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Cuando el amor toca tu puerta, pero, ¿Dónde están las estrellas?


Enviado por   •  14 de Agosto de 2016  •  Documentos de Investigación  •  3.609 Palabras (15 Páginas)  •  359 Visitas

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Cuando el amor toca tu puerta, pero, ¿Dónde están las estrellas?

Este no es el inicio de una historia común, sino el de dos historias que ocurrieron en tiempos diferentes, con distintos personajes que se enfrentan a controversias de la vida en relación a la epoca que vivieron.

La primera historia es en la era medieval exactamente en el siglo V donde vivió una señorita llamada María De la Torre. Hija de Luis Torres y Clara Montés, los cuales eran de clase media y personas muy respetadas de la sociedad. María era una persona muy ingenua en temas de la vida ya que sus padres la tenían siempre encerrada. Por costumbres de la época, las jovencitas de media clase debían estar siempre en el sus casas para evitar cualquier entonia, que la haga pecar delante de Dios y el presbítero, ya que se creía que las mujeres que experimentaran alguna atracción sexual antes de casarse ya no eran netas y podían desarrollar algún comportamiento contumaz. A pesar de esto,  María poseia una imaginación sorprendente.  

Un día, María acompañó a su padre al pueblo en busca de nuevas provisiones para la casa. En el camino, pasaron por el cotarro y el “Century Cas” la cual era la cárcel del pueblo, en donde  los ladrones tenían que expiar sus fechorías. El pueblo era muy fehaciente, ya que Roma era muy justa y otorgaba la magnitud del castigo dependiendo del crimen cometido. Las sentencias iban desde ser azotados con una vírgula, hasta ser condenados a pena de muerte. No solo los ladrones eran considerados transgresores de la ley, sino también los que practican la coprofilia y  corofilia que aparte de ser prácticas ilegales, eran abyectos para los habitantes del pueblo.

En todos los seres humanos, el pecado y la satisfacción sexual parece ser lo único que importa en la vida. Lamentablemente, María no era la excepción. La pobre ya tenía 20 años, era hermosa, tonificada y acezaba con todas ansias poder experimentar el pseudolismo y el amor con algún joven apuesto. Sin embargo, estaba un poco nerviosa por tener algún acercamiento con algún hombre ya que temía que al ludir sus cuerpos el uno con el otro, el pasara a imbuir su cuerpo, y se diera cuenta de que era erospásmica. O peor aún, ¿y si el hermoso caballero de su sueños, terminaba siendo un cretino, lleno de desidia, falaz, fatuo, y que le guste hacer el amor de forma furibunda?,  ¿Qué haría ella? las mujeres en esa época no eran tomadas en cuenta, lo que significa que ella en la sociedad no tenía ni voz ni voto. Pero al mismo tiempo ella pensaba, ¿y qué tal si ese hombre era circunspecto, con buenas intenciones y un corazón noble? ¡Quién sabe! Solo le tocaba rezar y que Dios hiciera su parte.

Estos pensamientos solo moraban en la tranquilidad de su conciencia, en el diario vivir se hacía pasar por una muchacha tímida, tranquila y poco curiosa. Al ser  joven era feraz  y quería aprovechar la vida,  para tener muchos hijos y tener una gran familia con un hombre bueno.

Mientras tanto,  en el lumbral del campo a mediados del siglo XX, muy lejos de la ciudad, donde la vida yace del suelo e injerir lo que la tierra producia  era la unica forma de alimentarse, lugar donde vive Toño y  donde los niños eran felices. A pesar de que no había dulces, ingerir el almíbar era acerbo pero era su festín. Siempre había alegría, en ellos no había nada de acérrimo. Las personas tenían un acervo que creaba una comunidad de gran rectitud. La agnición de la vida en ese lugar era cuestión de todos ahí.

Para Toño, los domingos era normal ver el aglomerado festejar. A pesar del ajar de su vestimenta, todos mantenían la elegancia del momento. Este era el albañar de todo el trabajo duro de la semana y el final apócrifo de la albocracia. Eran hermosos momentos de alharaca, colorido, lleno de sonrisas, danzas, anejir, juegos, no había nada que impugnar, la alegría se respiraba en el aire como el acre aspirar de la pimienta. La mujer seducía al hombre con su baile, el hombre la cortejaba por igual manteniéndose circunspecto en todo momento. Para los menores era momento de júbilo, todo tipo de juegos de disidía en completa inocencia. Definitivamente era una ecúmene donde estar ese collado, hasta su epéntesis contagiaba a pesar de apariencia a behetría, sería un cretino el que no deseara disfrutar de ese momento.

Pero el resto de los días era una jornada deferente, el sudor del trabajo y el amor por la tierra hasta el arrebol era su forma de vida. Se trabajaba duro y con diligencia, se tenía que conculcar para ganarse el peso. Los jóvenes desde niños acompañaban a sus padres aunque sea por compeler, ya que era atávico. Las esposas se dedicaban a cuidar el hogar y a educar a los más pequeños como consuetudinario.  Esto es un concomitar en su estilo de vida, al igual que todos los lugares con culturas similares. En estos tiempos deferir de esta manera al esposo y el hogar sería un detrimento para la mujer. Era una vida sencilla, en el que el hombre era un conscripto de la tierra y la patria,  pero valiosa.

Dos vidas de rectitud y ardiente deseo de lo que no tenían. Se cohíben de lo que desean y menosprecian lo que su vida les ofrece. Mientras tanto para la joven De la Torre tanto rezos y rodillas rasgadas dieron resultado, o por lo menos eso parecía. Un día, exactamente sábado por la mañana, se apareció en la puerta Don Javier Pentium y su hijo Francisco Pentium. Don Javier era el principal socio de negocios de Inglaterra del papá de María. Como toda jovencita en su flor de la juventud, no podía apartar la mirada de Francisco. Era un hombre pulcro, alto y tenía que tener algunos 25 años más o menos. Tenía un tono de piel melado, ojos lúbricos; los cuales te amarraban con solo una pequeña mirada. El parecía ladino pero al mismo tiempo reservado. Luis torres los invitó a comer una rica sopa que había hecho Clara, para recibir a los invitados.

En la mesa, Luis invitó a sus dos hijos, María y Esteban, para que se unieran a los visitantes de Inglaterra. Esteban no lucia muy bien, ya que  sufría una enfermedad llamada Glaucoma, la cual de alguna  forma u otra, le hinchaba los ojos por lo cual estaba indispuesto. Así que se le ordenó que solo tomara su plato de comida, y regresara a la habitación en lo que el tratamiento médico le hacía efecto.

Estaban en la mesa, Luis, Clara, María, Javier y Francisco. La sopa se veía exquisita y había pan con mermelada y melaza. También habían hermosas y raras frutas cuidadosamente confitadas listas para ser degustadas. La gran conglomeración de alimentos en la mesa, le dio a conocer al alóctono que su colega era un hombre muy exitoso e indiscutiblemente de clase media. Por la agnición hacia su colega, le sonrió y siguió comiendo.

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