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Angel Sin Libertad


Enviado por   •  2 de Junio de 2013  •  355 Palabras (2 Páginas)  •  706 Visitas

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En el firmamento los arreboles aparecieron

sobre los filos de las montañas y una brisa cálida

golpeó suavemente nuestros rostros. Argenis, se

despidió y caminó por la calle asfaltada que

conducía hasta su casa; yo me quedé frente al club

donde todo el día habíamos hablado y observé

como su imagen se perdió en la distancia.

En mis manos sostenía, con aguerrido

asombro, una libreta de apuntes donde había

escrito, con tachones, símbolos y líneas

entrecruzadas que sólo yo podía entender, la

información detallada de una historia de dolor;

historia acontecida veinte años atrás, que en su

momento conocieron e hicieron parte de ella unas

pocas personas, muchas de éstas... ya muertas.Ángel sin libertad

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Ocho días antes...

Llegué como de costumbre al restaurante

donde acudía de lunes a sábado. Sólo faltaba los

domingos o festivos; esos días los dedicaba para

frecuentar a mis padres quienes vivían en las

afueras de la ciudad. Regularmente los visitaba en

compañía de mis tres hijos a quienes les fascinaba

el campo y disfrutaban con el entorno, dejando que

sus sentidos se impregnaran de naturaleza en ese

bello lugar.

El restaurante "Carnes y Pescados", se había

convertido en mi segundo hogar al medio día,

desde mi separación, que por aquellos días ya

corría en los nueve meses de ruptura.

Miré el reloj: marcaban las doce y treinta de la

tarde; como un ciudadano inglés esa era la hora en

la que todos los días llegaba.

En ese instante, mientras esperaba

ansiosamente a Argenis, a quien había invitado a

almorzar, percibí con agrado el exquisito olor del

pescado que se preparaba en la cocina; olor

incitante que me hizo recordar, de manera

inmediata, algunos momentos vividos con

antelación en ese salón de banquetes.

Más tarde, en el umbral del restaurante, en

contra luz a mis ojos, a la una de la tarde, apareció

mi invitada elegantemente vestida, un poco

fatigada y sudorosa. Había caminado desde su

almacén de artesanías. La distancia… seis

cuadras.

Nuestras sonrisas, ante el encuentro,

aparecieron. Me levanté de la silla para saludarle y

un beso mutuo nos dimos en la mejilla.

—¿Hace rato llegaste? preguntó con voz

trémula, producto de su cansancio.

—Hace poco —mentí sin convencerla.

—¡Qué vergüenza contigo! —exclamó—.

...

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