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ENCUENTROS PARA LA INTEGRACIÓN UNIVERSITARIA


Enviado por   •  2 de Abril de 2017  •  Biografía  •  1.483 Palabras (6 Páginas)  •  199 Visitas

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE RÍO CUARTO

FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS

LICENCIATURA EN PSICOPEDAGOGÍA

PROGRAMA DE INGRESO, PERMANENCIA Y EGRESO DE ESTUDIANTES

PROYECTO: ENCUENTROS PARA LA INTEGRACIÓN UNIVERSITARIA

MÓDULO INTEGRACIÓN A LA CULTURA ACADÉMICA

ALUMNA: MARTINOVIC CATALINA

DNI: 40230212

AÑO: 2016

Eje 1: La relación de los ingresantes con el conocimiento

Actividad 3.B. Orientaciones para la escritura de la autobiografía de aprendizaje. Evaluación del Eje 1

Mi nombre es Catalina Martinovic y tengo 19 años de edad. En el siguiente trabajo procederé a relatar mi camino durante la etapa de educación secundaria, dejando en evidencia los valores y aprendizajes que adquirí en esos años. Me reconoceré como sujeto de aprendizaje y escribiré sobre las personas que más influyeron durante la etapa, las materias o áreas que me resultaban fáciles asi también como las que no. También hablare acerca de los métodos de estudio que tenía para determinadas materias.

Mis profesores me miraban con cariño, era la alumna con mucho potencial que sin embargo no tenía el entusiasmo como para demostrarlo. Supongo que por las vueltas de la vida las cosas se dieron como lo son ahora. Siempre estuve (estoy) dispuesta a conocer y saber más, el que me guste leer sin duda ayudó a crear la persona que soy hoy en día. Los aprendizajes están en todas partes, dentro y fuera del aula. Durante la secundaria entendí lo que significa ser realmente una persona y qué planes quería para mi futuro, cruzar los brazos claramente no formó parte de ello.

Remontémonos a mis 12 años, venía de un sexto grado prometedor, con notas altas y muchos amigos dispuestos a brindarme su apoyo y cariño. Oriunda de Buenos Aires, llena de alegría y sueños por realizar. Recuerdo las expectativas tan altas y brillantes que tenía respecto a la escuela secundaria. Recuerdo también haberme quedado la noche anterior al primer día en vilo, nerviosa de lo que podría pasar a la mañana siguiente. Como si un Hada Madrina dijera: “Hoy Catalina, te convertirás en una adolescente hecha y derecha. Tendrás novios, notas altas, saldrás a muchas fiestas y luego te embarcarás a estudiar Abogacía con el apoyo de tus padres”.

Claramente, eso no pasó. Sin embargo, al día siguiente, al igual que todos mis compañeros, tuve una introducción a lo que sería el resto de mis años cursando. Unas cuantas materias más de las que venía acostumbrada. De la nada, la materia Ciencias Naturales se había convertido en Biología y Físico-Química, al igual que Ciencias Sociales se había dividido en Historia, Geografía y Sociología. Lengua había mutado a Literatura, pero de esa no me quejé, me encantaba perderme entre las hojas, entre las historias. La única materia que no había querido cambiar era Matemática. Mi gusto por ella tampoco había cambiado, la detesté y la detesto hasta hoy. Tal vez sea porque no las comprendo, o porque me pierdo en sus fórmulas,  o porque considere un pecado capital mezclar mis amadas letras con los números infinitos, o tal vez simplemente porque no me provoquen nada, sea cual sea la causa sé que todo tiene que tener su lado negativo. En mi fantasía colegial, las matemáticas tomaban el papel de villano.

Mis notas en el primer trimestre eran buenas, tenía mis diferencias con Matemáticas pero con esfuerzo y prestando atención me mantenía a flote. El problema acá, y la lección más significativa de mi vida, comenzó después de la primera mitad del segundo trimestre con el fallecimiento de mi hermana Sofía. Voy a introducirme un poco más en esta cuestión, dejando el colegio de lado por un momento.

Mi familia se conformaba en ese entonces de mi mamá, mi padrastro y mis hermanos. Tomás es mi medio hermano por parte de mi mamá y luego estaba Sofía, mi hermana, producto de una relación de ocho años con mi papá. Mi padre, Marcelo, se había separado de mi mamá cuando yo tenía seis años y mi hermana sólo uno. Las razones fueron entre pocas, la incapacidad de aceptar una hija con discapacidades como mi hermana. Si bien entiendo que es fácil rehusarse a comprender que aquella niña nunca iba a poder correr, caminar, cepillarse los dientes o incluso decir “Papá, te quiero” debido a su parálisis cerebral, lo que no es comprensible  es por qué no pudo acompañar a la otra parte, su familia. Aquí hago hincapié en la primera lección: No todos pueden soportar los golpes duros de la vida como uno se lo espera. Y cuando falleció Sofía, aprendí la segunda: Hay que aprovechar y valorar a las personas durante todo el tiempo posible.

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