Cada uno debe seguir la vía que su índole impone - Miguel Cané
Enviado por Antonella Ratto • 3 de Agosto de 2023 • Ensayo • 2.347 Palabras (10 Páginas) • 47 Visitas
Cada uno debe seguir la vía que su índole impone. Representaciones de un Otro en Juvenilia de Miguel Cané
Ratto Cammarata Antonella
Literatura Argentina I
Universidad Nacional del Sur
Hacia el fin del siglo XIX, la República Argentina se encuentra atravesada por numerosos cambios culturales, económicos y sociales. En este momento, se consolida como un Estado liberal, a la vez que ingresa en el mercado mundial y el orden burgués propio de la modernidad occidental. Al respecto, la ciudad de Buenos Aires deja de ser aquella Gran Aldea, puesto que crece aceleradamente tanto en aspectos materiales como demográficos, y el problema de la identidad cultural ante la llegada de las masas inmigrantes prolifera y preocupa a la élite porteña; aquella coalición rica, viajera y diplomática de los años ‘80, que hizo el gesto de apropiarse de toda la literatura occidental - sobre todo europea - y produjo una escritura fragmentaria y conversada, novelera y elegante, sustancialmente culta y refinada: “aristocrática” (Ludmer, J., 1999:26).
En este marco, en 1884, Miguel Cané a sus 33 años publica Juvenilia, un relato autobiográfico que condensa recuerdos discontinuos de su juventud en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Se trata de una cadena de memorias que une las experiencias directas del propio autor durante su ingreso a uno de los colegios más prestigiosos de la ciudad, los años de estudios y el egreso de la institución; fruto de la soledad y de la nostalgia por la distancia que separa al diplomático y literato de su patria - lejana cuando el autor está en Europa y otros países de América y perdida cuando idealiza el interior del país o cuando mira la Buenos Aires devorada por el progreso:
“(...) nunca pensé al trazar esos recuerdos de la vida de colegio, en otra cosa que en matar largas horas de tristeza y soledad, de las muchas que he pasado en el alejamiento de la patria, que es hoy la condición normal de mi existencia” (p.29).
La melancolía de Cané es en gran parte debida al pasado perdido, pero también a la mirada esperanzada de un porvenir siempre incierto (Schierloh, E., 2004:17). A propósito de este sentimiento, la hipótesis del presente trabajo sostiene que Cané, a través de la narración “inocente” y “simplificada” de sus recuerdos de infancia, que carece de impersonalidad, despliega diversas representaciones de un nosotros - conformado por el círculo aristocrático afín al autor, partícipes del éxito social e integrantes de la coalición rica del ‘80 - y de unos Otros que poseen otras costumbres y no comparten las mismas experiencias idiosincrásicas que este grupo privilegiado. A propósito, Saenz Hayes, R. (1955) afirma que Juvenilia es un “documento autobiográfico que pone al desnudo la idiosincrasia de Miguel Cané, aun en los instantes en que no desea mostrarse tal cual es” y que “recio, individualista y sensitivo, exhibe sin máculas su egocentrismo destinado a echar profundas raíces espirituales; analiza lo que le circunda y se analiza a sí mismo” (p.43).
Creemos que estas representaciones tienen el propósito de evocar una época pasada no tan lejana[1], pero irrecuperable ante las rápidas transformaciones que atraviesa la ciudad de Buenos Aires, donde las nuevas clases sociales avanzan y se pierden las costumbres arraigadas, las formas de ser, de clasificar el mundo, afectando la idea de patria[2]. En concreto, Juvenilia pertenece al linaje de legados espirituales que sobreviven como creaciones espontáneas, que señalan momentos específicos del vivir argentino, de su pueblo y costumbres, de su historia y evolución (Saenz Hayes, R. 1955:9).
En este sentido, resulta interesante reparar sobre la convivencia en el colegio de “provincianos y porteños” que “formaban dos bandos, cuyas diferencias se zanjaban a menudo en duelos parciales” (p.75). A propósito, en el capítulo XV, Cané comenta:
“los provincianos eran dos terceras partes de la totalidad en el internado, y nosotros[3], los porteños, ocupábamos modestamente el último tercio; eran más fuertes, pero nos vengábamos ridiculizándoles y remedándoles a cada instante. Habíamos pillado un trozo de diálogo entre dos de ellos, uno que decía, con una palangana en la mano: «¡Agora no más la voa derramar!» y el otro que contestaba en voz de tiple: ¡No la derramis!». Lo convertimos en un estribillo que los ponía fuera de sí, como los rebuznos del uno y del otro alcalde de la aldea del don Quijote.” (págs.75-76)
Aquí quedan claras las diferencias entre ambos grupos. Por un lado, los provincianos superan en cantidad a los porteños, pero por el otro, los segundos no necesitan ser un grupo numeroso para dejarlos expuestos por el uso de otras variedades lingüísticas. Asimismo, en este capítulo el autor se refiere a lo estudiosos y responsables que son los provincianos a diferencia de ellos, pero repara en que “con igualdad de inteligencia y con menor esfuerzo por nuestra parte, obteníamos mejores clasificaciones en los exámenes” (p.76) y que eso se justificaba - en palabras de Sainte-Beuve - por la “falta de la arenilla dorada” puesto que “esa arenilla dorada constituía nuestra superioridad” (p.76). Para Molloy, S. (2001) el yo del relato da paso en seguida a un nosotros halagüeño y abarcador - como sucede en este episodio - y buena parte del éxito de Juvenilia se debe precisamente al hábil empleo de ese plural: creó la ilusión de que lo narrado le había pasado a todo el mundo, cuando en realidad sólo le había sucedido a Cané y a un puñado de individuos (p.142).
En esta distinción, es llamativa la mención especial que le da a uno de los bohemios provincianos que más resaltaban por su “inteligencia extraordinaria”: Patricio Sorondo, el único al que - según Cané - “Amedeé Jacques[4] le tenía gran cariño, sentimiento que habíamos descubierto, no por manifestaciones externas, sino por un fenómeno negativo: jamás le reprendió” (p.77). Sorondo fue arrebatado por la fiebre amarilla, y Cané decide dar cierre al capítulo diciendo que “fue una pérdida real para el país; habríamos tenido en él un hombre de estado, liberal, lleno de ilustración y con un carácter firme y recto” (p.77). Es decir, hubiese sido un hombre que podría haber alcanzado el éxito como la minoría aristocrática de los ochenta, ya que más allá de ser provinciano poseía la ideología y las costumbres necesarias para alcanzarlo. Además, no es menor aquel comentario que hacer referencia a lo apreciado que era por Jacques, referente inaudito del progreso y el positivismo triunfante para los porteños y en especial para Cané.
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