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El derecho a la ternura Lo público y lo privado


Enviado por   •  21 de Agosto de 2020  •  Ensayo  •  1.332 Palabras (6 Páginas)  •  485 Visitas

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El derecho a la ternura

Lo público y lo privado

Se habla del derecho al empleo, el derecho a la vivienda, el derecho a la educación, al sufragio, en fin, de todos aquellos derechos que pueden figurar como reivindicaciones sociales de transparencia indemandable. Muchos se sentirán prevenidos frente a nuestro intento de considerar la ternura como un derecho, pues preferirían dejarla aparte de la diatriba política, pareciéndoles impensable que una constitución consagre como norma el deber de ser tiernos, suceso que a más de ridículo podría convertir la palabra ternura en un lugar común o en una ominosa obligación.

El problema de los derechos humanos no puede seguir circunscrito a la esfera de lo público, como una repetición monótona de las normas que deben acatar tanto el Estado como los ciudadanos. La tradicional división entre lo público y lo privado, revela en éste caso su carácter arbitrario, pues al tratarse de la estética social -campo al cual adscribimos el derecho a la ternura-, es imposible no trascender el umbral del ágora o la calle para adentrarnos en las raíces afectivas, familiares e interpersonales, de las que se alimenta la ética ciudadana. Pensar dentro de la lógica excluyente de lo público y lo privado es colocarnos en una perspectiva que desconoce la dimensión fundante de lo afectivo, como si la acción política nada tuviera que ver con las relaciones de poder que se establecen en la intimidad.

Lo privado, constituido por esas pequeñas rutinas de la vida diaria signadas por la dinámica afectiva, es precisamente el espacio donde, entre telones, se produce lo público. Al separar de manera tajante una y otra esfera, impedimos que el análisis sobre lo político y lo social llegue hasta esas parcelas protegidas donde con más fuerza se anida la ideología. Con esta dicotomía aseguramos la impensabilidad de una zona fundamental para la constitución de los sujetos, quedando por ello mutilado el análisis que podamos lograr de los grandes acontecimientos políticos. Al buscar una articulación de lo público y lo privado, de la macropolítica de los diseños estatales con la micropolítica de la vida cotidiana, de los análisis magistrales de la cultura con la microsociología y la psicología de la intimidad, nos anima no tanto iniciar una lucha por la consagración de un nuevo derecho constitucional -que bien podría quedarse en letra muerta, sin cumplirse en la vida social, como ha sucedido tantas veces en la historia-, sino generar nuevas perspectivas de análisis que permitan entender problemas como la violencia, la democracia o la autogestión política y comunitaria, desde un escenario donde se problematizan las rutinas diarias.

Falacias Epistemológicas

No obstante querer romper el velo que la ubica en un campo de no dichos y de completa invisibilidad, muchos temores surgen al enunciar un discurso sobre la ternura. La ternura sólo es reconocida como parte del amor maternal o en la relación del niño con su osito de peluche. Algún dictado de nuestra cultura prohíbe al hombre hablar de la ternura o abrirse al lenguaje de la sensibilidad, pues en su educación se le ha insistido en ser lugar de dureza emocional y autoridad a toda prueba. Más allá de la sensiblería que estereotipa para la opinión un cierto modo de ser mujer, supuestamente afectuoso y maternal, sabemos que la vivencia de la ternura puede ser tan difícil para el varón como para la mujer, pudiendo encontrarse dureza inusitada y violencia en ésta última como también comportamientos tiernos y afectuosos en los primeros.

La ternura no pertenece por derecho propio ni al rostro cachetón y sonrojado de la infancia, ni tampoco al de la madre abnegada y bondadosa. El espacio de lo privado -con sus rutinas alimenticias, de limpieza y de intercambio afectivo-, está en gran parte dominado por la figura femenina, sin que podamos decir que es por eso un modelo de ternura.

Disuelta la falacia del género -para ver tras ella la ubicuidad del poder-, aparece un nuevo obstáculo, relacionado con la exigencia de producir conocimiento al amparo de un discurso académico. Desde hace varios siglos la ternura y la afectividad han sido desterradas del palacio del conocimiento. Desde las tempranas experiencias de la escuela se adiestra al niño en un saber de guerra que pretende una neutralidad sin emociones para que adquiera sobre el objeto de conocimiento un dominio absoluto, igual al que pretenden obtener los generales que se toman las poblaciones enemigas bajo la divisa de tierra arrasada. Símbolo de este modelo de conocimiento es la forma como se accede al estudio de la vida vegetal o animal, bien con herbarios donde las plantas aparecen marchitas y mutiladas o a través de la vivisección y el desecamiento de animales.

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