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"El arte de reducir cabezas" Capítulo 2. El homo zappiens en la escuela


Enviado por   •  22 de Noviembre de 2015  •  Resumen  •  3.421 Palabras (14 Páginas)  •  2.183 Visitas

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Universidad Autónoma de Querétaro[pic 1]

[pic 2]

Facultad de ingeniería

 

"El arte de reducir cabezas"

Capítulo 2. El homo zappiens en la escuela

(Dany Robert Dufour)

Maestra: Rocío Edith López Martínez

Alumna: María del Carmen Mendoza Barcenas

Grupo 14

Semestre 1°

Fecha de entrega: 17/Noviembre/2015

Introducción:

El capítulo habla sobre la nueva educación, las problemáticas que la provocan, y las que causan, entre ellas la televisión, y el nuevo sentido de los símbolos, así como la relación texto-imagen. La posmodernidad se ha convertido en un fenómeno de estudio social latente, frecuentemente criticado como una cultura de desmoralización de las nuevas generaciones. El narrado logra el prodigio de hacer que quienes habitan este mundo de apariencias vean un mundo supuestamente verdadero, un mundo real donde se organizan las cosas. El lector, por su parte, imagina algo creado por el autor. Los niños que hoy se incorporan en la escuela son con frecuencia niños atiborrados de televisión desde la más tierna edad. Este es un dato antropológico nuevo del que todavía no se tiene medida precisa: hoy las crías de hombre se encuentran con frecuencia frente a la pantalla aun antes de comenzar a hablar.

Desarrollo:

Las instancias colectivas (la familia, los sindicatos, las formas políticas, los estados-nación, pero también y de manera más general, la cultura como lugar de transmisión generacional y representación colectiva) son blancos perfectamente identificados por el neoliberalismo como espacios que pueden entorpecer la circulación ampliada de las mercancías.

¿Qué forma del sujeto está surgiendo hoy? Es la gran pregunta que se abordará. ¿Cómo pensar, en efecto, que el neoliberalismo que destruye las instancias colectivas puede dejar intacta la forma sujeto heredera de un largo proceso histórico, filosófico y teológico-político de individualización?

La forma del sujeto actual se está volcando, en efecto, hacia lo esquizo, única forma capaz de navegar a meced de los múltiples flujos. Pero el mundo de ha vuelto deleuziano en un sentido que probablemente habría sorprendido y hasta desesperado, al mismo Deleuze, él creía que había una manera de ganarle al capitalismo: desterritorializando más velozmente que el capitalismo mismo. Pero hoy todo indica que había subestimado su fabulosa velocidad de absorción de los capitales y su fantástica capacidad para recuperarse de la crítica, En suma Deleuze no había conjeturado que el neoliberalismo sería el que, de alguna manera, realizaría el programa deleuziano: lo cual verifica, una vez más, el adagio según el cual los sueños políticos del filósofo a menudo se hacen realidad transformándose en pesadillas.

Este sujeto posmoderno no está surgido por algún azar inexplicable de la historia sino que lo hace al término de una empresa temiblemente eficaz en cuyo centro encontramos dos grandes instituciones dedicadas a fabricarlo: por un lado la televisión y, por el otro, una escuela nueva, considerablemente transformada por treinta años de reformas llamadas “democráticas” pero que siempre han estado orientadas en el mismo sentido: debilitar la función critica.

La televisión:

¿Qué produce pues el más difundido medio, la televisión en los niños? Los niños que hoy se incorporan en la escuela son con frecuencia niños atiborrados de televisión desde la más tierna edad. Este es un dato antropológico nuevo del que todavía no se tiene medida precisa: hoy las crías de hombre se encuentran con frecuencia frente a la pantalla aun antes de comenzar a hablar. Intuitivamente podemos comprender por qué: es el único instrumento que permite mantener tranquilos a los pequeños sin ocuparse de ellos. El consumo de imágenes, como lo muestran todas las encuestas, ocupa varias horas al día. Según un estudio de la Unesco, los niños del mundo pasan en promedio tres horas sentados frente a la pantalla chica, lo cual representa al menos el 50 por ciento más de tiempo dedicado a ese medio que a cualquier otra actividad paraescolar, incluidas las tareas para el hogar, pasar el tiempo en familia, con amigos o leyendo. Esta cifra, ya considerable, sólo es el promedio: cerca de un tercio de los niños miran televisión cuatro horas por día o más (en ese tercio se encuentra una mayoría de niños de las clases y las minorías menos favorecidas.

Además de la publicidad, está la violencia de las imágenes: a los once años, el niño “medio” habrá visto alrededor de 100,000 actos de violencia en la televisión y habrá asistido a unos 12 000 asesinatos. Ciertamente, los cuentos que contaban las supuestamente amables abuelitas de otro tiempo contenían un puñado respetable de horribles historias de ogros devoradores de niños que no tienen literalmente nada que envidiarles a las habituales imágenes difundidas hoy. Pero no debemos olvidar dos diferencias cruciales: 1) la abuela, al mediatizar el horror lo integraba en el círculo enunciativo y lo volvía de algún modo aceptable; 2) existe una neta discrepancia entre el universo claramente imaginario del ogro de cuento que obliga al niño a concebir ese universo como otro mundo  (el de la ficción) y el universo muy realista de las series televisivas con riñas, violencia, violaciones asesinatos, sin distancia con el mundo real. Ya hay psiquiatras infantiles que informan de caso de niños que, por ejemplo, creen que pueden saltar de una ventana elevada sin lastimarse “como en la televisión” de modo tal que lo que los detiene ya no es un mandato simbólico sino el trama, es decir, lo real. De manera tal que con la televisión, lo que se ve reducido de entrada a media porción, es la familia como lugar de transmisión generacional y cultural. En este sentido, la expresión “los niños de la televisión” tomada al pie de la letra, en lugar de hacer sonreír, debería entenderse verdaderamente en toda su significación: una frase patética por cuanto revela el hecho de que la televisión se ha apoderado efectivamente del lugar educador de los padres ante sus hijos, para transformarse en lo que algunos estudios han bautizado como el tercer padre, particularmente activo, que suplanta progresivamente a los verdaderos padres.

Texto e imagen:

El narrado logra el prodigio de hacer que quienes habitan este mundo de apariencias vean un mundo supuestamente verdadero, un mundo real donde se organizan las cosas. El lector, por su parte, imagina algo creado por el autor. Pero la imagen no es sólo un mero reflejo del texto, posee su eficacia propia y potente puede, sencillamente, suspender el texto. Y ese poder responde a un buena razón: la imagen no está articulada en el sentido en que se dice que un texto esta articulado. Para leer una imagen nunca hará falta comenzar por arriba, por la izquierda, la derecha, por el centro o por un punto cualquiera, sino que el espectador intentará captar el todo. Una sencilla imagen nos obliga a hacer el texto y a crear uno que tenga en cuenta e integre la perturbación experimentada. No se trata de pretender traducir literalmente una imagen en un texto, sino de reparar el desgarro en el tejido.

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