Experiencia de alfabetización

Experiencia de alfabetización

Carlos Enrique Cota Fierro

La cobertura de la alfabetización, al igual que de la educación, siempre ha sido una constante preocupación para el país, desde tiempos que hoy en día han quedado lejanos. Los esfuerzos por que toda o la mayor parte de la población mexicana sepa leer y escribir parecen no haber si suficientes, pero es cierto que se trata de un proceso y, como tal, es de tipo evolutivo.

En lo que a mí atañe, como prestador de un servicio social que tiene sus directrices en abonar hacia tal causa, creo que la labor ha sido ardua y, por momentos, frustrante, pues el enseñar a alguien siempre implica un compromiso que tiene que ser compartido, mutuo, entre estudiante y enseñante. No es que mi actitud sea pesimista, pero hubo momentos en que las expectativas que me formaba después de ubicar a una persona con posibilidades de aprender la lengua escrita se desvanecía de un solo golpe ante la negativa del posible alfabetizando.

Busqué primeramente entre los vecinos más cercanos a mi casa. Una señora, conocida por mí, que en alguna ocasión escuchó sobre la labor que yo pretendía realizar me dijo ella quería aprender a leer y escribir. Estuve haciendo visitas a su casa, alguna vez no la encontré y en muchas otras ella le daba largas al asunto. Jamás me entregó documentos para su registro y tampoco accedió a tomar las primeras sesiones para avanzar.

Así, en el mismo tenor, sucedieron las cosas con otros adultos que no saben leer y escribir. Cada vez que una persona dejaba de acceder al estudiar era casi un golpe duro, pues no terminar el servicio social significa no poder titularse de la universidad. Aparte es difícil depender tanto de otros para que las cosas te salgan bien.

Después me di a la tarea de buscar personas que no supieran leer y escribir por comunidades vecinas, a través de preguntar entre los habitantes sobre si conocían personas con esas condiciones. Llegué a conversar con algunas, pero el resultado fue el mismo: nadie se comprometía a aprender.

Fue así como, finalmente, un señor con el que sí lleve a cabo el proceso de alfabetización me dijo que estaba dispuesto a aprender. En un principio me costó trabajo conseguir los documentos para registrarlo al programa pero no dejé que eso impidiera lo demás. Después de dar varias visitas a su domicilio y porque el señor había extraviado su credencial y no contaba con identificación oficial, logré obtener los documentos. Para el asunto del CURP yo mismo le imprimí uno.

Las sesiones fueron muy cercanas unas de otras, porque aunque hubo ocasiones en que no lo encontraba en su casa, siempre al siguiente día volvía para trabajar lo que para la semana de trabajo había planeado.

Mientras con él trabajaba se me sugirió que fuera ver a un vecino de la misma comunidad, que se encontraba en las misma condición académica. Cuando con él hablé, me

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