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EL PROYECTO ÉTICO: LA REALIZACIÓN DEL HOMBRE COMO PERSONA


Enviado por   •  9 de Enero de 2018  •  Ensayo  •  11.920 Palabras (48 Páginas)  •  214 Visitas

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II. ÉTICA DE LA PERSONA (HUMANISMO ÉTICO)

1.- EL PROYECTO ÉTICO: LA REALIZACIÓN DEL HOMBRE COMO PERSONA

1.1.-La búsqueda de un sentido: el enigma de la vida

Hablar de moral supone haber alcanzado un nivel de libertad que hace al hombre responsable y constructor de su propia historia. El ser humano experimenta la capacidad de auto dirigirse, a pesar de sus limitaciones y determinismos parciales, pues tiene conciencia de que, por encima de todo, él puede orientar su existencia, dotándola de un estilo peculiar y característico. No se encuentra dirigido, en circunstancias normales, por ningún impulso que le obligue a comportarse de una forma concreta, al margen por completo del destino que quiera darle su libre voluntad. Es una experiencia que brota desde el momento en que cualquier persona se enfrenta con el problema de la vida.

El nombre, en efecto, se halla arrojado en un mundo inhóspito, rodeado de circunstancias y realidades que en su mayor parte no ha podido elegir. El misterio se le hace presente por todos lados y necesita encontrar, para la superación de este desconcierto, algún horizonte que ilumine un poco su existencia. El es libre y tiene que darle una orientación de la que se siente responsable, pero necesita saber el destino hacia el que dirigir su esfuerzo. La libertad no es una espontaneidad ciega, ni un comportamiento anárquico para actuar en cada momento según guste o en función de las necesidades más instintivas e inmediatas.

Ser libre exige un proyecto de futuro, que determina el comportamiento de acuerdo con la meta que cada uno se haya trazado. Es una tarea que impulsa a vivir con un itinerario concreto para alcanzar lo que parece digno y deseable. Hacer simplemente lo que parezca es descender hacia la zona de lo irracional, a un nivel por debajo de los animales —cuya conducta queda regulada por su instinto—, para adoptar como criterio único el capricho y el libertinaje. Justamente se cataloga como insensata cualquier acción que se halla vacía de sentido, sin ninguna finalidad que la llene de una explicación significativa.

Podríamos decir, de otra manera, que el ser humano se encuentra abocado ineludiblemente a descubrir un sentido al enigma de la vida. Es el problema filosófico por excelencia, que ha preocupado a la humanidad de todos los tiempos[1], Hasta el hombre más sencillo e inculto de la calle tropieza con múltiples interrogantes, cuya respuesta quisiera conocer: el dolor, la soledad, la muerte y otras temáticas diversas le plantean la urgencia de conocer el porqué o el para qué tenemos que vivir, una razón última que justifique el trabajo e interés por realizarse de una forma determinada.

1.2.- Diferentes planteamientos: la necesidad de una opción

Es verdad que son muchos los que juzgan este planteamiento absurdo y desfasado. La existencia humana, desde una perspectiva empirísta, aparece como un hecho bruto, carente por completo de valor. Como los demás fenómenos físicos, la vida simplemente está ahí, impuesta al hombre. Y buscarle un sentido, que se descubre oculto y encerrado en ella, resulta demasiado simplista, propio de una cultura y de una época ya desfasada. Los hechos empíricos son en sí mismos in-significantes, sin ninguna relación causal o finalista, sin ningún sentido previo[2].

Lo más que podríamos llegar a discernir es la forma que el organismo humano tiene de reaccionar frente a la naturaleza para satisfacer sus necesidades e intereses, su capacidad de adaptación para asegurarse una supervivencia, que se le hace difícil frente a los restantes elementos que le rodean. Dentro de un mundo sin sentido, el hombre actúa sobre su entorno para sacar de él los elementos que le resultan imprescindibles en su existir. La finalidad del hombre no es más que un mecanismo de reacción natural, como cualquier otro de los que se operan en el mundo físico-químico[3]. La misma cultura nace y evoluciona para satisfacer estas necesidades fundamentales del individuo y resolverle los innumerables problemas que le presenta la realidad.

El existencialismo ha confirmado este carácter sin-sentido de la existencia. El hombre no tiene ninguna finalidad, pues detrás de la decisión humana no hay ningún orden consistente que le ilumine en su caminar. La única llamada es la invitación a vivir en libertad, sin quedarse alienado y esclavo de los valores vigentes en la sociedad. Su único destino consiste en la búsqueda de esta autodeterminación incesante. El sentido no hay que descubrirlo, sino crearlo en cada momento y situación.

No se trata de enumerar aquí todos los sistemas éticos que se han dado a lo largo de la historia[4]. Lo único que me interesa constatar ahora es la necesidad que todo hombre tiene de tomar una opción, de vivir en coherencia con un proyecto que o está ya escrito y determinado, o él mismo tendrá que construir. Incluso aquel que defiende el absurdo o acepta el suicidio, porque todo carece de sentido, ya le ha dado una respuesta al interrogante de la vida. Se trata de una elección inevitable, que no puede rehuirse ni siquiera cuando aparentemente se busca refugio en otras Soluciones que intentan negarla. En medio del drama, de la oscuridad y del riesgo, hay que atreverse a decidir, aunque las soluciones no aparezcan muchas veces claras y evidentes. No en vano Kierkegaard hablaba del vértigo metafísico y del horror religioso, como de una experiencia constatable en todo tipo de deliberación[5]. Hasta frente al mismo fracaso, no queda otro remedio que adoptar una actitud de rechazo o aceptación, en último término. Se quiere con ello decir que, en cualquier caso, la conducta debe ser coherente con un sentido meta-ético que le hayamos dado a la existencia. Todo comportamiento se concreta y determina cuando Jo confrontamos y relacionamos con ese significado definitivo.

1.3.- Una alternativa coherente: el proyecto ético

Aquí radica lo que podríamos catalogar como proyecto ético. El hombre no puede vivir en un estado permanente de indecisión, pues su personalidad quedaría descentrada, sin un eje básico y consistente en torno al cual unificara todas sus acciones. Se requiere una toma de posición en la medida en que el sujeto almacena los múltiples datos de la experiencia y opta poco a poco, incluso de forma insensible, por aquella alternativa que le parece la más adecuada. Sin ese dinamismo interno y profundo, el ser humano sería juguete de las circunstancias ambientales e inmediatas en las que se encontrara, y no alcanzaría nunca un nivel adulto de maduración. Una situación polivalente, en la que se optara de manera distinta según le pareciere oportuno, crearía una ambigüedad desorientadora, capaz de crear un conflicto existencial que, de no ser resuelto, podría convertirse en crónico. Nos encontraríamos con la actitud de aquellos que, por no renunciar a ninguna de las posibilidades, dejan abierto indefinidamente el proceso de decisión y mantienen una conducta con un matiz fragmentario y desconcertante. No existe una referencia de todos los procesos a un Yo unitario, para que la libertad pueda darle a la vida un proyecto global y actualizarlo armónicamente en las diferentes situaciones concretas.

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