Trayectoria poética de Juan Ramón Jiménez.
Enviado por Aomina • 14 de Mayo de 2017 • Apuntes • 1.079 Palabras (5 Páginas) • 262 Visitas
Trayectoria poética de Juan Ramón Jiménez.
Juan Ramón Jiménez nació en Moguer (Huelva), el 24 de diciembre -como él solía poner en sus notas autobiográficas- de 1881, en el seno de una familia (“culta, tradicionalista y conservadora”) de acaudalados propietarios andaluces. Estudió con los jesuitas en el Puerto de Santa María. Fue un niño aislado, mimado, sin contacto verdadero con su ámbito externo: “De esos dulces años recuerdo que jugaba muy poco y que era gran amigo de la soledad”. Su inseguridad le durará ya toda su vida. Su entrega a la poesía es temprana y total: renuncia a seguir estudios universitarios (había iniciado Derecho) y en 1900 marcha a Madrid a requerimiento de Rubén y Villaespesa “para luchar por el Modernismo”. La muerte de su padre produjo en él una intensa crisis (“... inundó mi alma de preocupación sombría”), por lo que su familia lo interna en un sanatorio mental cerca de Burdeos (1901), donde leerá a los poetas simbolistas y parnasianos; un año más tarde convalecerá en el Sanatorio del Rosario de Madrid. Su depresión no cesa, y en 1905 se traslada a Moguer; allí permanece retirado durante seis años e inicia su famoso libro Platero y yo. A instancias de numerosos amigos, vuelve a Madrid en 1911 y se hospeda en la Residencia de Estudiantes. En 1916 se casa en Nueva York con Zenobia Camprubí Aymar . Viven en Madrid hasta que, al comenzar la guerra, abandonan España y residen en varios países americanos. El exilio produjo un cambio en su carácter: su egoísmo y hostilidad fueron sustituidos por una desbordante generosidad, por una modestia desacostumbrada y por una abertura hacia los demás. En 1956 se le concede el Premio Nobel de Literatura: la noticia coincide con la muerte de Zenobia. Juan Ramón, abatido y desolado, sólo sobrevivirá dos años: murió en Puerto Rico el 29 de mayo de 1958.
Juan Ramón fue hombre de un temperamento hiperestésico y de una sensibilidad exacerbada. Vivía su mundo contemplativo “en soledad”. Pero, por encima de todo, fue la suya una existencia volcada íntegramente para la ejecución de su “Obra” . Vivió por y para la poesía. De ahí, su famosa dedicatoria: “A la minoría siempre”: es la suya, un caso acabado de poesía minoritaria, de dificultad y de creciente hermetismo. En Juan Ramón Jiménez, vida y obra vienen a ser una misma identidad. Él no habla de su poesía, sino de su “Obra”, con mayúscula, y compara su labor con la de un Dios. Creía en la unidad total de su producción, y para él, “crear” era cumplir con su destino humano; más aún: era lo único que daba y podía dar sentido a su vida, que justificaba y salvaba al poeta en sus momentos más críticos. Su rigor estético, su sentido de “obra bien hecha”, presidió siempre, como cualidad esencial, el trabajo del poeta onubense.
“Dentro de mi alma me río de todo lo divino y de todo lo humano, y no creo más que en la belleza”, escribía en 1907 en un artículo publicado en Renacimiento. Estas palabras denotan ya su temprana pérdida de la fe religiosa. El poeta no tenía fe en ningún sistema filosófico o religioso, por lo que se afilió incondicionalmente a la religión de la Belleza. Al igual que poetas como Byron o Espronceda, concibió un mundo que carecía de valores filosóficos, religiosos y humanos. Un mundo
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