Anorexia Nerviosa
Enviado por pollo_12 • 29 de Junio de 2014 • 496 Palabras (2 Páginas) • 189 Visitas
Dentro del útero no hay imágenes reflejadas. El feto, el líquido amniótico, la placenta y la madre conforman una unidad completa en sí misma. Y el recién nacido, por su parte, no tiene más referencias que sus reflejos, sentidos y músculos para indicarle quién o qué es. El recién nacido toma y trata de obtener. Escupe lo que no quiere ingerir, borra lo que no desea ver y se aparta de lo que le molesta, lista maravillosa omnipotencia de sus gestos y acciones será el modelo de sus primeros actos psicológicos: esos deseos que le permiten ser cualquier cosa que quiera. Desea no ser molestado; desea alivio y satisfacción. Y obtiene todo esto, al menos por un momento.
El conocimiento que tiene el recién nacido acerca de sí mismo se reduce a sus tensiones y excitaciones, a sus gestos de tender hacia lo que quiere y apartarse de lo que no quiere. El bebé busca, pero no tiene noción de qué está buscando hasta que sus movimientos lo ponen en contacto con algo que corresponde a su búsqueda. Es un invocador que crea magia sin comprender qué es lo que está invocando: el pezón viene al encuentro de su boca ávida, su cuerpo se amolda a una suavidad que tiene su mismo aroma, la cabeza halla un límite del espacio en el cual apoyarse. El bebé tiene la ilusión de que él mismo ha creado el pezón, el cuerpo de la madre y el confín del universo. Este mundo invocado es su punto de referencia, es el espejo que lo refleja.
A los dos meses de edad, el bebí ya percibe que ciertos hechos especiales que ocurren fuera de su cuerpo son los que lo protegen de la tensión y las excitaciones. Siente una presencia cuyos olores, tacto, latidos y movimientos armonizan a la perfección con sus propios estados
Corporales. La correspondencia entre la presencia de la madre y los gestos del bebé le bastan a éste para mantener su ilusión de ser omnipresente. En presencia de la madre, el bebé puede aún ser cualquier cosa que desee.
Inexorablemente, el bebé se ve arrastrado a la red de seguridad de su existencia. Las tensiones y excitaciones son refrenadas por su necesidad de esa presencia que lo gratifica, lo escuda, lo raciona, lo frustra y lo introduce en la legalidad. El bebé comienza a evaluarse a sí mismo según lo refleja esa otra persona. A veces ese reflejo se aproxima mucho al de los días mágicos en que el bebé podía ser lo que deseara. La voz arrulladora y la mirada resplandeciente de la madre que le dicen: "Qué lindo eres. Qué bebé tan maravilloso. Cuánto me gusta tenerte en mis brazos" es algo casi tan placentero como la omnipotencia. El bebé mira atentamente a su madre, responde a sus arrullos, y se ve reflejado como todas esas cosas magníficas y poderosas que a veces imagina ser. La admiración que refleja la madre es una caricia que lo llena de orgullo.
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