada. De mi etapa en educación infantil, recuerdo muy poco, me encantaba la hora del recreo, jugar y correr, me encantaba correr. El colegio era pequeño y tenía pocas aulas, había un gran patio con zonas para jugar, un pequeño columpio amarillo, al que nunca me llegué a subir, dos pequeñas porterías para jugar a fútbol y una gran rampa por la que me encantaba lanzarme aunque siempre acabara con el cuerpo lleno de golpes y morados, en cambio, odiaba los baños porque los niños se metían cada vez que querían para reírse de las niñas y hacer bromas. Las profesoras tenían siempre una gran sonrisa y eran muy amables conmigo, no sé el motivo pero siempre tenía una buena relación con todas mis maestras, y digo maestras porque siempre me impartían clases mujeres. Lo que siempre recordaré de esa etapa fue la separación de mis padres. A mí y a mis hermanos nos afectó mucho porque cuando empezamos en primaria, a veces, venían psicólogos al colegio y no me gustaba que los niños pensaran que teníamos algún tipo de problema.

En el colegio era una más, recuerdo la misma rutina de todas las mañanas, del mismo chándal verde que me encantaba ponerme  porque me sentía cómoda, no me gustaba nada tener que pensar lo que ponerme cada mañana. Mi clase durante casi toda la primaria fue la misma, era pequeña, con las paredes blancas y una gran pizarra verde, delante,  junto a la mesa de la profesora. Era un colegio laico pero en alguna que otra clase había un crucifijo colgando en la pared. Tenía muy poca decoración, una maceta con una pequeña planta que se cambiaba cada cierto tiempo y un par de dibujos colgando en las paredes. Mi profesora se llamaba Carmen, tenía una bonita relación con ella, me decía que yo era como una hija. Cada vez que en el colegio había alguna celebración ella se encargaba de hacerme los disfraces para que fuera una más. Mis hermanos y yo, vivíamos solo con mi padre y él no sabía nada de costura.

 En cuarto de primaria me cambiaron de maestra y eso me deprimió mucho al principio. Mi nueva profesora, Adela, era una señora bastante mayor, con el pelo canoso pero muy alegre y risueña y eso me gustaba mucho por lo que me adapté muy rápido al cambio. En el colegio mantuve siempre las mismas amistades, mi mayor preocupación en ese entonces era conseguir la mayor cantidad de tazos de Pokémon y de intercambiar notas y cartas con mis compañeras y “novios” de cada semana. Mis notas no eran de las mejores, pero nunca tuve ningún tipo de problema en aprobar, aunque no estudiase nada. En mi último año de colegio me volvió a tocar con Carmen. Recuerdo que fue un bonito curso, aunque ahí fue cuando comenzaron mis problemas con las matemáticas.

Mi primer año de instituto fue bastante complicado, no conocía a casi nadie, solo a una chica un año mayor que yo, que estuvo en mi colegio y con la que comencé una gran amistad que ha perdurado a día de hoy. El instituto estaba más lejos que el colegio al que había ido siempre y eso me disgustaba mucho porque odiaba caminar. Era grande, de color blanco y azul. Recuerdo que en el suelo de la entrada había dibujado un gran sol de color naranja que me alegraba las mañanas. Tenía tres pisos y en comparación con el colegio, las aulas eran bastante grandes. El patio de recreos era grande, con una cancha de baloncesto, una de fútbol y un pequeño terreno de lucha canaria que no duraría mucho. Las profesoras y los profesores eran, por lo general, bastante serios y parecían exigir mucho. Mi aula era grande, de color verde y, en ella, nos sentábamos de dos en dos.  En la clase había muchos alumnos y los profesores  siempre decían que éramos el peor grupo.  Algo que se repitió durante casi toda la secundaria. Era verdad, no parábamos de hablar, de gritar y reírnos de los profesores y los compañeros. Recuerdo que en la clase había una puerta que comunicaba con el salón de actos, y eso para nosotros fue un gran descubrimiento, en casi todos los cambios de hora nos metíamos en el salón de actos sin que nadie se diera cuenta porque nos parecía muy divertido. No me gustaba nada ir al instituto, intentaba fugarme en cuanto podía hasta que me percaté de que mi nivel era muy bajo y me sentí muy inferior, por lo que dejé de estudiar y de preocuparme por mí ya que pensaba que era tonta y no valía para estudiar, al final del trimestre mis notas eran muy bajas y repetí curso. El siguiente curso pasó muy rápido, me adapté al ritmo y lo conseguí sacar. El segundo curso fue para mí un año inolvidable. No hice nada del otro mundo, pero estuve con todas mis amigas y  formamos un gran grupo. Siempre estábamos con bromas, nos encantaba hacerle la pelota a todos los profesores y ganarnos el odio de los demás compañeros de clase, incluso podría decir que nos tenían envidia. A pesar de esto, mis notas empezaron a mejorar y saqué el curso, aunque me seguían quedando las matemáticas pero no porque fuese tonta sino, como me explicó una maestra, mi problema erradicaba en que no tenía una base sólida y eso me impedía sacar la asignatura, así que aunque conseguía aprobar todas las asignaturas sin problema siempre me quedaba la espinita de las matemáticas. El tercer curso fue otro año muy bonito. Mi clase era enorme con unas ventanas muy grandes por lo que la clase estaba siempre bastante iluminada, eso consiguió que me pasara muchas horas muertas mirando por la ventana y pensando de todo y en nada. Ese año me enamoré por primera vez y estaba todo el día pensando en esa persona y en cómo llamar su atención. A pesar de todo, mis notas seguían mejorando bastante, sacaba notables y sobresalientes y todo el mundo se sorprendía de que fuera tan buena en todo menos en las matemáticas. Un día delante de toda la clase, mi profesora de naturales me dio la enhorabuena porque había sacado un diez en un examen, siempre me había dado clases, y me dijo que siempre había sabido que tenía muchas capacidades y que se alegraba de que lo estuviera demostrando. Eso para mí fue un gran subidón de autoestima, por una vez, alguien se había fijado en mí y me había dicho lo mucho que valía.  El último año de secundaria fue muy positivo, conseguí sacar bien las matemáticas que llevaba arrastrando durante toda la E.S.O y aprobar todo con buenas notas. Por fin, me sentía orgullosa de mi misma ya que en su momento llegué a pensar que dejaría el instituto y que no acabaría la secundaria.

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