Esto es España, Gabriela
Enviado por Belen M. Garau • 16 de Septiembre de 2018 • Trabajo • 3.311 Palabras (14 Páginas) • 88 Visitas
Esto es España, Gabriela
Paris!, París!, grito su padre al entrar en la humilde casa que compartía Gabriela con varios miembros de la familia Filipina de su madre. Eligieron Gabriela cuando nació para honrar a su abuelo paterno, oriundo de Burgos y porqué, dadas sus raíces Cubanas, Filipinas y Puertorriqueñas, sus padres, Leopoldo y Mariela decidieron que, a sabiendas que no podrían tener más hijos por su delicada situación económica, honraría sus raíces de por vida.
Han firmado el acuerdo, expresó con gesto serio y preocupado. Mis padres tuvieron que irse de nuestra tierra y ahora nosotros somos apátridas, no tenemos ni la nacionalidad ni el respeto que merece cualquier español.
Mariela abrazó a su marido que, desolado, miraba alrededor de la vivienda ubicada en el barrio de La Perla, en Puerto Rico. Barrio que carecía incluso de agua corriente y en el que las casas se diferenciaban únicamente por el color por el que estaban pintadas las desvencijadas puertas de entrada. Cada familia del barrio conocía quien vivía por los colores. Así era el barrio y así era el espíritu alegre que dominaba el país, pese a la pobreza que azotaba continuamente la región.
Con la mirada perdida pero serena, se decidió a romper el silencio que reinaba en la pequeña habitación que solíamos usar como cuarto de estar y exclamó determinado: “reunid todo lo de valor que podáis, que encontréis. Rogad por ayuda a los vecinos y reuniremos el dinero para los pasajes de vuelta a España. Será un viaje largo, explicó, peligroso e incómodo, pero ha llegado el momento de volver a nuestra tierra, nuestras raíces y a intentar desde allí, cambiar las cosas desde la educación, el trabajo y la ilusión de la que ahora parecemos desconocer.
Gabriela estudiaba en la escuela pública en la que su padre impartía clases de historia y dónde Mariela limpiaba las instalaciones durante más de 10 horas diarias. Nunca se quejó de lo agotador del trabajo que, gracias a su marido había conseguido meses atrás y sin el cual no habría sido posible mantener a la familia.
El salario de un profesor era mísero, imaginen el de una asistenta de limpieza.
Durante más de un mes hicieron acopio del dinero necesario para los pasajes del barco que les llevaría de vuelta a España, país que Gabriela no conocía más que por las historias que su padre contaba durante las comidas y cenas alrededor de la mesa. Siempre quiso poder ir y ver con sus propios ojos el país que su padre siempre describía como un lugar donde todo era posible, donde el sol te acariciaba la piel durante los 12 meses del año y donde las personas eran generosas, alegres y optimistas.
Por fin, llegó el día de embarcar. Con una muda como todo equipaje y los víveres que su madre había ido guardando para sobrevivir el largo trayecto y que iría racionando, Gabriela, Leopodo, Mariela, además de dos sobrinos de Leopoldo que contaban con 8 y 4 años respetivamente y la madre y hermana de Mariela, intentaron acomodarse en la gran embarcación.
La era del vapor había llegado y había permitido que los barcos fuesen cada vez más grandes y cada vez más rápidos. La mayoría de estos pasajeros viajan en las partes inferiores de estos buques. Algunos están hacinados y otros realizan el viaje en condiciones más dignas, pero su experiencia está en un universo paralelo si lo comparamos con lo que ocurría en las partes superiores del barco. En los aposentos reservados para la primera clase la experiencia era más cercana a viajar en un palacio que en una nave. De hecho, muchas veces ese era precisamente el encargo que recibían los arquitectos encargados de diseñarlos, intentar transmitir la sensación a los pasajeros de que estaban en el interior de un gran hotel más que en una enorme mole de metal viajando por las gélidas aguas del Atlántico.
La ironía máxima estaba en que, pese a que estos viajeros recibían un nivel elevadísimo de atención y recursos, no era el público que más beneficio económico reportaba a los dueños de las navieras. Pese a la atención que se le daba a los lujos de viajar en primera, el dinero que generaba la venta de pasajes a inmigrantes fue lo que sostuvo la mayor parte de las navieras transatlánticas. Esto pasaba en parte porque eran muchos más (normalmente entre el 60-70% de los viajeros) y además su frecuencia de viajes transatlánticos estaba menos sujeta a las estaciones, a diferencia de los que se movían por placer, que solían hacerlo en los meses más cálidos.
La estricta segregación de clases en el barco garantizaba que los ricos apenas se dieran cuenta de la existencia de sus compañeros de viaje menos afortunados alojados en los bajos de la nave. Lo que seguro que no sabía el hombre de negocios que iba cada noche a cenar con esmoquin en los numerosos restaurantes del barco, es que si no fuera por los humildes currantes del entresuelo, los barcos nunca hubieran sido sostenibles económicamente.
Gabriela y su familia viajaban en las estancias reservadas a las clases inferiores en las que tendrían que soportar las duras condiciones del viaje en un espacio reducido y húmedo, lleno de catres y literas y sin apenas luz. Eran gente acostumbrada a vivir con lo mínimo con lo que las expectativas de poder llegar a España, les bastaba para no quejarse y considerarse afortunados de poder compartir incómodo espacio con más de 200 personas.
Fue durante las largas horas que debían pasar en sus literas donde Gabriela empezó a entender lo que ocurría en el país donde iban a vivir y al que su padre veneraba, pese al resentimiento y la tristeza que le invadía al hablar de España.
Su familia, agricultores en Burgos vivían tiempos muy difíciles dada la crisis agraria que se estaba viviendo a finales del siglo XIX. En este siglo se da una gran dificultad en aceptar la mecanización como solución. Sin embargo el Estado trataba de movilizar los recursos para ofrecer alternativas´
La visión más detallada de las dificultades de los agricultores españoles, nos contaba, afectó a unos productos más que a otros.
La agricultura nos conataba, fue durante todo el siglo XIX la principal fuente de riqueza de España, un país eminentemente rural cuya economía giraba en torno a la tierra, de la que vivía más del 85% de la población. El país permanecía totalmente ajeno al incipiente desarrollo urbano e industrial que se iniciaba en otros los lugares como Inglaterra.
Sin embargo, la agricultura española era pobre, marcada por unos bajos rendimientos y una reducida productividad, a lo que habría que añadir la escasez de buenas tierras y suelos fértiles y una climatología nada halagüeña. Esto lastraba el desarrollo económico y también el crecimiento de la población, marcada por la escasez de alimentos. La estructura de la propiedad tampoco favorecía el desarrollo agrícola, determinada por la dicotomía latifundio-minifundio, los primeros dominantes en el sur -Andalucía, Extremadura y La Mancha-, los segundos en la Cornisa Cantábrica, especialmente en Galicia, aunque había zonas como la Meseta Norte donde abundaban los medianos campesinos.
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