Angel Sin Libertad
Enviado por alejoayala • 2 de Junio de 2013 • 355 Palabras (2 Páginas) • 709 Visitas
En el firmamento los arreboles aparecieron
sobre los filos de las montañas y una brisa cálida
golpeó suavemente nuestros rostros. Argenis, se
despidió y caminó por la calle asfaltada que
conducía hasta su casa; yo me quedé frente al club
donde todo el día habíamos hablado y observé
como su imagen se perdió en la distancia.
En mis manos sostenía, con aguerrido
asombro, una libreta de apuntes donde había
escrito, con tachones, símbolos y líneas
entrecruzadas que sólo yo podía entender, la
información detallada de una historia de dolor;
historia acontecida veinte años atrás, que en su
momento conocieron e hicieron parte de ella unas
pocas personas, muchas de éstas... ya muertas.Ángel sin libertad
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Ocho días antes...
Llegué como de costumbre al restaurante
donde acudía de lunes a sábado. Sólo faltaba los
domingos o festivos; esos días los dedicaba para
frecuentar a mis padres quienes vivían en las
afueras de la ciudad. Regularmente los visitaba en
compañía de mis tres hijos a quienes les fascinaba
el campo y disfrutaban con el entorno, dejando que
sus sentidos se impregnaran de naturaleza en ese
bello lugar.
El restaurante "Carnes y Pescados", se había
convertido en mi segundo hogar al medio día,
desde mi separación, que por aquellos días ya
corría en los nueve meses de ruptura.
Miré el reloj: marcaban las doce y treinta de la
tarde; como un ciudadano inglés esa era la hora en
la que todos los días llegaba.
En ese instante, mientras esperaba
ansiosamente a Argenis, a quien había invitado a
almorzar, percibí con agrado el exquisito olor del
pescado que se preparaba en la cocina; olor
incitante que me hizo recordar, de manera
inmediata, algunos momentos vividos con
antelación en ese salón de banquetes.
Más tarde, en el umbral del restaurante, en
contra luz a mis ojos, a la una de la tarde, apareció
mi invitada elegantemente vestida, un poco
fatigada y sudorosa. Había caminado desde su
almacén de artesanías. La distancia… seis
cuadras.
Nuestras sonrisas, ante el encuentro,
aparecieron. Me levanté de la silla para saludarle y
un beso mutuo nos dimos en la mejilla.
—¿Hace rato llegaste? preguntó con voz
trémula, producto de su cansancio.
—Hace poco —mentí sin convencerla.
—¡Qué vergüenza contigo! —exclamó—.
...