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Día de comienzo y de invasión


Enviado por   •  7 de Junio de 2018  •  Documentos de Investigación  •  21.882 Palabras (88 Páginas)  •  247 Visitas

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  1. Día de comienzo y de invasión

 Hace un siglo, unas criaturas colosales conocidas como giganteses aparecieron por primera vez y… Espera un momento. Ahora que lo pienso creo que no fue solo un siglo. A mí siempre me lo han contado como «hace cien años», pero han pasado unos años desde que lo escuché por primera vez y… Supongo que será siglo y cuarto o siglo y medio. No creo que hayan pasado 100 años exactos, sería demasiada casualidad y estaríamos hablando del aniversario de aquel acontecimiento. Perdón, me estoy liando demasiado. Empezaré desde el principio. Hace más de un siglo que los giganteses aparecieron. Estos seres tan poderosos se pusieron a devorar a la humanidad a diestro y siniestro, hasta acabar con casi todos nosotros. Bueno, yo no estaba. Me refiero a los humanos que había allí en ese tiempo. Al parecer, los pocos que sobrevivieron construyeron tres murallas aún más gigantes que los giganteses (que ya es decir) para protegerse de este nuevo enemigo y poder vivir en paz. Al primer muro, el que daba al exterior, lo llamaron Tribia. Al segundo, el intermedie, lo llamaron Dedala. Y por último, al que concentraba el castillo del rey y la alta nobleza en su interior, lo más alejados de los giganteses posible, le llamaron Únim, con tilde en la u. No tengo ni idea de cómo hicieron para construirlos antes de ser devorados, pero, gracias a su labor, la humanidad ha estado a salvo en su interior. Ya es casualidad que ahora, después de más de cien años, tengan que entrar los giganteses y destrozarlo todo, pero así es como comienza esta historia. Y hasta aquí el prólogo de la serie. Ahora pasaré a contaros el fatídico día en que la humanidad perdió una crueli y sangrienta batalla, que costó la vida de millones de personajes de relleno y de la madre de Edem. Yo tenía once años y vivía en el distrito Sinsal-sinna, en el muro Tribia, el exterior, con mi abuelo. Mis padres habían sido protagonistas en una serie de gran éxito y se negaron a aparecer en esta como meros personajes secundarios. Así que si alguien pregunta, yo soy huérfano y vivo con mi abuelo, el cual siempre me quiso y me motivó a mejorar día a día y convertirme en el machoman que soy hoy día. Me decía frases inspiradoras como: «Estás gordo, eres débil y no traes dinero a casa. Eres un inútil y una vergüenza para la familia». A raíz de eso empecé a hacer ejercicio para encontrarme mejor con mi físico, pero requería tanto esfuerzo y sacrificio que lo dejé tras realizar tres flexiones mal hechas y medio abdominal. Mi mejor amigo, Edem, me ofreció unas pastillas para adelgazar, porque su padre era farmacéutico lejos de nuestro pueblo y guardaba cajas y cajas de medicamentos en su casa. Yo no me fiaba de los posibles efectos de esas pastillas rosadas. Mi abuelo siempre me decía que no tomara drogas, que eran malas, tanto como la monarquía y la gente de derechas con sobrepeso. Me costaba entender sus palabras a veces, pero fueron suficiente para alejarme del mundo de los yanquis y los pastilleros. Rechacé el ofrecimiento de mi amigo y le di las gracias educadamente. —Como quieras. Si cambias de opinión avísame. Mi madre se las toma a pares —me respondió Edem. No. Si al final me despisto y acabo contando toda mi vida. Ya no sé ni de qué estaba hablando. En fin. ¿Os he dicho ya lo de los giganteses y los tres muros con nombres extraños? Ah. Ya me acuerdo de por dónde iba. Decía que yo me crié en el distrito de Sinsal-sinna hasta los doce años, edad que tenía durante el transcurso de esto que estoy narrando. Lo del episodio de las drogas y el boquete en el muro. Ocurrió un día de esos en los que yo no fui al colegio por un ataque de pereza aguda con diarrea. No es que fuera un chico gandul, es que simplemente no me apetecía estudiar ni trabajar. A día de hoy tampoco, la verdad. Si creéis que eso me convierte en gandul allá vosotros. Paseaba por las calles del distrito en busca de Edem y Vivienda, mis mejores y únicos amigos. Ellos nunca iban a la escuela porque eran pobres (más que yo) y no podían permitirse ni lo que era gratis y obligado por ley. Por las mañanas, estos chicos solían ir a recoger madera y robar carteras o mendigar, por lo que fui a buscarlos para entretenerme hasta la hora de comer. Mientras caminaba aburrido por el barrio más pobre de todos, vi algo brillando que caía del cielo. Lo atrapé al vuelo antes de que me diera en la cabeza o se chocase contra el suelo. No pesaba mucho, y más que caer planeaba lentamente, como una pluma, así que fue fácil pillarlo. Se trataba de un aparato electrónico. No sabía muy bien de qué podía tratarse, pero estas cosas no abundan en el muro Tribia, así que se cotizan a alto precio en el mercado negro. — ¡Es un dispositivo digital! —gritó una voz detrás de mí, respondiendo a la pregunta que no llegué a formular. — ¡Joder! —exclamé sorprendido—. ¡Una pelota que habla! —Soy Koromón, un digimón —me dijo esa pelota rosa con alargadas orejas y típicos ojos manga—. Te he estado esperando mucho tiempo, y como no venías pues he decidido venir yo a verte. — ¿Qué? ¿Te has escapado de alguna tienda de mascotas o algo así? — ¡No! Yo soy tu digimón. — ¿Mío? —pregunté—. Si eres mío te llamaré Pupi. De repente tembló con gran fuerza la tierra y caí al suelo, más desorientado que una vez, años después, cuando probé la marihuana (he dicho que me negué a consumir drogas cuando era un niño, no que a día de hoy, que estoy escribiendo esta historia con 18 años, no las haya probado). No tenía ni idea de qué había pasado. Mis opciones eran: un terremoto, un atentado en el que culparían a alguien de una minoría étnica para justificar cualquier medida política, o el lector, que había agitado el libro o dispositivo desde el que leía esta historia. —Yo no he tenido nada que ver. Te lo juro, amo —dijo Pupi. Yo le creí. Total, una bola pequeña y asquerosa como era él no podía estar relacionado con un temblor de magnitud 4 o incluso 5, según la escala de Richter. Más tarde me enteraría de que esa intensa vibración de todo el distrito había sido producida por un gigantés que había subido al muro con una escalera gigante y lo había cortado con una motosierra que también era gigante. Estos giganteses lo tienen todo grande. Y no penséis mal, que eso que tenéis en mente no lo tienen. No hay hombres con pene, ni mujeres con vulva ni de ningún otro tipo. Son todos iguales en ese aspecto. Que no tengan nada ahí abajo es algo que se agradece y mucho, sobre todo para la vista, ya que van desnudos, moviéndose cuales zombis descerebrados, cuyo único afán es matar humanos y comérselos. El corte en el muro era vertical y suficientemente ancho como para que cupieran cuantos giganteses quisieran por él. Empezaron a entrar como si eso fueran las rebajas de El Corte Inglés y provocaron el pánico en el distrito, lo cual es muy lógico, ya que lo destruían todo a su paso y arrojaban almas a la barca de Caronte como si no hubiera un mañana. Los humanos corrían de un lado a otro, yo creo que sin seguir ninguna dirección fija. Cada uno en una dirección diferente. De todas formas acababan muertos, tampoco había necesidad de calentarse mucho la cabeza pensando planes de escape. Yo miraba cómo los giganteses mataban personas y disfrutaba con ello. Me fascinaban por su gran tamaño y sus movimientos aberrantes. Nunca había visto un gigantés con mis propios ojos, y ese día comprobé que hacían honor a su nombre. De repente, y para sorpresa mía, apareció un gigantés a mi derecha y me agarró tan fuerte que yo creo que lo mismo me rompió una costilla que me las partió todas. Dolía a rabiar, pero es algo que en la ficción da igual, porque por muchos huesos que te rompan y mucho que te duela, puedes seguir adelante e incluso salir corriendo y continuar peleando. No me preguntéis cómo funciona, pero si pensáis en cualquier serie de ficción juvenil veréis que se cumple esta norma generalmente. Preguntadles a los personajes de One Piece, que esos se pegan, se cortan, se patean, se queman, explotan, se electrocutan y se ahogan… Les pasa de todo y luego siguen como si no les pasase nada. Como mucho se ponen un par de vendas y tosen un poco. Pues yo igual. La cuestión es que este gigantés me atrapó. No era tan grande como los otros, y creo que, a pesar del miedo, yo estaba un poco decepcionado. Iba a morir en manos de la criatura más fascinante y temible del universo y me tocaba un espécimen ridículo y feo. Toda la cara de Mentoro que tenía el cabrón. Para quien no lo sepa, es un político del bando conservador de nuestro país. Mi abuelo siempre está quejándose de ellos. Pero menuda mierda de muerte. Y fijaos qué cosa más curiosa. Me preocupaba más el tipo de muerte que el propio hecho en sí. Pues al final no morí, aunque os cueste creerlo. Mi bolsillo empezó a brillar. ¡Era el dispositivo digital del que me había hablado el digimón este con aspecto de bola de chicle, Koromón, quien al verlo brillar empezó a rotar sobre sí mismo incrementando la velocidad y gritando: —Koromón digievoluciona en… ¡Agumón! Su cuerpo cambió al instante. Abandonó el aspecto ridículo y pequeño y creció hasta alcanzar casi mi altura. La piel se le tornó amarilla y parecía un lagarto que caminaba sobre dos patas. Así, Pupi (o Agumón, como queráis llamarle) escupió llamas al gigantés. Este me dejó caer al suelo para tratar de golpear a Pupi con sus manos ahora libres, pero, por suerte, el digimón esquivó sus ataques y pudimos huir de allí. Mientras corríamos como los demás ciudadanos, es decir, sin tener ni idea de a dónde dirigirnos, me explicó que gracias a que yo tenía el dispositivo digital, él podía digievolucionar. Esto es cambiar de forma y crecer, eso sí, temporalmente, pero con un nombre más comercial y adaptado a su serie propia. Digo yo que para ser más fuerte que una bola rosa sin patas no hay que digievolucionar mucho, pero bueno. Podrían nacer ya crecidos y se ahorraban tanto cambio y tanta tontería, pero cada uno que haga las cosas como le dé la gana. Recordé entonces a Edem y Vivienda. Si aún estaban vivos habrían ido a su casa, porque para una cosa que tenían no la iban a abandonar, que son pobres, pero no tontos. Bueno, un poco sí. El hecho de que los giganteses estuvieran por todas partes dificultaba un poco la cosa. —Pupi, ¿podrías digievolucionar otra vez? Sigues siendo muy pequeño. —No estoy seguro. ¿Por qué lo preguntas? —Porque si fueras tan alto como ellos podríamos ir más rápido a buscar a mis amigos y escapar. —Aún es pronto para intentarlo. Lo normal es digievolucionar cuando el humano, en este caso tú, está en una situación de peligro. Creo que es para darle tensión a la historia —me explicó. —Escucha Pupi —bajé el tono de voz y le miré fijamente a los ojos para incomodarle un poco e intimidarle—. Si no salimos de aquí ya, nos van a comer como si fuéramos palomitas en una sesión de cine, ¿entiendes? ¡Esto es una situación de emergencia! Levanté el dispositivo digital señalando al cielo del que lo había recibido y grité con más fuerza: — ¡Tú puedes! ¡Digievoluciona, Pupi! ¡No me defraudes ahora que empezábamos a ser amigo! Del mismo modo que hizo antes, se puso a dar vueltas sin moverse del sitio. Esta vez gritó: —Agumón digievoluciona en… ¡Greymón! Su piel era un par de gamas de pantone más oscura. Casi diría que anaranjado tirando a bombona de butano sucia. Le había salido algunos cuernos en la cabeza y las garras daban miedo de lo punzantes que eran. Parecía un dinosaurio mezclado con un pokemon. ¡Ahora sí! —Vamos a buscar a Edem y Vivienda! —le ordené tras subirme a su espalda, desde la que podía ver mejor las calles y los edificios. Le di indicaciones hasta llegar a la casa de Edem. A su paso, Greymón derrotó media decena de giganteses utilizando sus garras y las llamaradas que le salían de la boca. Tal y como me imaginaba, Edem y Vivienda habían regresado a su casa, que, para desgracia suya, estaba totalmente destrozada. Casi todas las casas de alrededor se encontraban en pie, pero no la suya. Minutos antes de que yo llegara, Edem trataba de extraer sus pocas pertenencias de debajo de los escombros. Vivienda alertó de la presencia de un gigantés, pero el chico no le hizo caso. Concentraba toda su atención en lo que estaba haciendo y no en la muerte inminente que se cernía sobre ellos. El gigantés atrapó a la chica y se la llevó hasta su boca para comérsela sin piedad. Justo entonces, cuando todo parecía perdido, comenzó a recordad en forma de flashback el día en que Edem la encontró en la calle y decidió adoptarla como su hermana. Es una historia graciosa, os la resumiré con el siguiente diálogo: —Oh, una huérfana abandonada. ¿Podemos quedárnosla, papá? Podría trabajar para nosotros a cambio de comida y cama. —Me parece bien —contestó Tolomeo, su padre el farmacéutico. Y esa es la historia de cómo Vivienda pasó a vivir con mi mejor amigo. Siguiendo con el episodio fatídico de aniquilación que se estaba viviendo en el distrito Sinsal-sinna, acudí a lomos de Pupi a rescatar a mis amigos. Las fauces del gigantés se cerraron y justo cuando parecía que todo estaba perdido, llegamos Greymón y yo, y de un buen golpe en la nuca, derrotamos al gigantés. Una vez que Vivienda estaba a salvo, Edem se giró hacia nosotros y dijo: —Podemos irnos. Lo he perdido todo. —No te preocupes, Edem, en el fondo sabes que no tenías nada que mereciese la pena, eres pobre. —Mi madre está… —Ya sabes que lo normal es que los protagonistas sean huérfanos —le dije. Mi intención en todo momento era animarle y salir del distrito cuanto antes. Yo no quería morir sin conseguir mi sueño: cobrar mucho por no hacer nada y vivir seguro lo más lejos posible de los giganteses, o lo que es lo mismo, ser el presidente de la República de los tres muros (en realidad no tenemos presidente, es una monarquía absolutista, pero yo siempre he sido republicano por influencia de mi abuelo). Edem, Vivienda y yo, subidos en Pupi fuimos hasta los barcos que evacuarían el distrito para escapar. No había plazas suficientes para todos, pero yo sabía que tendríamos una plaza. No importa quién llegue antes o después a los barcos, lo que importa es tener enchufe. Mi abuelo es miembro fundador del Frente Republicano de Sinsal-sinna, y como el capitán del barco también lo era pues nos dejó subir. No nos dejaron en el muro Tribia, sino en Dedala, porque otro gigantés descomunal había roto el muro que conecta Tribia con Sinsal-sinna, condenando a un tercio de la humanidad a ser comidos por giganteses, pero como yo me pude salvar a mí los demás, si te digo la verdad, me dan igual. Casi se me olvida contar qué pasó con Pupi. Tras dejarnos en el puerto, me dijo que tenía que regresar al mundo digital, pero que nos veríamos pronto. Volvió a su forma inicial de pelota rosa y desapareció entre casas derribadas y giganteses, pero sé con certeza que no murió, porque cuatro años después me lo encontré en otro ataque de los giganteses, pero no en el distrito Sinsal-sinna sino en Troto. La pérdida de todo el muro Tribia causó un gran revuelo en el resto de población (me refiero a los que no murieron, que a raíz de esto se asustaron mucho). Edem, Vivienda y yo, como no teníamos a dónde ir, nos alistamos al ejército con la esperanza de llegar a ser miembros de la tropa interior y así poder vivir protegidos lejos de los giganteses, supuestamente guardando el orden en las ciudades. Mi amistad con Edem se fue perdiendo durante los cuatro años de entrenamiento, pero conocí a Rizo, que es un chico muy gracioso y atractivo… Digamos que es un chico que me cae muy bien. Luego también conocí a CPU, pero este es más raro que un gigantés verde, lleva una máscara con forma de equis y nadie ha visto su cara nunca, seguro que es tuerto o bizco. No lo sé con seguridad, pero yo creo que le pasa algo en los ojos a ese chico. Y esta es mi historia, así fue como llegué a ser el soldado que soy ahora. Desgraciadamente no todo salió según lo planeado, pues en lugar de estar en la tropa interior estoy en la exterior, eso quiere decir que salgo de los muros para enfrentarme a los giganteses de forma que algún día la humanidad pueda vivir en paz, pero es algo imposible porque los giganteses no se acaban pero los soldados sí. A día de hoy, han pasado seis años desde que salí de Sinsal-sinna y en este preciso momento me encuentro montado sobre un caballo. Tengo a Live, mi bajito pero musculoso capitán, guiándonos y a Rizo detrás, que me da conversación, esto me recuerda mucho a mis noches en los dormitorios del ejército, bueno, mejor olvidad eso. El objetivo de la misión es volver al distrito Sinsal-sinna para abrir el sótano de Edem con una llave y ver qué hay dentro (ya os explicaré el porqué de esta misión). Y no sé por qué, pero algo me dice que no llegaremos nunca.

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